473 Durmiendo en el Henil7 min read

473 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

404 En camino hacia Emaús de la llanura.

El alba pone una luminosidad verde láctea en la bóveda del cielo,

alto sobre el valle fresco y silencioso

Y luego ese claror suyo tan indefinible, que es ya luz y no lo es todavía,

baña las cimas de las dos vertientes.

Parece acariciar levemente las partes más altas de los montes judíos;

decir a los árboles añosos que las coronan:

«Aquí estoy. Bajo del cielo. Vengo de oriente.

Precedo a la aurora.

Pongo en fuga las sombras.

Traigo la luz, la laboriosidad, la bendición de un nuevo día que Dios os concede»,

y las cimas se despiertan con un suspiro de frondas

con el silbo de los primeros pájaros

despertados por ese leve vibrar del follaje.

Y ese primer claror.

Baja más el alba, a los matorrales del monte bajo, luego a las hierbas, luego a las laderas,

cada vez más abajo.

Y lo saludan gorjeos cada vez más numerosos entre las frondas.

y rumores, entre las hierbas, de los lagartos despertados.

Llega al torrente del fondo, transforma sus aguas oscuras en un opaco cabrilleo de plata,

que se va haciendo cada vez más limpio y brillante.

Arriba entretanto, en el cielo, que apenas si había aclarado su añil nocturno en un celeste pálido

verdoso de alba,

marca sus pinceladas el primer anuncio de aurora,

que pone celeste el cielo con notas de rosa…   

Y luego un cirro delicado, esponjoso, ya todo de espuma rosada, surcando el cielo…

Prosiguen hacia Emaús, que está ya cercana

una aglomeración de un blanco cegador en medio del oro de los cereales maduros

y el verde de los óptimos huertos.  

Se escuchan unos gritos lejanos:

–        ¡Maestro!

¡Maestro! ¡Detente!

¡Tus discípulos!

Y un puñado de hombres, dejando plantados a unos labradores

que descansan un poco a la sombra de un manzano,

corren hacia Jesús por una senda llena de sol.

Son Matías y Juan, ex pastores discípulos luego del Bautista.

Y con ellos están  Nicolái, Abel ex leproso, Samuel, Hermasteo y otros más.

Cuando llegan hasta su Maestro,

Jesús los saluda:

–         ¡La paz a vosotros.

¿Estáis aquí?

Matías explica:

–         Sí, Maestro.

Hemos recorrido toda la costa.

Ahora vamos hacia Jerusalén.

Más arriba están Esteban y otros;

más arriba todavía, Hermas y otros.

Luego, más arriba aún, Isaac, el pequeño maestro de todos nosotros.

Al menos estaba.

Como también estaba Timoneo en Transjordania.

Pero a estas alturas estarán todos para ir a la fiesta de Pentecostés.

Nos hemos dividido así, en muchos grupos, pequeños pero no pasivos.

Así, si nos persiguen, podrán capturar a algunos, pero no a todos – 

–           Habéis hecho bien.

Me extrañaba no encontraros por toda la Judea meridional…

–           Maestro… Por ahí ibas Tú…

¿Quién mejor que Tú?

¡Y además… ha recibido más de lo necesario para hacerse santa!…

¡Y sin embargo!…

Da piedras a quien lleva la palabra del Cielo.

Elías y José fueron agredidos en las hoces del Cedrón

y fueron a la Transjordania, a casa de Salomón.

A José le dieron un golpe en la cabeza con una piedra y casi lo mataron.

Pasaron ocho días en una gruta profunda, con uno que Tú habías mandado

y que conocía todos los secretos de los montes

Después de noche, lentamente fueron a la otra parte…

Discípulos y apóstoles están agitados:

Los primeros evocando estas persecuciones, los segundos conociéndolas.

Pero Jesús los calma diciendo:

—        Los Inocentes han teñido con la púrpura de su sangre inocente el camino de Cristo.

Pero ese camino debe ser purpurado una y otra vez, constantemente,

para borrar las huellas del Mal en el camino de Dios.

Es camino regio.

Lo purpuran los mártires por amor a Mí.

¡Bienaventurados entre los bienaventurados aquellos que por Mí sufren persecución!

Juan el expastor,

pregunta:

–         Maestro, estábamos hablando a esos labriegos.

¿No vas a hablar Tú ahora?

–          Id a decir que a la puesta del sol hablaré en la puerta de Emaús.

Ahora el sol lo impide.

Id. Y que Dios esté con vosotros.

Yo estaré al final de este camino.

Los bendice y reanuda la marcha, buscando sombra,

porque el sol es abrasador en el blanco camino,

en el que no hay más que dos delgadas franjas de sombra,

de plátanos puestos como protección en los bordes del camino.

Cercana a la puerta de Emaús hay una casa de campesinos.

Silenciosa, porque todos están en los campos trabajando.

En el corral ya están amontonadas las gavillas del día anterior.

Y hay heno en los rústicos heniles. El sol abrasador del mediodía

extrae un olor caliente del heno y las gavillas.

No se oye ruido alguno, aparte del zureo de las palomas y la parlería de los gorriones,

siempre chismosos y pendencieros.

Las unas y los otros van sin tregua del tejado, de los árboles cercanos a los montones de gavillas y de heno.

Son los primeros que saborean esos productos, picoteando entre las espigas enhiestas,

se enzarzan con golpes de ala, giran para arramplar más semillas,

para robar las pajitas más blandas de heno,

ávidos, batalladores, libres de escrúpulos.

Son los únicos ladrones comunes en Israel, donde notablemente existe

el máximo respeto a la propiedad ajena.

¡Las casas están abiertas, los corrales y las sin guardia!

Aparte de los rarísimos profesionales de la depredación,

los verdaderos bandidos que asaltan en las quebradas de los montes,

no hay ladronzuelos, ni siquiera, simplemente…

Golosos que alarguen la mano hacia el árbol frutal o hacia el pichón ajeno.

Cada uno va por su camino y aun cuando atraviesa la propiedad del prójimo,

es como si no tuviera ojos ni manos.

Es verdad que la hospitalidad se ejercita tan ampliamente,

que no hay necesidad de robar para poder comer.

Sólo para Jesús y por causa de un odio que es tan grande,

que suspende la costumbre secular de ser hospitalarios con el peregrino;

sólo para Él, se verifica el hecho de casas que niegan hospitalidad y comida.

Pero para los otros generalmente, siempre hay piedad, especialmente entre las clases humildes.

Y así sucede que sin miedo, los apóstoles, después de haber llamado a esta casa cerrada

y no haber encontrado a nadie,

se han refugiado debajo de un cobertizo en que hay aperos de labranza y cántaros vacíos.

Y como si fuera suyo, han hecho uso del heno para sentarse

de los cubos para sacar agua del pozo,

de las jarros para beber y mojar así los bocados de pan viejo y de cordero frío,

que comen casi en silencio;

por el mucho sueño que tienen y lo aturdidos que están por el sol.

Y con la misma libertad con que se han servido del heno y de las jarras;

se tumban en el fragante heno.

Muy pronto se oye un coro de ronquidos de distintos tonos y duración.

También Jesús está cansado.

Más que cansado, muy triste.

Mira durante un rato a los doce durmientes.

Ora. Piensa… Meditando…

Piensa mientras sigue con los ojos mecánicamente, las luchas de los gorriones y las palomas.

Viendo el vuelo de saeta de las golondrinas por el corral lleno de sol.

Da la impresión de que los chillidos de estas veloces dominadoras del vuelo,

ponen afirmaciones netas a las preguntas dolorosas que Jesús se plantea.

Luego también Él se echa sobre el heno.

Y pronto los dulces y tristes ojos de zafiro se velan bajo los párpados,

mientras el rostro se entona en el sueño

,.Y quizás porque se sume en el sueño con la tristeza en el corazón,

su rostro toma mucho de la expresión cansada y dolorosa,

que tendrá en la muerte

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