512 El Hombre-Dios
512 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
427 Bartolomé instruye a Áurea Gala.
Son tan precoces las albas estivas…
Que breve es el tiempo que media entre el ocaso de la Luna y la aparición del primer albor.
De manera que, a pesar de que hayan caminado ligeros;
la fase más oscura de la noche los sorprende todavía en las cercanías de Cesárea.
Y tampoco da suficiente luz una rama encendida de un arbusto espinoso.
Es necesario hacer un alto…
Incluso porque la jovencita, menos acostumbrada que ellos a caminar de noche;
tropieza a menudo en las piedras medio sepultadas en la arena, del camino.
Caminan rápido y todavía está oscuro en las cercanías de Cesárea.
Jesús dice:
– Es mejor detenernos un poco.
Castañeteando los dientes, mezclando hebreo y latín en un nuevo idioma, para hacerse entender…
La niña responde rápida:
– No, no.
Si puedo…
Vámonos lejos, lejos, lejos…
Podría venir…
Por aquí pasamos para ir a esa casa.
Jesús trata de tranquilizarla:
– Iremos detrás de aquellos árboles y nadie nos verá.
No tengas miedo.
Bartolomé, para darle ánimos,
dice:
– No tengas miedo.
A estas horas, ese romano está debajo de la mesa, borracho como una cuba,
convertido en una sopa de vino…
Pedro agrega:
– Y estás con nosotros.
¡Todos te queremos!
No permitiremos que te hagan daño.
¡Oh! ¡Somos doce hombres fuertes!…
Pedro, que apenas es un poco más alto que ella.
Él tan corpulento, cuánto grácil y delicada es ella.
Él quemado por el sol y ella blanca como alabastro.
¡Pobre florecita que fue criada para ser solamente estimulante, valiosa, admirada y más preciosa!
Entonces se escucha la voz llena de amor de Juan…
La jovencita, a la última luz de la improvisada antorcha;
Levanta sus maravillosos ojos azul verde como reflejo del mar,
con dos limpios iris aún brillantes por el llanto vertido con el terror de poco antes…
Es recelosa, pero, no obstante, de ellos se fía…
Juan le dice:
– Eres una hermanita nuestra.
Y los hermanos defienden a sus hermanas.
Y cruza con ellos el arroyo seco que está pasado el camino.
Para entrar en una propiedad que termina allí en un tupido huerto.
Es noche oscura.
Cuando llegan a la arboleda,
se sientan y aguardan.
Los hombres se dormirían gustosos…
Pero a ella cualquier ruido la hace gritar.
Y el galope de un caballo la hace agarrarse convulsa al cuello de Bartolomé;
que quizás por parecer el más anciano, atrae su confianza y confidencia.
Por tanto es imposible dormir.
Bartolomé le dice:
– No tengas miedo.
Cuando uno está con Jesús, nunca sucede una desgracia.
La niña contesta temblando:
– ¿Por qué?
Mientras sigue todavía asida al cuello de Bartolomé.
– Porque Jesús es Dios en la tierra.
Y Dios es más fuerte que los hombres.
– ¿Dios?
¿Qué cosa es Dios?
Bartolomé exclama:
– ¡Pobre criatura!
Pero, ¿Cómo te educaron?
¿No te enseñaron nada?…
La niña contesta:
– Sí.
A conservar blanco el cutis.
brillante la cabellera.
A obedecer a los patrones.
A decir siempre que sí…
Pero yo no podía decir sí al romano…
Era feo y me daba miedo.
¡Todo el día tenía miedo!
En su casa siempre había unos ojos…
Siempre allí…
Cuando en el baño, en los vestidores dónde uno se viste;
en el cubiculum…
Siempre estaban unos ojos…
Y esas manos… ¡Oh!
¡Y si alguien no decía sí, era apaleado!…
Y comienza a llorar.
Jesús dice:
– No lo serás más.
¡Ya no recibirás más palos!
Ya no está el romano.
Ni están sus manos…
Lo que hay es la paz…
Felipe comenta:
– ¡Es una crueldad!
Cómo a bestias y peor todavía…
Porque a una bestia le enseñas su oficio.
Y los otros comentan:
– ¡Pero qué horror!
¡Como a animales de valor, no más que como a animales!
Y peor todavía…
Porque un animal sabe al menos que le enseñan a arar.
O a llevar la montura y el bocado porque ésa es su función.
Pero a esta criatura la lanzaron sin saber…
Ella responde:
– Si hubiese sabido, me hubiera arrojado al mar.
Él decía: ‘Te haré feliz…’
Zelote dice:
– De hecho te hizo feliz.
De una manera que nunca imaginó.
Feliz en la tierra y feliz en el Cielo.
conocer a Jesús, es la felicidad.
Hay un silencio en el que todos y cada uno,
meditan en las crueldades y los horrores del mundo.
Luego en voz baja, la niña le pregunta a Bartolomé:
– ¿Me puedes decir que es Dios?
¿Y por qué Él es Dios?…
Después de una pausa agrega:
– ¿Porque es hermoso y bueno?…
Bartolomé se siente atolondrado.
Se toma de la barba con perplejidad.
Y dice lleno de incertidumbre:
– Dios…
¿Cómo haré para enseñarte a ti, que no tienes ninguna idea de religión en tu cabeza?
¿Qué estás vacía de toda idea religiosa?
– ¿Religiosa?
¿Qué es?
Esto provoca otra pregunta todavía más complicada, para el abrumado apóstol:
– ¿Qué cosa es religión?
Bartolomé decide pedir auxilio:
– ¡Oh, que esto no me lo esperaba!…
¡Altísima Sabiduría!
¡Me siento como uno que se está ahogando en un gran mar!
¿Cómo me las arreglo ante esta sima?
¿Qué puedo hacer ante el abismo?
Jesús aconseja:
– Lo que te parece difícil, es muy sencillo Bartolomé.
Es un abismo, sí.
Pero vacío…
Y puedes llenarlo con la Verdad.
Peor es cuando los abismos están llenos de fango, veneno, serpientes.
Habla con la sencillez con que hablarías a un niño pequeño.
Y ella te entenderá mejor, como no lo haría un adulto.
Bartolomé pregunta:
– ¡Maestro!
¿Pero no podrías hacerlo Tú?
– Podría.
Pero la niña aceptará más fácilmente las palabras de un semejante suyo:
que las mías que son de Dios.
Y por otra parte es que…
Os encontraréis en lo futuro ante estos abismos y los llenaréis de Mí.
Debéis pues aprender a hacerlo.
– Es verdad.
Voy a intentarlo.
Lo probaré…
Después de pensarlo un poco, Bartolomé pregunta:
– Oye niña, ¿Te acuerdas de tu mamá?
Ella sonríe y contesta:
– Si, señor.
hace siete años que…
Que las flores florecen sin ella.
Pero antes estaba con ella.
– Está bien.
¿La recuerdas?
¿La amas?
Ella solloza con un:
– ¡Oh!
Y da un pequeño grito.
El acceso de llanto unido a la exclamación lo dice todo.
– ¡Pobre criatura!
No llores.
¡Pobre niña!
Escucha:
Oye, el amor que tienes por tu mamita…
– Y por mi papá y por mis hermanos… -contesta sollozando.
– Sí.
Por tu familia…
El amor por tu familia.
Los pensamientos que guardas por ella.
El deseo que tienes de regresar a ella…
– ¡Nunca más los veré…!
¡Ya nunca…!
– Pero todo es algo que podría llamarse religión de la familia.
Las religiones, las ideas religiosas son el amor…
El pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel o aquellos en quienes creemos;
a quienes amamos y anhelamos;
a quienes deseamos ver…
Ella señalando a Jesús,
pregunta:
– Si yo creo en ese Dios que está allí.
¿Tendré una religión?…
¡Es muy fácil!
Bartolomé está totalmente desorientado:
– ¡Bien!
¿Fácil qué cosa?…
¿Tener una religión o creer en ese Dios que está allí?
La niña dice convencida:
– En ambas cosas…
Porque fácilmente se cree en un Dios Bueno, como el que está allí.
El romano me nombraba muchos y juraba.
Decía:
‘¡Por la diosa Venus!
¡Por el dios Júpiter!
¡Por el dios Cupido!
Han de ser dioses malos, porque él hacía cosas malas cuando los invocaba.
Pedro comenta en voz baja:
– No es tan tonta la niña.
Ella dice:
– Pero yo no sé todavía que cosa es Dios.
Veo que es un hombre como tú…
Entonces es un Hombre- Dios.
¿Y cómo se hace para comprenderlo?
¿En qué aspecto es más fuerte que todos?
No tiene ni espada, ni siervos…
Bartolomé suplica:
– Maestro, ayúdame…
Jesús responde:
– No, Nathanael.
Enseñas muy bien.
– Lo dices porque eres bueno.
Busquemos otro modo de seguir adelante.
Se vuelve hacia la niña,
diciendo:
– Oye niña…
Oye niña, Dios no es hombre…
Él es como una luz, una mirada, un sonido tan grandes, que llenan el cielo y la tierra e iluminan todo.
Y todo lo ve, instruye todo y a todo da órdenes…
Y en todas las cosas manda…
– ¿También al romano?
Entonces no es un Dios bueno.
¡Tengo miedo!…
Bartolomé se apresura a aclarar:
– Dios es bueno y da órdenes buenas.
A los hombres les ha prohibido armar guerras, hacer esclavos;
arrebatar a las hijitas de sus madres y espantar a las niñas…
Pero los hombres no siempre escuchan las órdenes de Dios.
Ella dice:
– Pero tú, sí.
– Yo sí.
– Si es más fuerte que todos…
¿Por qué no se hace obedecer?
¿Y Cómo habla, si no es un hombre?
Bartolomé está perdido,
y exclama:
– ¡Dios…!
¡Oh, Maestro!…
Jesús dice:
– Sigue.
Sigue, Bartolomé.
Eres un maestro muy competente.
Sabes decir con gran simplicidad pensamientos muy profundos.
¿Y ahora ya no quieres seguir?…
¿Siendo un maestro tan sabio?
¿Y sabiendo decir con tanta sencillez los más altos pensamientos, tienes miedo?
¿No sabes que el Espíritu Santo está en los labios de los que enseñan la Justicia?
Bartolomé argumenta:
– Parece fácil cuando se te escucha.
Todas tus palabras están aquí dentro.
¡Pero sacarlas afuera cuando se debe hacer lo que Tú haces!…
¡Oh, miseria de nosotros los humanos!
¡Maestros inútiles!
¡Ay, míseros de nosotros, pobres hombres!
¡Qué maestros de tres al cuarto!
– El reconocer la nulidad propia,
predispone el corazón a la enseñanza del Espíritu Paráclito…
– Está bien, Maestro…
De todas formas vamos a intentar seguir adelante.
Se vuelve hacia ella, mirándola con ternura,
diciendo:
– Escucha, niña…
Dios es fuerte, fortísimo.
Más que César.
Más que todos los hombres juntos con sus ejércitos y sus máquinas de guerra…
Pero no es un amo despiadado que haga decir siempre que sí…
so pena del azote para quien no lo dice.
Dios es un Padre.
¿Te quería mucho tu padre?
– ¡Mucho!
Me puso por nombre Áurea Gala, porque el oro es precioso.
Y Galia es mi patria.
Y decía que me amaba más que el oro que en otro tiempo tuvo…
Y más que a la patria…
– ¿Te azotó tu padre?
Áurea Gala contesta:
– No. Jamás.
Cuando no me portaba bien, me decía:
‘Pobrecita hija mía’ y lloraba.
– ¡Eso!
Así hace Dios.
Es Padre, nos ama y llora si somos malos.
Pero no nos obliga a obedecerle.
Pero el que decide ser malo, un día será castigado con suplicios horrendos…
– ¡Oh, qué bueno!
El dueño que me arrebató de mi madre y me llevó a la isla.
Y también el romano, irán a los suplicios.
¿Y lo veré?…
Esto es demasiado para el pobre Nathanael,
que contesta:
– Tú verás de cerca a Dios, si crees en Él y eres buena.
Y para ser buena no debes odiar ni siquiera al romano.
– ¿No?
¿Y cómo lograrlo?
– Rogando por él.
– ¿Qué es rogar?
– Hablar con Dios diciéndole que lo amamos.
Y pidiéndole lo que necesitamos…
Ella llevada por su coraje, con salvaje vehemencia,
exclama apasionadamente:
– Pero, ¡Yo quiero que mis dueños tengan una mala muerte!
Bartolomé objeta:
– No.
No debes…
Jesús no te amará si dices así.
– ¿Por qué?
– Porque no se debe odiar a quien nos ha hecho el mal.
– Pero no puedo amarlos.
– Pero puedes por ahora no pensar en ellos.
Trata de olvidarlos…
Luego, cuando Dios te instruya más…
Rogarás por ellos.
Decíamos pues, que Dios es Poderoso, pero deja a sus hijos en libertad de obrar.
Ella pregunta:
– ¿Yo soy hija de Dios?…
¿Tengo dos padres?…
¿Cuántos hijos tiene Dios?…
Bartolomé contesta:
– Todos los hombres son hijos de Dios, porque han sido hechos por Él.
¿Ves las estrellas allá arriba?
Las ha hecho Él.
¿Y estos árboles?
Los ha hecho Él.
¿Y la tierra donde estamos sentados?
¿Y aquel pájaro que canta?
¿Y el mar con su grandeza?
¡TODO!
¡Y a todos los hombres!
Y los hombres son más hijos que todo, porque son hijos por una cosa que se llama alma…
Y que es luz, sonido, mirada, no grandes como su luz, su sonido, su mirada, que llenan el Cielo y la Tierra;
pero hermosos de todas formas.
Y que no mueren nunca, como tampoco muere Él.
Porque es una partecita de Dios que es inmortal como Él.
– ¿Dónde está el alma?
¿Tengo yo también un alma?
– Sí.
En tu corazón.
Y es la que te ha hecho comprender que el romano era malo.
Y ciertamente no te hará desear ser como él.
¿No es verdad?
– Sí…
Áurea reflexiona después del titubeante si…
Y luego con firmeza dice:
– ¡Sí!
Era como una voz de dentro y una necesidad de que alguien me auxiliara…
Y con otra voz aquí dentro – pero esta era mía – llamaba a mi mamá…
Porque no sabía que existía Dios, que existía Jesús…
Si lo hubiera sabido, le habría llamado a Él con aquella voz que tenía aquí dentro.
Jesús interviene:
– Has comprendido bien, niña.
Y crecerás en la Luz.
Yo te lo aseguro.
Cree en el Dios verdadero.
Escucha la voz de tu alma alma en la que no existe todavía una sabiduría adquirida,
pero en la que tampoco existe mala voluntad…
Y encontrarás en Dios a un Padre.
Y en la muerte, que es un paso de la tierra al Cielo para los que creen en el Dios Verdadero y son buenos…
Encontrarás un lugar en el Cielo cerca de tu Señor.
Como ella se ha arrodillado delante de Él,
Jesús le pone su mano sobre la cabeza.
Áurea dice:
– Cerca de Ti.
¡Qué bien se siente uno al estar contigo!
No te separes de mí, Jesús…
Ahora sé Quién Eres y por eso me arrodillo.
En Cesárea tuve miedo de hacerlo…
Me parecías sólo un hombre…
Ahora sé que Eres Dios escondido en un Hombre.
Y que para mí eres un Padre y un Protector…
Jesús agrega:
– Y Salvador, Áurea Gala.
Ella exclama jubilosa:
– Y Salvador.
¡Sí! Me salvaste…
– Y te salvaré más.
Tendrás un nombre nuevo…
– ¿Me quitas el nombre que me dio mi padre?
El amo en la isla me llamaba Aurea Quintilia, porque nos dividían por color y por número.
Porque yo era la quinta rubia así…
Pero ¿Por qué no me dejas el nombre que me dio mi padre?
– No te lo quito.
Llevarás, añadido a tu antiguo nombre, el nombre nuevo, eterno».
– ¿Cuál?
– Cristiana.
Porque Cristo te salvó…
Comienza a alborear.
Vámonos.
Jesús se vuelve hacia su más anciano apóstol,
y agrega:
– ¿Ves Nathanael qué es fácil hablar de Dios a los abismos vacíos?
Hablaste muy bien.
La niña se instruirá fácilmente.
Se formará rápidamente en la Verdad.
Y ordena con suavidad:
– Sigue adelante con mis hermanos Áurea…
La niña obedece pero con temor.
Preferiría quedarse con Bartolomé, el cual comprende todo…
El apóstol le dice:
– Voy enseguida.
Vete…
Obedece.