530 La Intercesora6 min read

496 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

438a María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria.

En Tiberíades, en casa del barquero discípulo que las ha hospedado…

Cuando María se queda sola, se pone de rodillas y ora.

Ora… Ora.

Pero no pierde nunca de vista las barcas que surcan el lago.

Las barcas de los señores, las que navegan llenas de luz, entre flores, cantos e inciensos…

Todas van bogando lentamente.

Van hacia oriente, se hacen pequeñas en la lejanía…

El sonido de los cantos ya no llega. 

Se queda una barca solitaria, que brilla en el espejo luminoso del agua del lago.

Navega lentamente, frente a Tiberíades;

resplandeciente en medio del lago luminoso por la luna menguante.

Navega lentamente, desplazándose hacia arriba y hacia abajo…

María la observa hasta que ve volver la proa hacia la orilla.

Entonces se pone de pie,

y dice:

–              Señor, ayúdame!

Haz que sea…

Desciende ágil la pequeña escalera.

Entrando despacio en una habitación que tiene la puerta entornada…

Al blanco claror de la luna es posible distinguir un lecho.

María se inclina hacia él y llama:

–             ¡María!

¡María!

¡Despiértate!

¡Vamos!

María de Alfeo se despierta.

Y atónita por el sueño…

Pregunta mientras se restriega los ojos:

–              ¿Ya es hora de irnos?

¡Qué pronto amaneció!

Y se levanta somnolienta.

Está tan adormilada, que ni siquiera comprende que no es luz de alba, sino de luna;

la tenue fosforescencia que entra por la puerta abierta.

Sólo cuando salen a la calle, se da cuenta de esto cuando está fuera…

En el pequeño pedazo de tierra cultivada que hay delante de la casa del barquero.

Exclama asombrada:

–               ¡Pero si es de noche!

¡Todavía no amanece!

María responde:

–              Todavía no.

Pero necesitamos irnos cuanto antes.

vamos a acortar el tiempo y a salir antes de esta ciudad…

Al menos eso espero.

–              Pero…

–              ¡Ven!

Por aquí, siguiendo la orilla.

¡Apresúrate!

¡Ven pronto por aquí…

¡Tenemos que llegar, antes de que la barca toque tierra y llegue a la playa!

–             ¿La barca?

¿Qué barca?

Pregunta María mientras corre detrás de la Virgen, que va muy deprisa…

caminando por la orilla desierta, en dirección al pequeño muelle, hacia el que se dirige la barca.

Llegan jadeantes primero que la barca…

María agudiza la mirada.

Exclama:

–               ¡Alabado sea Dios!

¡Son ellas!

¡Bendito sea Dios!

Ahora ven detrás de mí…

Sígueme.

Porque hay que ir a donde vayan ellas…

No sé dónde viven…

–             Pero, María.

Por piedad…

¡Nos tomarán por unas meretrices!

La virgen sacudiendo la cabeza,

dice firmemente:

–                Basta con no serlo.

¡Ven!

Y la jala hacia la penumbra de una casa.

La barca toca tierra.

Mientras hace una maniobra, para atracar…

Se acerca una litera….

Suben a ella dos mujeres y otras dos se quedan en tierra.

Que se pone en movimiento al paso cadencioso de cuatro númidas muy altos;

vestidos con una túnica muy corta y sin mangas; que apenas si cubre la espalda.

Las dos mujeres avanzan, caminando al lado de la litera.

La virgen las sigue a pesar de las protestas que en voz baja hace María de Alfeo.

–              ¡Dos mujeres solas…!

¡Detrás de aquellas!

Van medio desnudos…

¡Válgame Dios!…

¡Oh!…

Avanzan pocos metros de camino y luego la litera se detiene.

Baja una mujer, mientras el guía llama a un portal.

Hay voces femeninas despidiéndose:

–               ¡Salve, Lidia!

–              ¡Salve, Valeria!

Dale un beso a Faustina por mí.

Mañana por la noche volveremos a leer en tranquilidad, mientras los otros juerguean.

El portal se abre.

La litera reanuda la marcha, alejándose a través de la avenida.

Y cuando Valeria con su liberta, está ya para entrar.

María va hacia ella,

diciendo:

–               ¡Señora!

¡Una palabra!

Valeria mira a las dos mujeres envueltas en un manto hebreo, muy sencillo que cubre mucho el rostro…

Y creyendo que son unas mendigas…

Ordena:

–              ¡Bárbara, da el óbolo!

María objeta:

–               No, señora.

No pido dinero.

Soy la Madre de Jesús de Nazaret y ésta es mi pariente.

Vengo en su Nombre para solicitarte una cosa.

Valeria la mira asombrada,

exclamando:

–                ¡Dómina!

Quizás…

Es que persiguen a tu Hijo…

–               No más de lo habitual.

Pero Él querría…

–              Entra, Dómina.

No es digno que te quedes en la calle como una mendiga.

–              No.

Lo digo pronto, si me escuchas en secreto…

Valeria se yergue imperiosa, ante todos sus siervos,

ordenando:

–            ¡Fuera todos vosotros!

Cuando la liberta y los porteros se han alejado,

agrega:

–             Estamos solas.

Valeria la mira sorprendida y se angustia:

–             ¡Domina!…

¿Tu Hijo acaso está… Perseguido?

María responde:

–              No más de lo que suele estar. Él querría…

¿Qué quiere el Maestro?

Yo no he ido por no ser causa de mal para Él en su ciudad.

¿Y Él?

¿No ha venido por no causarme daño ante mi esposo?

–             No.

Por consejo mío.

A mi Hijo lo odian, señora.

–            Lo sé.

–            Encuentra consuelo sólo en su misión.

–            Lo sé.

–            No pide honores ni soldados, no aspira a reinos ni a riquezas.

Pero hace valer su derecho sobre los espíritus.

–             Lo sé.

–             Señora…

Él quisiera devolverte a la jovencita…

Pero no te vayas a enojar si te digo:

Que ella no podría dar cabida a Jesús en su corazón, viviendo en tu entorno.

Tú eres mejor que otras.

Pero a tu alrededor…

Hay mucho fango del mundo…

Aquí ella no podría hacer que su espíritu fuera de Jesús.

–            Es verdad.

¿Y entonces?

–            Tú eres madre…

–            Así es.

¿Y qué quisiera?

–             Tú eres madre.

Mi Hijo tiene sentimientos paternales para cada corazón.

Mi Hijo tiene sentimientos de padre para con todos los espíritus.

¿Soportarías tú que tu hija creciera en medio de quienes podrían causar su ruina?…

–               No.

Y he comprendido…

Bueno, pues…

Di a tu Hijo estas palabras:

‘En recuerdo de Faustina a quién salvaste su cuerpo;

Valeria te deja a Áurea, para que salves su espíritu’

Es verdad.

Nos encontramos en medio de la corrupción.

Estamos demasiado pervertidos como para inspirar confianza a un santo…

Domina…

¡Ruega por mí!

Se retira ligera, antes de que la Virgen pueda darle las gracias.

Valeria se ha ido llorando…

María de Alfeo se ha quedado petrificada.

María la invita:

–             Vamos, María…

Mañana al anochecer partimos.

Y al caer de la tarde estaremos en Nazaret…

–               Vamos…

La ha cedido como…

como si fuera una cosa…

–              Para ellos es una cosa.

Para nosotras es un alma.

Ven…

¡Mira!…

¡El Cielo empieza a iluminarse!

Las noches son demasiado cortas…

¡Vámonos!…

Y toman el camino de la ribera…

Ya blanquea el cielo allá en el fondo.

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