476 Reconociendo al Creador4 min read

476 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

406 En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles.

Está Jesús sentado en el patio interior de una casa de decente aspecto, pero no lujosa.

Parece muy cansado

Está sentado en un banco de piedra colocado al lado de un pozo bajo de brocal,

sobre el cual hay una pérgola verde en forma de arco.

Los racimos apenas si se insinúan.

Hace poco debe haber caído la flor, y los pequeños granos parecen de mijo,

colgados de sutiles pedúnculos verdes.

Jesús tiene apoyado el codo derecho en la rodilla derecha y el mentón en el hueco de la mano;

algunas veces, como para descansar mejor,

apoya el brazo, doblado, en el borde del pozo,

y en el brazo la cabeza.

Como si quisiera dormir.

El pelo entonces desciende como velo sobre su rostro cansado,

que se ve pálido y serio entre las matas onduladas de sus cabellos rubios cobrizos.

Una mujer va y viene con las manos enharinadas,

pasando de una habitación de la casa a un tabuco que está en el lado opuesto del patio

y que debe ser el horno.

Todas las veces mira a Jesús.

Pero no turba su descanso.

Debe estar ya cercano el atardecer.

porque el sol apenas toca la cima de la terraza que corona la casa;

cada vez menos, cada vez menos, hasta que la abandona.

Unas diez palomas quieren bajar al patio, zureando, para su última comida.

Giran alrededor de Jesús, como para hacerse idea de quién es el desconocido…

Y desconfiadas, no se atreven a posarse en el suelo.

Jesús deja sus pensamientos y sonríe…

extiende una mano, vuelta hacia arriba la palma,

y dice:

–          ¿Tenéis hambre? Venid.

Es como si hablara a seres humanos.

La más audaz se posa en esa mano.

Y después de ésta, otra y otra más.

Jesús sonríe, diciendo:

«No tengo nada Yo»

Ante sus peticiones hechas de arrullos.

Y luego llama a la mujer en voz alta:

«¡Mujer! Tus palomas tienen hambre.!

¿Tienes grano para ellas?».

Ella responde:

–          Sí, Maestro.

Está en el saco que hay debajo del pórtico.

Voy yo ahora.

–            Deja….

Se lo doy Yo. Me gusta.

–           No irán.

No te conocen.

–           ¡Tengo ya palomas en los hombros y hasta en la cabeza!…

Jesús camina en efecto, con su extraña cimera, hecha de una paloma plomosa, que tiene un

pecho que parece una coraza preciosa, por su riqueza de tornasoles.

La mujer incrédula, se asoma,

y exclama:

–            ¡Oh!

–           ¿Lo ves?

Las palomas son mejores que los hombres, mujer.

Sienten quién las quiere.

Los hombres… no.

-No te preocupes por lo sucedido, Maestro.

Aquí son pocos los que te odian;

los otros, si no todos te quieren, te respetan al menos.  

–           No, si esto no me deprime.

Lo digo para hacerte la observación de que frecuentemente los animales,

son mejores que los hombres.

Jesús ha abierto el saco y ha hundido en él su larga mano,

ha extraído el dorado grano y se lo ha puesto en el vuelo de su manto.

Lo cierra y vuelve al centro del patio;

defendiéndose de la intromisión de las palomas, que quieren servirse ellas mismas.

Abre su taleguito y esparce por el suelo los granos.

Riendo ante el carrusel que forman estas glotonas aves,

y por sus riñas.

Pronto acaba la comida.

Las palomas beben en un plato hondo que hay junto al pozo…. 

Y miran todavía a Jesús. 

Él les dice:

–         Ahora marchaos.

No hay nada más.

Los animalitos revolotean… 

Y se posan aún un poco en los hombros y las rodillas de Jesús,

para retirarse enseguida a sus nidos.

Jesús regresa a su sitio anterior y cae de nuevo en su meditación.

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