545 El Apóstol Remolón8 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

445b Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. 

Tiberíades recobra vida…

Pronto se ve venir a Juana junto con Jonathán,

por el camino aún lleno de agua y barro.

Levanta su rostro para saludar al Maestro, que está en la terraza.

Y sube rauda para postrarse, feliz…

Los apóstoles hablan entre sí…

Sólo Judas, a mitad de distancia entre Jesús y Juana por un lado.

Y los apóstoles por el otro,

se abstrae como pensativo.

Aunque en realidad está muy atento a escuchar las palabras de Juana,

cuyo pensamiento respecto a Judas no se ha hecho descifrable,

porque ha saludado a todos los apóstoles con un único:

«La paz a vosotros».

Pero Juana habla únicamente de los niños.

Y del permiso que Cusa le ha dado para ir con la barca a Cafarnaúm,

mientras está el Maestro en la ciudad. 

La sospecha de Judas se calma.

Se reúne entonces con los otros compañeros…

Embarradas en los bajos de los vestidos, pero secas en el resto del cuerpo…

Se ve venir a María y a María de Alfeo, junto con los cinco que han ido a recogerlas.

La sonrisa de María, mientras sube por la corta escalera,

es más hermosa que el arco iris persistente aún en el cielo.  

Tomás avisa:

–               ¡Viene tu Madre, Maestro!

Jesús va a su encuentro.

Y todos los demás con Él.

Se felicitan porque las mujeres no presenten signos de dificultades,

aparte de un poco de barro en el borde de los vestidos.  

Mateo explica:

–            Nos hemos detenido en casa de un hortelano cuando empezaron las primeras gotas.

¿Hace mucho que nos esperáis?

–            No.

Llegamos al amanecer.

Andrés dice:

–            Hemos tardado por causa de un necesitado… 

Pedro indica:

–            Bien.

Ahora que estáis todos y que el tiempo se pone bueno,

propondría salir al atardecer para Cafarnaúm.

María, siempre condescendiente,

esta vez dice:

–             No, Simón.

No podemos partir si antes…

Mirando a Jesús agrega:

Hijo mío, una madre me suplicó que Tú, que eres el único que puede hacerlo,

convirtieras el alma de su único hijo varón.

Yo te lo ruego escúchame, porque le prometí…

Tu perdón…

Perdónalo…

Judas de Keriot, creyendo que María habla de él,

interrumpe:

–              Ya está concedido, María.

Ya he hablado yo con el Maestro… 

María le corrige,

diciendo:

–              No hablo de ti, Judas de Simón.

Hablo de Ester de Leví, nazarena;

madre que ha muerto a causa de los comportamientos de su hijo.

Jesús, ella murió en la noche que te marchaste.

Sus invocaciones dirigidas a Ti no eran por ella, pobre madre mártir de un hijo infame;

sino por su hijo…

Porque nosotras las madres es de vosotros los hijos.

Y no de nosotras, de quienes nos preocupamos…

Ella quiere ver salvo a su Samuel…

Pero ahora, ahora que ha muerto;

Samuel, víctima del remordimiento, parece enloquecido.

Y no escucha ningún tipo de razones…

Pero Tú puedes Hijo, sanarle la mente y el espíritu…  

Jesús pregunta:

–             ¿Está arrepentido?

–             ¿Cómo quieres que lo esté, si está desesperado?

–             Efectivamente, matar a la propia madre dándole un dolor continuo,

debe hacerle a uno un desesperado.

No se viola impunemente el primero de los Mandamientos de amor hacia el prójimo.

Madre, ¿Cómo quieres que Yo perdone y Dios dé paz al matricida impenitente?

–              Hijo mío, esa madre te pide paz desde la otra vida…

Era buena…

Ha sufrido mucho…

–               La paz será suya…

–               No, Jesús.

No puede tener paz un espíritu de madre, si ve a su hijo privado de Dios…

–               Justo es que esté privado.

–               Sí, Hijo. Sí.

Pero por la pobre Ester…

La última palabra fue oración por su hijo…

Y me dijo que te lo dijera, Jesús

Ester durante su vida no tuvo nunca una alegría, Tú lo sabes.

Dale ésta, ahora que ha muerto;

dásela a su espíritu, que sufre por su hijo.

–             Madre, he tratado de convertir a Samuel en mis permanencias en Nazaret.

Pero mis palabras han sido inútiles, porque en él estaba apagado el amor…

Lo sé.

Pero Ester ofreció su perdón, sus sufrimientos, porque renaciera el amor en Samuel.

Y ¿Quién sabe?

¿Este tormento suyo actual no podría ser amor que está resucitando?

Un amor doloroso…

Y alguien podría decir un amor inútil, porque la madre ya no puede gozarlo.

Pero Tú y yo sabemos, yo por fe, Tú por conocimiento;

que la caridad de los difuntos está atenta y cercana.

No ignoran lo que sucede en los amados que han dejado aquí,

ni se desinteresan de ello…

Y Ester puede aún gozar de este tardío amor por ella de su hijo ingrato,

ahora perturbado por el remordimiento.

¡Oh, mi Jesús, ya sé que este hombre te causa horror por la enormidad de su culpa!

¡Un hijo que odia a su madre!

Un monstruo para Ti que eres todo amor hacia la tuya.

Pero, precisamente porque eres todo amor hacia mí, escúchame.

Volvamos juntos a Nazaret, enseguida.

No siento el peso del camino, nada me pesa si sirve para salvar un alma…

–               Bien.

Has vencido, Madre…

Judas de Simón, toma contigo a José y parte para Nazaret.

Me llevarás a Samuel a Cafarnaúm.

Judas objeta:

–              ¿Yo?

¿Por qué yo?

–                Porque tú no estás cansado.

Los otros sí.

Durante mucho tiempo han caminado, mientras tú descansabas…

–               También he andado yo.

He estado en Nazaret, buscándote.

Tu Madre lo puede decir.

–              Tus compañeros han estado en Nazaret todos los sábados…

Y ahora regresan de un largo recorrido.

Ve y no discutas…

–              Es que…

En Nazaret no me estiman…

¿Por qué me mandas precisamente a mí?

–              Tampoco me estiman a Mí.

Y no obstante voy a Nazaret.

No es necesario que lo estimen a uno en un lugar, para ir a él.

Ve y no discutas, te repito.

–               Maestro…

Yo tengo miedo de los dementes…

–              Ese hombre está perturbado por el remordimiento…

Pero no está loco.

–              Tu Madre lo ha dicho…

–              Y Yo te digo por tercera vez:

Ve y no discutas.

Meditar sobre las consecuencias que puede acarrear el hacer sufrir a una madre,

sólo podrá hacerte un bien…

–               ¿Me estás comparando con Samuel?

Mi madre es reina en su casa.

No estoy con ella controlándola, ni siéndole gravoso con mi mantenimiento…

–                A las madres no les son gravosas estas cosas:

Pero la falta de amor de los hijos;

el que sean imperfectos a los ojos de Dios y de los hombres,

es una roca que las aplasta.

Ve, te digo.

–              Voy.

¿Y qué le voy a decir a ese hombre?

–               Que venga a verme a Cafarnaúm.

–               Si no ha obedecido nunca ni siquiera a su madre…

¿Cómo quieres que me obedezca a mí ahora, estando además tan desesperado?

-¿Y no has comprendido todavía que si te envío,

es señal de que ya he actuado en el espíritu de Samuel,

sacándolo del delirio del remordimiento desesperado?

–               Voy.

Adiós, Maestro.

Adiós, Madre.

Adiós, amigos.

Y se marcha sin ningún entusiasmo;

seguido por José;

que por el contrario está muy contento de ser elegido para esa misión.

Pedro entre dientes, canturrea algunas palabras…

Jesús le pregunta:

–               ¿Qué dices, Simón de Jonás.

–               Cantaba una vieja canción del lago…

–              ¿Y cuál es?

–               Es: «¡Siempre así!

¡Le gusta la pesca al agricultor, no le gusta pescar al pescador!»

Y en verdad aquí se ha visto que ha tenido más ganas de pescar el discípulo,

que el apóstol…

Muchos se echan a reír.

Jesús no se ríe, suspira.

–               ¿Te he apenado, Maestro? – pregunta Pedro.

–               No.

Pero no critiques siempre.

Tadeo declara:

–               Es por Judas por quien está apenado mi hermano.

Jesús le dice:

–              Guarda silencio también tú;

sobre todo, en lo hondo de tu corazón.

Curioso y un poco incrédulo,

Tomás pregunta:

–            Pero ¿Verdaderamente se ha efectuado ya en Samuel el milagro?

Jesús responde:

–            Sí.

–            Entonces es inútil que vaya a Cafarnaúm.

–            Es necesario.

No he curado del todo su corazón.

Samuel tiene que buscar por sí mismo la curación.

O sea, el perdón con un arrepentimiento santo.

Pero he hecho que de nuevo sea capaz de razonar.

Ahora le toca a él obtener el resto con su libre voluntad.

Vamos a bajar.

Vamos a estar con los humildes… 

 

La discípula fiel y buena,

pregunta:

–              ¿No a mi casa, Maestro?

–              No, Juana.

Tú podrás venir a verme cuando quieras.

Ellos están atados por sus trabajos, así que voy yo a ellos…

Jesús baja de la terraza y sale a la calle seguido por los demás.

También por Juana, que está decidida a no separarse de Jesús;

dado que Jesús no está dispuesto a ir a su casa.

Caminan por entre las casitas pobres,

en dirección a lugares cada vez más pobres y periféricos…

Deja un comentario

Descubre más desde cronicadeunatraicion

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo