487 El Divino Alfarero10 min read

487 IMITAR A JESUS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

413 Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo.

La ciudad está llena de gente.

Jesús ha subido al Templo nada más entrar en Jerusalén, casi inmediatamente

porque ha entrado por la puerta situada junto a la Probática,

antes de que la gente se pudiera dar cuenta de que estaba en la ciudad,

antes de que la noticia se propagase desde la casa en que han dejado las bolsas

y se han limpiado el polvo y el sudor para entrar limpios en el Templo,

que está abarrotado de gente.

La indecorosa algazara de siempre, de vendedores

y cambistas; el aspecto calidoscópico de siempre, de colores y rostros.

Jesús con los apóstoles, que han comprado lo necesario para la ofrenda,

va directamente al lugar de oración y allí se detiene largamente.

Naturalmente lo ven muchos, buenos y malos, de forma que un susurro corre como el viento,

y con rumor de viento entre frondas,

por el vasto patio exterior donde la gente se detiene a orar.

Y cuando, después de la oración, Él se mueve para volver sobre sus pasos,

un séquito de gente, que se va engrosando cada vez más,

lo sigue por los otros atrios, pórticos, patios, hasta que, ya muchedumbre, lo circunda

y pide su palabra.

Jesús dice:

–          En otro momento, hijos.

En otro lugar.

Y levanta la mano para bendecir mientras trata de alejarse.

Pero si bien, esparcidos entre la gente, hay escribas, fariseos y doctores (éstos con sus discípulos)

que hacen risitas y se dicen los unos a los otros medias frases que son burlas: 

«Lo aconseja la prudencia»,

: «¡Eh, un poco de miedo…

«Ha alcanzado la edad del discernimiento»,

«Menos estúpido de cuanto pensábamos…»

La mayoría, los que por conocerlo con amor o por un buen deseo de conocerlo no odian, insisten diciendo:

–           ¿Nos vas a privar de esta fiesta en la Fiesta?

–          ¡Maestro bueno, no puedes hacerlo!

–          Muchos de nosotros han hecho sacrificios para estar aquí esperándote…

Y algunos le tapan la boca o responden bruscamente a algún sarcástico.

Está claro que la masa estaría dispuesta a pisotear a estas minorías malvadas,

las cuales, astutas y subrepticias, captan el mensaje y no sólo se callan,

sino que tratan de alejarse.

Y, a pesar de estar dentro de los muros del Templo, muchos no vacilan en hacer, a espaldas de los que se alejan,

gestos de burla, o en lanzar algún epíteto;

mientras otros de los más ancianos y por tanto más reflexivos,

preguntan a Jesús: 

–          ¿Qué va a ser, Tú que sabes…

De este lugar, de esta ciudad, de todo Israel: que no se pliegan a la Voz del Señor?

Jesús mira con piedad a estas cabezas entrecanas o blancas por completo.

Y responde:

–            Jeremías (18, 1-11, 19, 10; 20, 1-2; 24, 1-2)

Os dijo lo que será de aquellos que ante la centella del enojo divino, responden con aumento de pecado,

de aquellos que toman la piedad divina como prueba de debilidad por parte de Dios.

Porque de Dios nadie se burla, hijos.

Vosotros, como dijo el Eterno por boca de Jeremías, sois como la arcilla en las manos del alfarero,

como arcilla son los que se creen potentes, como arcilla son los habitantes de este lugar y los del palacio.

No hay poder humano que pueda oponer resistencia a Dios.

Y si la arcilla se opone al alfarero y quiere tomar formas extrañas, horribles,

el alfarero reduce de nuevo lo ya hecho a un puñado de arcilla y da nueva forma a su vasija,

hasta que ésta se persuade de que el más fuerte es el alfarero

y hasta que no se pliega a su voluntad.

Y puede incluso suceder que la vasija, por obstinarse en no dejarse modelar,

por repeler el agua con que el alfarero la moja para poder modelarla sin grietas,

quede reducida a fragmentos.

Entonces el alfarero arroja a la basura la arcilla reacia, los cascos inútiles, intrabajables.

Y toma arcilla nueva y la plasma en la forma que mejor le parece.

¿No dice esto el Profeta narrando el símbolo del alfarero y de la vasija de arcilla?

Esto dice. Y, repitiendo las palabras del Señor, dice: 

“Así, como la arcilla en las manos del alfarero, tú estás, oh Israel, en las manos de Dios».

Y añade el Señor, como aviso a los reacios, que sólo la penitencia y el arrepentimiento ante la corrección de Dios

pueden hacer modificar el decreto de Dios de castigo hacia el pueblo rebelde.

Israel no se ha arrepentido.

Por eso las amenazas de Dios contra Israel se han repetido una y mil veces con toda gravedad.

Israel no se arrepiente ni siquiera ahora, ahora que no un profeta, sino más que un profeta, le habla.

Y Dios, que ha tenido para con Israel la suprema misericordia y me ha enviado, ahora os dice:

«Puesto que no escucháis a mi propia Voz, me doleré del bien que os he hecho y prepararé contra vosotros la desventura».

Y Yo, que soy la Misericordia, aun sabiendo que esparzo inútilmente mi voz, grito a Israel:

«Que cada uno vuelva sobre sus pasos dejando su mal camino.

Haced, cada uno, recta vuestra conducta y vuestras tendencias.

Para que, al menos, cuando se cumpla el designio de Dios para la Nación culpable,

los mejores de ella,

en medio de la pérdida general de los bienes, de la libertad, de la unión,

conserven su espíritu libre de la culpa, unido a Dios, y no pierdan los bienes eternos

de la misma forma que habrán perdido los bienes terrenos».

Las visiones de los profetas no suceden sin una finalidad:

la de avisar a los hombres de lo que puede ocurrir.

Y ha sido dicho, por medio de la figura de la vasija de arcilla cocida, rota en presencia del pueblo,

lo que les espera a las ciudades y reinos que no se dobleguen ante el Señor y…

Los ancianos, escribas, doctores y fariseos, que antes se habían marchado;

deben haber ido a avisar a los guardias del Templo y a los magistrados encargados del orden.

Y uno de ellos, seguido por un puñado de estos guardias de pasta de papel, que de guerrero sólo tienen las caras

(una mixtura de estupidez con un poco de malicia y una buena dosis de dureza, por no decir de delincuencia),

viene hacia Jesús, que está hablando apoyado en una columna del pórtico de los Paganos,

Y no pudiendo atravesar la compacta barrera de la muchedumbre que hace círculo en torno al Maestro,

Grita:

–         ¡Vete!

¡O haré que mis soldados te pongan fuera de los muros…!

La gente se rebela contra estos soldados de caricatura.

Y muestra claramente que no tiene intención de dejar que se injurie al Maestro. –

–         ¡Uf! ¡Uf!

–          ¡Los moscardones verdes!

–          ¡Los héroes contra corderos!

–         ¿Y no sabéis entrar a arrestar a los que hacen de Jerusalén un lupanar, del Templo un mercado?

–           Vete de aquí, cara de conejo, ve con las garduñas…

–          ¡Uuu! ¡Uuu!

El jefe de estos… tutores del orden.

Dice excusándose: 

–           Obedezco las órdenes recibidas…

Pero la gente lo acribilla: 

–           Tú obedeces a Satanás y no te das cuenta.

–            Ve, ve a impetrar misericordia por haber osado insultar y amenazar al Maestro.

–          ¡El Maestro no se toca!

–          ¿Habéis entendido?

–          Vosotros, nuestros opresores; Él, el Amigo de los pobres.

–          Vosotros, nuestros corruptores; Él, nuestro Maestro santo.

–          Vosotros, ruina nuestra; Él, nuestra Salud.

–          Vosotros, pérfidos; Él, bueno.

–         ¡Fuera! Si no, os haremos lo que Matatías hizo en Modín.

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–         Os tiramos abajo por la cuesta del Moira como a altares idolátricos…

Y hacemos limpieza lavando con vuestra sangre el lugar profanado.–  

 –          Y los pies del único Santo de Israel pisarán esa sangre para ir al Santo de los Santos a reinar, Él que lo merece.

–           ¡Fuera de aquí!

–          ¡Vosotros y vuestros jefes!

–           ¡Fuera, esbirros siervos de esbirros!…

Se forma un tumulto espantoso…

De la Antonia acuden las guardias romanas con un suboficial viejo, severo, expeditivo.

Que los conmina diciendo:

–         ¡Abrid paso, asquerosos!

¿Qué pasa aquí?

¿Os estáis descuartizando entre vosotros por alguno de vuestros corderos sarnosos?

magistrado trata de explicar:  

–            Se rebelan contra los guardias..

–            ¡Por Marte invicto! 

 ¿Estos… guardias? ¡Ja! ¡Ja!

Ve a combatir contra las cucarachas, guerrero de bodega.

Hablad vosotros… – ordena a la gente.  

Varios responde:

–           Querían imponer silencio al Rabí galileo.

Querían echarlo.

Quizás arrestarlo…

–           ¿Al Galileo?

Non licet.

En la lengua de Roma os digo la frase del degollado. ¡Ja! ¡Ja!

Vete a tu caseta tú y tus gozquezuelos.

Y di que se estén en su caseta también los mastines…

Que la Loba los sabe también descuartizar…

¿Comprendido?

Sólo Roma tiene derecho de juicio.

Y Tú, Galileo, cuenta tus fábulas si quieres… ¡Ja! ¡Ja!

Y se vuelve de golpe, con relumbre de corazas al sol.

Y se marcha.  

Algunos dicen: 

–           Exactamente como a Jeremías…

–           Como a todos los profetas debes decir…

–           Pero Dios triunfa igual.

–           Maestro, sigue hablando.

–            Las víboras han huido.

–            No.

Dejadlo que se marche.

–          No vaya a ser que vuelvan con más fuerza y lo encadenen los nuevos Pasjures…

–           No hay peligro…

–          Mientras dura el rugido del león, no salen las hienas…

La gente habla y comenta formando una buena confusión.

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