529 Intrépida Misionera
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
438 María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades.
Tiberíades está a la vista.
Las dos viajeras cansadas…
Caminan hacia ella en medio del crepúsculo que poco a poco va desapareciendo.
María de Alfeo mirando asustada a su alrededor,
dice:
– Pronto será de noche…
Dentro de poco estará oscuro y todavía no llegamos.
Estamos aún en medio de los campos.
Dos mujeres solas…
Y cerca de una ciudad grande llena de…
¡Huy, qué miedo!
¡La gente…!
¡Oh, qué gente!…
¡Diablos, la mayor parte diablos!…
Belzebú por muchas partes…
María, tranquilamente responde:
– No temas, María.
Belcebú no nos hará ningún mal.
Sólo daña a quien lo acoge en su corazón…
– ¡Pero estos paganos lo tienen!…
– En Tiberíades no hay sólo paganos.
Y entre los paganos también hay justos.
– ¡Que no!
¡Que no tienen a nuestro Dios!…
María no replica porque comprende que es inútil.
La buena cuñada sólo es una de las muchas israelitas,
que se creen las únicas depositarias de la virtud…
Por ser hebreas.
Sigue un momento de silencio…
En el que sólo se escucha el roce de las sandalias, que producen los pies cansados y llenos de polvo.
Luego María de Alfeo insiste:
– Hubiera sido mejor recorrer el camino habitual…
Ése lo conocíamos…
Lo recorre más gente…
Éste… entre huertas….
Es solitario…
Desconocido…
Y su exclamación final lo resume todo:
¡Bueno, que tengo miedo!
María responde tranquilamente:
– ¡No, María!
Mira.
La ciudad está allá, a unos cuantos pasos.
Aquí hay huertos tranquilos de los cultivadores de Tiberíades.
Y acá, más cercana, está la orilla.
¿Quieres que vayamos por la orilla?
Encontraremos pescadores…
Sólo hay que atravesar estas huertas.
– ¡No, no!
¡Nos alejamos otra vez de la ciudad!
Y además…
Los barqueros son casi todos griegos, cretenses, árabes, egipcios, romanos…
Pareciera como si nombrara clases infernales con cada una de estas palabras.
María Santísima no puede evitar sonreír tras la sombra de su velo.
Prosiguen.
El camino se transforma en una alameda; por tanto tiene la máxima sombra…
Aumentando el ápice del miedo para María de Alfeo, que invoca a Yeohveh a cada paso que da…
Y es cada vez más lento.
María, que a cada invocación ha respondido:
« ¡Maran Athá!»
la anima diciendo:
– ¡Vamos, sé fuerte!
¡Rauda, si tienes miedo!
Pero María de Alfeo se detiene del todo…
Y pregunta:
– ¿Pero por qué has querido venir aquí?
¿Quizás para hablar con Judas de Keriot?
– No, María.
O por lo menos, no exactamente para eso.
He venido para hablar con la romana Valeria…
María de Alfeo está verdaderamente escandalizada:
– ¡Misericordia!
¿Vamos a su casa?
¡Ah! ¡No!
¡María!
¡No hagas eso!
¡Yo… yo ya no te acompaño!
¿Pero qué vas a hacer allí?
¡Donde ésas… donde ésas…!
¡Donde esos réprobos!…
María Sanísima cambia su dulce sonrisa por una expresión seria.
Y pregunta:
– ¿Acaso no recuerdas que Áurea tiene que ser salvada?
Mi Hijo ha comenzado su liberación.
Yo la cumpliré.
¿Así practicas tú el amor hacia las almas?
– Pero no es de Israel…
– ¡Verdaderamente no has entendido todavía ni una palabra de la Buena Nueva!
Eres una discípula muy imperfecta…
No trabajas para tu Maestro y me causas mucho dolor.
María de Alfeo agacha la cabeza…
Y su corazón, lleno de los prejuicios de Israel, sí;
pero congénitamente bueno;
prevalece.
Rompe a llorar, abraza a María.
Diciendo:
– ¡Perdóname!
¡Perdóname!
¡No me digas que te causo dolor y que no sirvo a mi Jesús!
¡Sí, sí!
Soy muy imperfecta, merezco reprensión…
Pero no lo volveré a hacer…
¡Voy, voy!
¡Hasta el mismísimo Infierno…!
¡Si vas tú a él a arrancar un alma para dársela a Jesús…!
Dame un beso, María…
Para decir que me perdonas…
María la besa y vuelven al camino.
Ágiles, alentadas de nuevo por el amor…
Cuando llegan a Tiberíades, se dirigen hacia el pequeño puerto de los pescadores.
Buscan la casita de José, el barquero que también es discípulo…
La encuentran.
Llaman…
Cuando acude el pescador;
las saluda,
exclamando:
– ¡La Madre de mi Maestro!
¡Entra, Mujer!
Y Dios esté contigo y conmigo que te recibo en mi casa.
Entra también tú y que la paz sea contigo, madre de apóstoles.
Entran.
Mientras la mujer y la jovencita hija del barquero acuden para saludarlas,
seguidas por un grupo de niños más pequeños…
Pronto disponen de la parca comida, preparada para alimentarse.
Más tarde, cuando terminan de cenar,
María de Cleofás cansada, se retira junto con los niños de la casa, a dormir.
En la terraza alta, desde la cual se ve el lago…
Se oye más que escucharse, porque no hay luna todavía;
el suave sonido del agua, chocando en la playa con sus olas…
Quedan en la terraza alta la Virgen María, el barquero y su mujer,
que se esfuerza por ser una buena compañía…
Pero empieza a cabecear de sueño;
arrullada por el sonido de las olas, que rompen en la playa del lago.
Quedándose finalmente dormida, con la cara inclinada contra su pecho.
José la disculpa:
– ¡Está cansada!…
María responde:
– ¡Pobrecita!
Las mujeres de casa siempre están cansadas al anochecer.
– Sí…
Porque trabajan…
Señalando a unas barcas iluminadas, que se separan de la orilla entre cantos y gritos de jolgorio.
El barquero con profundo desprecio,
agrega:
No son como aquéllas de allí, entregadas a la diversión…
Ellas salen ahora.
Para ellas empieza ahora la fatiga y la angustia;
nubladas por el hedor de los placeres que ofrece Satanás…
Cuando las buenas personas duermen.
Perjudicando a los que trabajan;
porque van a fingir que pescan a los mejores lugares…
Y nos echan a nosotros, que del lago sacamos el pan para la familia.
– ¿Quiénes son?
– Romanas y sus compinches.
Entre ellas están Herodías, su lujuriosa hija Salomé y también otras hebreas.
Porque tenemos muchas iguales a lo que fue María de Mágdala…
Antes de que se arrepintiese…
– Son unas pobres mujeres que no conocen la felicidad…
– ¿Qué no la conocen?
Somos nosotros los que no la conocemos;
al no lapidarlas para limpiar a Israel de las que se han corrompido.
Por cuya causa y por sus pecados, Dios nos maldice…
Regresarán al amanecer…
Todos borrachos…
¡Mira!
Allá van las barcas de los patricios más ricos y poderosos de Roma…
Es visiblemente notorio que muchas otras barcas se separan de la orilla, de sus muelles particulares.
Y las luces de los poderosos de Israel rojean en el lago.
José exclama:
– ¡Percibes qué hedor de resinas!
Primero se embriagan con el humo, luego hacen el resto en los banquetes.
Son capaces de ir a los manantiales calientes de la otra orilla…
En las Termas de allí…
Suceden cosas infernales.
Regresarán al alba, a la aurora…
O quizás más tarde…
Borrachos, tumbados como sacos los unos encima de los otros, hombres y mujeres;
los esclavos los llevarán a sus casas, a que se les pasen los efectos de la orgía…
¡Esta noche bogan todas las barcas más ricas y elegantes, eh!
¡Mira! ¡Mira!…
Pero mi ira es más contra los judíos que se mezclan allí, que no contra ellos.
¡Ellos… ya se sabe!
Animales sin recato.
¡Pero nosotros!…
¡Cómo me enojan los hebreos que se mezclan con ellos…!
Mujer…
¿Sabes que está aquí Judas el apóstol?
María responde:
– Lo sé.
– No da buen ejemplo, ¿Sabes?
– ¿Por qué?
¿Convive con aquéllos?…
– No… Pero…
Anda con muy malos compañeros…,
Y con una mujer.
Yo no lo he visto…
Ninguno de nosotros lo ha visto así.
Pero algunos Fariseos se burlan de nosotros y nos dicen:
“Vuestro apóstol ya cambió de maestro.
Ahora tiene una mujer y está en buena compañía de publicanos”.
– No juzgues por lo que oíste decir, José…
Sabes que los Fariseos no nos quieren.
Y no tributan ninguna alabanza al Maestro.
– Es verdad esto.
Pero corre la voz…
El rumor circula.
Nos daña y nos causa sinsabor.
Él, que debiera ser santo por estar con el Santo…
Solo es un borracho, pecador y lujurioso…
– De la misma forma que ha empezado terminará.
Tú no peques contra tu hermano.
¿Sabes en qué casa está?
– Sí.
En casa de un amigo, creo.
Uno que tiene un almacén de vinos y especias.
Está en el tercer almacén del lado de oriente del mercado, después de la fuente…
– Yo necesito ver a Valeria, la amiga de Claudia…
¿Son iguales todas las romanas?
– ¡Oh, más o menos!
Aunque no se dejen ver, causan daño.
– ¿Quiénes son las que no se dejan ver?
– Las que fueron a casa de Lázaro en la Pascua.
Se han retirado más…
Quiero decir que casi no asisten a los banquetes.
Pero con una cierta frecuencia, para poder decir que no son unas inmundas.
– Pero, ¿Lo dices porque estás seguro de ello…?
¿O porque tus prejuicios hebreos te hacen expresarte así?
Examínate de veras.
– Bueno…
Realmente no lo sé.
No las he visto más en las barcas de esos inmundos…
Pero que vayan en la barca de noche por el lago, Sí.
Aunque están más retiradas…
– Tú también vas…
– ¡Claro!
¡Si quiero pescar!
– El calor es terrible.
Y solo si uno está en el lago por la noche, encuentra alivio y descanso.
Fue lo que dijiste cuando cenábamos.
– Es verdad.
– Entonces…
¿Por qué no podemos pensar que ellas van al lago por el mismo motivo?
José no responde…
Luego dice:
– Es tarde.
Las estrellas dicen que es la segunda vigilia.
Me voy a dormir.
¿No vas a descansar y a dormir?
Me voy a retirar, Mujer.
¿No vienes?
– No.
Me quedo aquí en oración.
Saldré pronto.
No te vayas a sorprender si no me encuentras cuando raye el alba.
– Eres dueña de hacer lo que quieras.
José se vuelve hacia su esposa,
llamándola:
– ¡Ana! ¡Ven!
¡Vamos a la cama!
Y menea a su mujer, que duerme profundamente.
Ella se despierta amodorrada y obedece…
Se marchan.
Cuando María se queda sola, se pone de rodillas y ora.