449a El pequeño Alfeo desamado de su madre.
Jesús ordena a los que han llegado y a los que estaban con Él:
– Id adelante con las provisiones, vosotros.
Yo voy con mi Madre hasta la casa del niño.
Y se pone en camino con su Madre, que ha tomado en brazos al niño…
Van hacia el campo.
María pregunta:
– ¿Qué le vas a decir, Hijo mío?
Jesús responde:
– Mamá…
¿Qué quieres que diga a una que no tiene amor en sus entrañas de madre,
ni siquiera para los que han nacido de su seno?
– Tienes razón…
¿Y entonces?
– Y entonces…
Vamos a orar, Madre mía.
Van caminando y orando.
Una anciana les pregunta:
– ¿Lleváis a Alfeo a Meroba?
Decidle que ya es hora de que se preocupe de él.
A la fuerza tienen que acabar siendo ladrones…
Y donde caen son como la langosta…
Pero mi enfado es contra ella, no contra estos tres pobrecillos…
¡Qué injusta es la muerte!
¿No podía seguir viviendo Jacob y morirse ella?
Deberías hacer que muriera; así…
Jesús la interrumpe:
– Mujer…
¿Eres anciana y aún no eres sabia?
¿Cómo dices esas palabras pudiendo morir en cualquier instante?
Verdaderamente eres tan injusta como Meroba.
Arrepiéntete de esto y no peques más.
– Perdón, Maestro…
Es que su pecado me hace disparatar…
– Sí.
Te perdono.
Pero no vuelvas a decir, ni siquiera dentro de ti misma, esas palabras.
Los errores no se reparan con la maldición, sino con el amor.
Si muriera Meroba…
¿Cambiaría el sino de éstos?
Quizás el viudo tomaría otra mujer y tendría hijos de terceras nupcias.
Y éstos obtendrían una madrastra…
Entonces más grave sería su suerte.
– Es verdad.
Soy vieja y necia.
Ahí está Meroba, imprecando ya…
Te dejo, Maestro.
No quiero que piense que te he hablado de ella.
Es una víbora…
Pero la curiosidad es más fuerte que el miedo a la “víbora”
Y la viejecita, a pesar de que se distancie de Jesús y María, lo hace muy relativamente.
Se agacha a arrancar la hierba del lindazo, que está húmeda por su cercanía a una fuente,
para escuchar sin llamar la atención.
Meroba dice al pequeño Alfeo:
– ¿Estás aquí?
¿Qué has hecho?
¡A casa!
Siempre en la calle, como animales vagabundos;
como perros sin amo, como…
Jesús la interrumpe:
– Como hijos sin madre.
Mujer…
¿Sabes que dan mal testimonio de la madre los hijos que no están pegados a sus faldas?
– Es porque son malos…
– No.
Yo estoy viniendo aquí desde hace treinta meses.
Antes, cuando vivía Jacob y durante los primeros meses de viudez, no era así.
Luego has tomado otro marido…
Y con la memoria de las primeras nupcias has perdido también la de tus hijos.
Pero ¿Qué tienen de distinto respecto al que ahora crece en tu seno?
¿No los llevaste así también a éstos?
¿Acaso no los amamantaste?
Mira aquella paloma de allí…
Los cuidados que prodiga a aquel pichoncito…
A pesar de estar incubando ya otros huevos…
Mira aquella oveja de allí.
Ya no amamanta al cordero del parto precedente, porque está preñada de nueva prole.
Y no obstante…
¿Ves cómo le lame el morrito…
Y deja que ese vivaracho corderito choque contra su costado?
¿No me respondes?
Mujer, ¿Tú oras al Señor?
– ¡Claro!
No soy pagana…
– ¿Y cómo puedes hablarle al justo Señor, si eres injusta?
¿Y cómo puedes ir a la sinagoga y oír leer los volúmenes,
cuando hablan del amor de Dios hacia sus hijos,
sin sentir el remordimiento en el corazón?
¿Por qué callas, con ese gesto arrogante?
– Porque no he solicitado tus palabras…
Ni sé por qué vienes a molestarme.
Mi estado merece respeto…
– ¿Y el de tu alma, no?
¿Por qué no respetas los derechos de tu alma?
Sé lo que quieres decirme:
Que encolerizarte puede poner en peligro la vida del niño que ha de nacer…
¿Y no sientes solicitud por la vida de tu alma?
Es más preciosa que la vida de un niño que ha de nacer…
Tú sabes…
Que tu estado puede acabar en la muerte.
¿Y quieres afrontar esa hora con el alma turbada, enferma, injusta?
– Mi marido dice que Tú eres una persona a la que no hay que escuchar.
No te escucho.
Hace ademán de volverse, agregando:
“Ven, Alfeo…”
Entre los gritos del niño, que ya sabe que le espera una paliza…
Y no quiere separarse de los brazos de María;
la cual suspirando, trata de persuadirla y se dirige a la mujer,
diciendo:
– Yo también soy Madre y sé comprender muchas cosas.
Y soy mujer…
Sé, por tanto, sentir compasión de las mujeres.
Atraviesas una temporada no buena…
¿No es verdad?
Sufres y no sabes sufrir…
Por eso te irritas así…
Hermana mía, escucha.
Si yo te diera ahora al pequeño Alfeo, serías injusta con él y contigo.
Déjamelo unos pocos días, ¡Pocos!
Verás como cuando no lo veas a tu lado, suspirarás por él…
Porque un hijo es una cosa tan dulce…
que cuando se aleja de nosotras, nos sentimos pobres, heladas, sin luz…
– ¡Pues tómalo!
¡Tómalo!…
¡Ojalá tomases contigo también a los otros dos!
Pero no sé dónde están…
– Me lo llevo, sí.
Adiós, mujer.
Ven, Jesús.
María se vuelve rápidamente y se aleja, con un sollozo…
– No llores, Mamá.
– No la juzgues, Hijo…
Las dos frases -compasivas las dos- se entrecruzan.
Luego por un mismo pensamiento, las dos bocas se despegan para proferir las mismas palabras:
– Si no comprenden los amores naturales…
¿Podrán acaso, comprender el amor que hay en la Buena Nueva?
Se miran, este Hijo y esta Madre, por encima de la cabecita del inocente,
que se abandona ahora confiado y feliz a los brazos de María…
– Tendremos un discípulo más de lo previsto, Mamá.
– Y gozará de días de paz…
Se topan nuevamente con la ancianita,
que les dice:
– ¿Habéis visto, eh?
Sorda, sorda como un pandero desfondado…
¡Ya os lo había dicho!
¿Y ahora?
¿Y después?
Jesús responde:
– Ahora hay paz.
Y después, Dios quiera que haya piedad en algún corazón…
¿Por qué no en el tuyo, mujer?
Un vaso de agua dado por amor, queda registrado en el Cielo.
Y a quien ama a un inocente por amor mío…
¡Oh!…
¡Qué bienaventuranza para los que aman a los pequeñuelos y los salvan del mal!…
La viejecita se queda pensativa..
Y Jesús continúa por un atajo que conduce al lago.
Cuando llega al lago…
Toma al niñito de los brazos de María,
para que Ella pueda subir más cómodamente a la barca.
Levanta al niño lo más que puede para mostrarlo;
sonríe luminosamente…
Dirigiéndose a los que están ya en las barcas,
les dice:
– ¡Mirad!
Esta vez sí que vamos a tener una predicación fructífera,
porque llevamos con nosotros a un inocente.
Subiendo con firmeza al tablón que oscila, entra en la barca.
Se sienta al lado de su Madre.
Mientras la barca se separa de la orilla,
para poner enseguida rumbo al sudeste, hacia Ippo