551 En un Púlpito Acuático6 min read

551 IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

448a Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro.

Jesús dice:

–           No.

Vamos a detenernos aquí.

Adentro de las aguas en el lago, frente a la ciudad.

Hablaré desde la barca…

Pedro objeta:

–           Es que…

Esos imprudentes se quieren ahogar.

¡Pero mira, Maestro!

Es verdad que el lago está calmo como una lámina de plata…

Pero el agua es siempre agua…

El peso es peso…

Y allí…

Parece como si creyeran que están en tierra, no en agua…

Da la orden de que vayan para atrás…

Se van a ahogar…

–           ¡Hombre de poca fe!

¿No recuerdas que mientras creíste en mi invitación,

caminaste sobre el agua como en terreno sólido?

Ellos tienen fe.

Por tanto, contra las leyes de equilibrio entre peso y densidad,

las aguas sostendrán a esas barcas súper repletas.

Encogiéndose de hombros mientras echa la pequeña ancla para detener la barca;

la cual se queda así, en el centro de un nimbo radiado de barcas…

Parte de Cafarnaúm, parte de Mágdala y parte de Tiberíades…

Éstas últimas son las de las romanas, que prudentemente,

se ponen detrás de las de Cafarnaúm, hacia el centro del lago.

Pedro susurra:

–           Si sucede eso…

Es verdaderamente una noche de gran milagro…

Jesús vuelve la espalda a las barcas romanas.

Mira hacia los de Mágdala.

Hacia el vasto y umbrío jardín de María de Lázaro.

Hacia las casitas que albean en la noche dispuestas a lo largo en la orilla.

Ya las proas y los remos no rompen el lago;

de forma que éste se recompone en paz:

Una vasta lámina de cristal veteada de plata por la primera claridad de la Luna.

Sembrada de topacios y rubíes en los lugares en que los fuegos de los faroles…

o las llamas de las antorchas, colocadas en todas las proas, se reflejan en el lago.

Las caras parecen extrañas en el contraste de luces rojo-amarillas o de rayos de luna:

En parte aparecen nitidísimas, en parte apenas se ve cuáles son;

otras parecen partidas en dos, a lo largo o a lo ancho;

sólo con la frente o el mentón iluminados.

O con una sola mejilla:

Una media cara que resalta con anguloso perfil, como si en la otra parte no hubiera cara.

Los ojos de algunos rostros brillan, otros parecen cuencas vacías.

Y lo mismo las bocas…

En alguna de las cuales se aprecia una abierta sonrisa en los dientes fuertes;

mientras que otras parecen anuladas en las caras llenas de sombra.

Pero para ver todos a Jesús…

La gente pasa muchos faroles de las barcas de Cafarnaúm y Mágdala.

Faroles que se ponen a los pies de Él, en los bancos;

colgados de los remos inactivos, colocados en la madera de la popa y la proa.

E incluso dispuestos en racimos en el mástil del que se ha arriado la vela.

Así la barca donde está Jesús resplandece…

En medio de un círculo de barcas que se han quedado sin lámparas.

Y Jesús ahora aparece bien visible, iluminado desde todas las partes.

Sólo las barcas romanas rojean aún por sus antorchas rojas,

que apenas pliegan su llama bajo la brisa ligerísima.

Jesús poniéndose en pie.

Seguro a pesar del leve cabeceo de la barca.

Abriendo los brazos para bendecir.

Hablando lentamente, para que lo oigan bien todos…

La voz se esparce por el lago silencioso, potente y armoniosa.

Jesús comienza diciendo:

–              ¡La paz sea con vosotros!

Hace un rato, un apóstol mío me ha propuesto una parábola.

Ahora os la daré Yo a vosotros, porque puede ser útil para todos,

dado que todos podéis entenderla.

Oídla.

Un hombre navegando por el lago en una noche serena como ésta…

Y sintiéndose seguro de sí mismo, se figuró que no tenía defectos.

Era un hombre expertísimo en las maniobras y por tanto,

se sentía superior a los otros con que se cruzaba en las aguas,

de los cuales muchos venían al lago por placer…

Por tanto sin esa experiencia que da el trabajo asiduo y realizado para ganarse la vida.

Además era un buen israelita.

Por esto mismo, se creía poseedor de todas las virtudes.

Y realmente  era un buen hombre.

Así pues, en un atardecer en que navegaba seguro,

se permitió expresar juicios sobre su prójimo.

Según él, un prójimo tan lejano que ni siquiera tenía condición de prójimo:

Pues no había ningún vínculo de nacionalidad;

ni de oficio, ni de fe…

Nada lo unía a aquel prójimo.

Y por tanto él, sin ningún freno de solidaridad nacional, religiosa o profesional;

tranquilamente lo despreciaba;

es más: con dureza.

Y se quejaba de no ser el amo del lugar, porque de haberlo sido,

habría arrojado de aquel lugar a ese prójimo suyo.

Y en su fe intransigente, casi reprochaba al Altísimo,

el hecho de conceder a éstos distintos de él,

que hicieran lo que hacían y que vivieran donde él vivía.

En su barca iba un buen amigo suyo, que lo quería con justicia.

Y por eso quería que fuera sabio.

Un amigo que cuando era necesario hacerlo, le corregía las ideas no rectas.

Aquel atardecer pues, este amigo dijo al barquero:

«¿Por qué estos pensamientos?

¿No es uno el Padre de los hombres?

¿No es Él el Señor del Universo?

¿Su sol no desciende acaso, a todos los hombres para darles calor?

¿Y sus nubes no riegan, los campos de los gentiles igual que los de los hebreos?

Si hace esto por las necesidades materiales del hombre…

¿No tendrá los mismos cuidados para sus necesidades espirituales?

¿Pretendes sugerir a Dios lo que debe hacer?

¡¿Quién como Dios?!»

El hombre era bueno.

En su intransigencia había mucha ignorancia, muchas ideas erradas;

pero no había mala voluntad, no había intención de ofender a Dios;

antes al contrario…

Había intención de defender los intereses de Dios.

Al oír esas palabras, se arrojó a los pies del sabio y le pidió perdón,

por haberse expresado como un necio.

Tan impetuosamente lo pidió, que por poco no causó una catástrofe,

haciendo que naufragara la barca y perecer a quien en ella iba:

Porque con el afán de pedir perdón, descuidó el timón, la vela y las corrientes.

Por tanto después del primer error de juicio, cometió un segundo error de mala maniobra;

demostrándose a sí mismo que no sólo era un defectuoso juez,

sino también un ineficiente marinero.

Ésta es la parábola.

Ahora escuchad.

Según vosotros, ¿Habrá perdonado Dios a ese hombre o no?

Recordad que había pecado contra Dios y contra el prójimo…

Juzgando las acciones de ambos.

Y por poco casi se convierte en homicida de sus compañeros.

Meditad y responded.

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