494 Un Milagro Silencioso
494 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
416 Curación del discípulo José.
Jesús llega al pueblo de Salomón con la noche ya muy avanzada.
La Luna, por la posición en que se encuentra es casi el albor de la tercera vigilia.
Una bonita Luna, apenas un poco menguada, que desde el medio del cielo sereno;
resplandece expandiendo su luz plateada sobre la tierra.
Una noche llena de claridad y abundante rocío…
Los fuertes rocíos de los países calientes, benéficos para las plantas después de la quemazón diurna del sol.
Es de madrugada y la hermosa luna resplandece iluminando la tierra con suave y tranquila paz.
El rocío es casi un manto de lluvia finísimo y los peregrinos llegan al bosque que está muy cerca del río Jordán.
Limitando las orillas con su intensa red de raíces que hay cerca del agua.
Los peregrinos deben haber seguido el guijarral del río, que hacia las orillas está seco;
porque el caudal es más restringido por el estiaje.
Y suben de los cañizares al bosque que limita las márgenes.
con sus numerosos árboles que se sostienen con la red de las raíces hundidas en la tierra cercana al agua.
Jesús indica:
– Vamos a detenernos aquí, en espera de que llegue el día.
Mateo, intenta protestar:
– Maestro…
yo ya no puedo ni con mi alma, soy todo un dolor…
Felipe añade:
– Y a mí me parece que he pillado fiebre.
El río en verano no es saludable…
Lo sabes.
Zelote se compadece de Jesús, a quien todos manifiestan sus pequeños miedos…
Sus dolores y hasta el malhumor que pudiera haber…
Tiene piedad de su Maestro, al cual ninguno comprende el estado de ánimo…
Zelote dice:
– De todas formas…
Hubiera sido peor si del río hubiéramos subido a los montes de la Judea.
También esto lo sabéis todos.
Jesús contesta:
– No te preocupes, Simón.
Tienen razón…
Pero dentro de poco descansaremos.
Os lo ruego.
Un poco más de camino…
Esperemos aquí.
Dentro de poco tiempo amanecerá…
Iscariote refunfuña:
– Es que aquí…
No hay donde detenerse…
Tomás le contesta con su incansable buen humor:
– ¿Tienes miedo de que se te echen a perder los vestidos?
Con esta caminata de galeotes que hemos hecho;
entre el polvo y el rocío, ya no hay que pavonearse de ellos.
¿Tienes miedo de estropearte la túnica?
¡Vamos despierta!
¡Que después de estas marchas de penados entre polvo y rocío, olvídate ya de presumir vestiduras!
Y además…
Así le gustaría más al afable Elquías.
Tus grecas… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
¡Las grecas de tu recamado!…
¡Ja, ja, ja!
Las de arriba, las de abajo y las de las mangas, se quedaron a trozos entre los espinos del desierto de Judea.
Y las del cuello… te las acabó el sudor…
Ahora eres un perfecto judío…
Airado, Judas replica:
– Un perfecto y repugnante sucio.
Y me da asco.
Pero nadie se ríe.
Judas de Keriot, que es muy vanidoso y siempre le gusta andar muy elegante e impecable en toda su persona;
le replica enojado:
– Estoy hecho un perfecto harapiento.
Estoy sucio y me da asco…
De todas formas, gracias a Dios, ninguno replica.
Jesús aconseja con calma:
– ¡Qué te baste tener limpio el corazón, Judas!
Es lo que importa…
Judas se impacienta,
y dice con grosería:
– ¡Lo que importa!…
¡Lo que importa es que…!
Estamos muertos de cansancio… de hambre.
Nuestra salud se está perjudicando…
¡Y es lo único que importa!
– No te detengo a la fuerza. tú eres el que quieres quedarte…
– ¡Bueno!…
Me conviene estarme… Soy…
– Termina la palabra que te quema:
“Estoy comprometido a los ojos del Sanedrín”
Pero puedes siempre reparar…
Y volver a conquistar su confianza…
– No quiero reparar…
porque te amo y quiero estar contigo.
Entre dientes,
Judas Tadeo dice:
– Pero lo dices de tal manera; que más bien que amor parece Odio…
Judas replica:
– Es que… cada quién tiene su manera de manifestar su amor.
Santiago de Zebedeo interviene:
– ¡Oh, sí!
Hay quién dice que ama a su mujer y la mata a palos…
No me gustaría esta clase de amor…
Ha tratado de acabar la discusión con un chiste…
Pero nadie se ríe y tampoco nadie le replica.
Jesús dice:
– Ya veis cómo la Luna cambia su curso hacia occidente.
¿Por que despertar a ese anciano y a José, que quizás está enfermo todavía…
Cuando dentro de poco será de día?…
– Vamos a ir a sentarnos a la puerta de la casa.
El alero es ancho y protege del rocío.
Y está ese resalto que hace de base a la casa…
Los apóstoles obedecen sin decir nada.
Cuando llegan a la casa, se sientan en fila en su base.
Pero la simple observación de Tomás:
– Tengo hambre.
Estas caminatas nocturnas dan hambre.
Enciende de nuevo la cuestión.
Y es otra vez Judas quien responde:
– ¡Caminatas!
¡Lo que pasa es que desde hace días se vive con nada!
La verdad es que en casa de Nique y de Zaqueo hemos comido y bien.
Nique nos dio tanto, que hemos tenido que dar a los pobres, porque se habría estropeado.
Andrés observa:
– El pan no nos ha faltado nunca.
Nos dio también pan y manjares aquel caravanero…
Judas, que no puede negarlo, calla.
Un gallo lejano saluda el primer indicio de la alborada.
Desperezándose, porque casi se había dormido,
Pedro dice:
– ¡Oh! ¡Bien!
¡Dentro de poco el alba!
Todos esperan en silencio a que se aproxime el día.
Diversos sonidos anuncian:
Se escucha un balido en un aprisco…
Luego un rebuzno lejano que viene del camino principal, a las espaldas de ellos…
Un cercano cru-cru de las palomas de Ananías.
Una ronca voz de hombre entre los cañizares…
Es un pescador que vuelve con la pesca nocturna y que profiere imprecaciones, porque es poca.
Ve a Jesús y se detiene.
Vacila.
Dice:
– ¡Si te doy la pesca, me prometes abundancia en el futuro?
Jesús responde:
– ¿Por ganancia o por necesidad?
– Por necesidad.
Tengo siete hijos, mi mujer y la madre de mi mujer.
– Tienes razón.
Sé una persona benéfica y te prometo que no te faltará lo necesario.
– Ten, entonces.
Está también allá adentro, ese herido que no se recupera a pesar de los cuidados…
– Que Dios te remunere y te dé paz.
El hombre saluda y se marcha;
dejando sus peces ensartados por la boca en una ramita de sauce.
Se abate de nuevo el silencio…
Quebrado apenas por el frufrú de las cañas, por algún trinar de pájaros…
Luego se oye un chirrido muy cercano…
La rústica verja que Ananías ha construido, gira chirriando y el anciano se asoma al camino escrutando el cielo.
Le sigue la oveja balando…
Jesús lo saluda:
– ¡La paz a ti, Ananías!
Sorprendido, el anciano se vuelve hacia la Voz inconfundible.
Y pregunta:
– ¡Maestro!
Pero… ¿Desde cuándo estás ahí?
¿Por qué no has llamado para que se te abriera?
– Desde hace poco.
No quería molestar a nadie…
¿Cómo está José?
Está mal.
Le sale materia de una oreja y sufre mucho de la cabeza.
Creo que morirá.
Quiero decir que creía.
Ahora estás Tú y creo que se curará.
Salí a buscar hierbas para unas cataplasmas…
– ¿Están aquí los compañeros de José?
– Dos.
Los otros se han adelantado ya.
Aquí están Salomón y Elías.
– ¿Os han molestado los fariseos?
– Poco después de tu partida.
Luego ya no.
Querían saber a dónde habías ido.
Dije: “A casa de mi nuera, a Masada”.
¿Hice mal?
– Hiciste bien.
– ¿Y… has estado? – el anciano está ansioso y expectante.
– Sí.
Está bien.
– Pero… ¿No te escuchó?
– No.
Hace falta orar mucho por ella.
– Y por sus hijos pequeños…
Que los eduque para el Señor…
Termina el anciano, mientras dos lagrimones caen para decir lo que él calla.
Finaliza preguntando:
– ¿Los viste?
– A uno puedo decir que lo vi…
A los otros sólo de refilón.
Están todos bien.
– Ofrezco a Dios renuncia y perdón…
De todas formas…
Es muy amargo decir: “No volveré a verlos”…
– Pronto verás a tu hijo…
Y con él estarás en el Cielo en paz.
– Gracias, Señor.
Y haciendo ademán con el brazo, invita:
Entra…
– Sí.
Vamos enseguida donde el herido.
¿Dónde está?
– En la mejor cama.
Entran en el huerto, que está bien ordenado.
Luego del huerto pasan a la cocina.
Y de la cocina a la pequeña habitación.
Jesús se agacha hacia el enfermo, que duerme gimiendo.
Se inclina cada vez más…
Y espira hacia la oreja, envuelta en hilas ya llenas de pus.
Se endereza de nuevo.
Retrocede sin hacer ruido.
– ¿No lo despiertas? – pregunta el anciano en voz baja.
– No.
Déjalo dormir.
Ya no tiene dolor.
Se repondrá.
Vamos donde los demás.
Jesús entorna la puerta sin hacer ruido…
Y pasa a la habitación grande, donde están los lechos comprados la otra vez.
Los dos discípulos cansados, duermen todavía.
Ananías explica:
– Velan hasta el alba.
Yo del alba hasta la caída de la tarde.
Así que están cansados.
Son muy buenos.
Los dos deben dormir con los oídos abiertos, porque se despiertan inmediatamente
diciendo:
– ¡Maestro!
– ¡Nuestro Maestro!
¡A tiempo has llegado!
– José está…
– Curado.
Ya lo he hecho.
Duerme sin saberlo.
Pero ya no tiene nada.
Sólo tendrá que limpiarse la podredumbre y estará sano como antes.
– ¡Oh! Entonces límpianos también a nosotros, porque hemos pecado.
– ¿En qué?
– Por asistir a José no hemos estado en el Templo…
– La caridad hace un templo en todo lugar.
Y en el Templo de la caridad está Dios.
Si todos nos amáramos, la Tierra sería toda un Templo.
Estad en paz.
Día llegará en que Pentecostés quiera decir “Amor”.
Manifestación del amor.
Vosotros habéis celebrado precediendo a los meses, el Pentecostés futuro…
Porque habéis amado a vuestro hermano.
Desde la otra habitación, la voz de José llama:
– ¡Ananías!
¡Elías! ¡Salomón!
¡Mirad que estoy curado!
Y el hombre aparece, vestido sólo con la túnica corta;
enflaquecido, todavía pálido, pero sin sufrimiento.
Ve a Jesús y dice:
– ¡Aaaah!
¡Has sido Tú, Maestro mío!
Y corre a postrarse, para besarle los pies.
Jesús lo saluda amoroso
– Que Dios te dé paz, José.
Y perdóname si has sufrido por Mí.
– Me glorío de haber derramado sangre por Ti…
Como la derramó mi padre.
Te bendigo por haberme hecho digno de esto.
El rostro rústico de José, resplandece con la alegría de estas palabras.
Y adquiere tanta nobleza, con una belleza que viene de una luz interior.
Jesús le hace una caricia…
Y dice a Salomón:
– Tu casa sirve para hacer mucho bien.
Salomón responde.
– ¡Porque es tuya, ahora!
Antes servía sólo para el sueño pesado del barquero.
Pero me alegro de que te haya servido y esté sirviendo a este justo.
Ahora tendremos algunos días buenos aquí contigo.
– No, amigo.
Vosotros partiréis enseguida.
Ya no se nos concede descanso.
Este tiempo será verdaderamente de prueba…
Y sólo las voluntades fuertes permanecerán fieles.
Ahora vamos a compartir el pan.
Partiréis luego, siguiendo el curso del río, precediéndome en media jornada.
– Sí, Maestro.
¿También José?
– También.
A menos que tema una nueva herida…
José exclama:
– ¡Maestro!
¡Quiera Dios que te precediera en la muerte dando mi sangre por Ti!
Salen al huerto rociado, brillante bajo el sol matinal.
Y Ananías hace los honores recogiendo los higos tempranos, de las ramas más propicias para la maduración.
Y pide disculpas por no poder ofrecer un pichoncito…
Debido a que las dos nidadas han sido usadas para el enfermo.
Pero están los peces.
Y con gran rapidez, se ponen a preparar la comida.
Jesús pasea entre Elías y José, los cuales cuentan la aventura pasada.
Y la fuerza de Salomón, que llevó a hombros al herido durante muchos kilómetros…
La mayoría recorridos de noche en pequeñas etapas…
Jesús pregunta:
– Pero tú José, perdonas, ¿No?
A quien te hirió.
José responde:
– Nunca he sentido rencor hacia esos desdichados.
He ofrecido el perdón y el sufrimiento por su redención.
– ¡Es como hay que hacer, discípulo bueno!
¿Y Ogla?
– Ogla fue con Timoneo.
No sé si continuará siguiéndolo o si se detendrá en el Hermón.
Hablaba siempre de que quería ir al Líbano.
– Ya.
Que Dios lo guíe para lo mejor.
Ahora un intenso trinar de pájaros hace coro en las frondas.
Hay balidos, voces de niños, de mujeres, rebuznos;
garruchas chirriantes en los pozos denotan que el pueblo está despierto.
En el mismo huerto se parten los panes y se distribuyen los peces.
Se consume la comida.
Y sin dilación los tres discípulos, bendecidos por Jesús, dejan la casa.
Recorren raudos el camino que va hasta el río…
Y se introducen en los cañaverales frescos y umbrosos…
Ya no se los ve…
Jesús ordena:
– Ahora vamos a descansar hasta la caída de la tarde.
Luego los seguiremos.
Y, quién en las yacijas, quién encima de un montón de redes, trenzadas por Ananías.
El cual explica que así no está ocioso y gana su pan de cada día.
Todos se tumban, buscando un buen sueño reparador.
Ananías entretanto, recoge las túnicas sudadas, sale sin hacer ruido, cierra la puerta y la verja.
Y baja al río a lavarlas, para que estén frescas y secas para el atardecer…