447 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
Los apóstoles hacen honor al refresco que les ha sido ofrecido.
Y, comiendo con alegre apetito, hablan y comentan.
– ¡Buena fruta!
– Y buena discípula.
— Bonita casa.
No lujosa, pero no pobre.
– Y gobernada por una mujer que es dulce y fuerte al mismo tiempo.
Orden, limpieza, respeto y al mismo tiempo afectuosidad.
— ¡Qué campos tan bonitos tiene alrededor!
¡Una buena riqueza!
Pedro, que no ha olvidado todavía lo que ha sufrido,
dice:
Los otros ríen.
– Pero aquí se está bien.
Tomás pregunta:
– ¿Y sabías que Nique estaba aquí?
Jesús responde:
– No más de lo que supierais vosotros.
Sabía que cerca de Jericó tenía unas tierras que había adquirido hacía poco.
Nada más.
El amado ángel de los peregrinos nos ha guiado.
– La verdad es que te ha guiado a Ti.
Nosotros no queríamos venir.
Mateo confiesa:
– Yo estaba dispuesto ya a echarme al suelo…
Y dejarme achicharrar por el sol ,antes que dar un sólo paso más.
– Ya no se puede andar de día.
Este año el sol muy pronto es fuerte.
Parece que también él se está volviendo loco.
– Sí.
Vamos a caminar durante las primeras horas del día y cuando sea de noche.
Pero pronto iremos a los montes.
Allí el calor está más mitigado.
Judas pregunta:
– ¿A mi casa?
– Sí, Judas.
Y a Yuttá y a Hebrón.
– Pero no a Ascalón, ¿Eh?
– No, Pedro.
Iremos a lugares a donde no hayamos ido todavía.
De todas formas, tendremos también sol y calor.
Un poco de sacrificio por amor a Mí y a las almas.
Voy a orar al huerto.
Tadeo pregunta:
– ¿Pero Tú no estás nunca cansado?
¿No sería mejor que descansaras Tú también?
Zelote observa:
– Quizás el Maestro quiere estar aquí un tiempo…
– No, partimos al rayar el alba.
Para atravesar el río durante las horas frescas.
– ¿A dónde vamos a la otra orilla del Jordán?
– Las turbas regresan después de la Pascua a sus casas.
En Jerusalén demasiados me buscaron en vano.
Predicaré y curaré en el vado.
Luego iremos a poner en orden la casita de Salomón.
Nos será preciosa…
– Pero no volvemos a Galilea?
– También iremos allí.
Pero estaremos mucho en estas partes meridionales y un refugio será precioso.
Dormid. Yo salgo.
Es de noche.
De los aleros caen sonando en las hojas, abundantes gotas de rocío. de la vid.
Estrellas inverosímiles en el cielo; un número incalculable de estrellas,
de estrellas en que se pierde la mirada.
Cantos de grillos y aves nocturnas.
Silencio de los campos.
Los apóstoles ya se han retirado.
Pero Nique está levantada, escuchando al Maestro
Él está sentado rígidamente en un asiento de piedra que apoya contra la casa.
La mujer está de pie, delante de Él, con postura de atento respeto.
Jesús debe estar terminando de desarrollar unas palabras.
Dice:
– Sí.
La observación es cabal.
Pero es cierto que a este penitente, que “está renaciendo”, no le habría faltado la ayuda del Señor.
Mientras cenábamos y tú preguntabas al mismo tiempo que servías,
Yo pensaba que la ayuda eres tú.
Has dicho:
“No puedo seguirte sino por breves períodos,
porque se debe vigilar la casa y a la servidumbre nueva”.
Y manifestabas tu desazón por ello, diciendo que si hubieras sabido que me ibas
a haber encontrado enseguida, no habrías adquirido esto que te vincula.
Como puedes ver, esto ha servido para hospedar a los evangelizadores.
Por tanto, es bueno.
Pero es que, de todas formas, puedes servir…
En espera de servir perfectamente a tu Señor, te pido un servicio,
por amor a esa alma que está renaciendo, que está llena de buena voluntad,
pero que es muy débil.
El exceso de penitencia podría angustiarla, y Satanás servirse de esa angustia.
– ¿Qué debo hacer, mi Señor?
– Ir. Cada luna, ir como si fuera un rito.
Lo es. Es un rito de amor fraterno.
Irás al Carit y, subiendo por el sendero que va entre los robles, llamarás: “¡Elías! ¡Elías!”.
Él se asomará extrañado, para ver.
Tú lo saludarás así: “La paz a ti, hermano, en nombre de Jesús el Nazareno”.
Le llevarás tantos panes bizcochados cuantos días tiene una luna.
Nada más en el verano.
Desde los Tabernáculos en adelante, junto con los panes le llevarás cuatro loges de aceite cada mes.
Y para los Tabernáculos le llevarás una túnica caprina, que es pesada y no se moja.
Y una manta.
Ninguna otra cosa.
– ¿Y ninguna palabra?
– Las estrictamente útiles.
Te preguntará por Mí.
Dirás lo que sabes.
Te confiará sus dudas, esperanzas y desalientos.
Tú dirás lo que tu fe y piedad te inspiren
Por otra parte, no durará mucho el sacrificio…
Ni siquiera doce lunas…
¿Quieres ser compasiva conmigo y con el penitente?
– Sí, mi Señor…
Pero ¿Por qué tan triste?
– ¿Y tú por qué lloras?
– Porque en tus palabras presiento presagio de muerte…
¿Te voy a perder tan pronto, Señor?
Nique llora en su velo.
– ¡No llores!
Tendré mucha paz, después…
Sin odio. Sin celadas.
Sin todo este… horror del pecado contra Mí, en torno a Mí…
Sin compañías atroces…
Tu Salvador estará en paz. Victorioso…
– Pero antes… pero antes…
Con mi marido siempre leíamos a los profetas…
Y temblábamos de horror por las palabras de David e Isaías…
Pero, ¿Te va a pasar eso?, ¿Exactamente eso?
– Eso y más todavía…
– ¡Oh!… ¿Quién te consolará?
¿Quién hará que en tu muerte tengas… esperanza todavía’?
– El amor de los discípulos, y especialmente de las discípulas fieles.
– También el mío, entonces.
Porque yo bajo ningún concepto estaré lejos de mi Redentor.
Sólo… ¡Oh! ¡Señor!…
Exige de mi todas las penitencias, todos los sacrificios,
pero dame un coraje viril para esa hora.
Cuando Tú seas “como una teja reseca”, y tengas “la lengua pegada al paladar” por la sed,
cuando parezcas “el leproso que se cubre la cara”,
haz que yo te conozca como Rey de reyes y te asista como sierva devota.
¡No me escondas tu rostro torturado, Dios mío!
Como ahora dejas que me deleite en tu fulgor, Estrella de la mañana,
haz que pueda mirarte entonces, y que tu rostro se estampe en mi corazón,
que – ¡Ay, el mío también, como el tuyo! – ese día estará blando como la cera, por el dolor…
Nique está ahora de rodillas, casi abatida.
Y de vez en cuando levanta su cara bañada en lágrimas a mirar a su Señor,
candor de carne bajo el candor de la luna, contra el color oscuro de la pared.
– Tendrás todo esto.
Y Yo, tu piedad.
Subirá conmigo a mi patíbulo y de allí subirá conmigo al Cielo.
Tu corona para toda la eternidad.
Ángeles y hombres dirán de ti la más bella alabanza:
“En la hora de la desventura, del pecado, de la duda, ella fue fiel;
no pecó y socorrió a su Señor”.
Levántate, mujer.
Y bendita seas ya desde ahora y para siempre.
Le impone las manos mientras ella hace ademán de ponerse de pie.
Y luego vuelven a la casa silenciosa, para el descanso de la noche.