562 Vivir el Decálogo
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
452a El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos.
Y mientras los apóstoles llevan a cabo las indicaciones…
Él se mueve por entre los árboles y matas crecidos en desorden en este lugar que todos evitan,
por la cercanía del leproso.
Una tupida maraña agreste, de plantas que no conocen podaderas ni hachas desde que nacieron.
Personas enfermas o afligidas por algo,
están bajo la sombra propicia de esta espesura y narran a Jesús sus angustias…
Jesús cura, aconseja o consuela, con paciencia y potencia.
Más allá en un pequeño prado, Alfeo el niño de Cafarnaúm juega feliz con los niños del pueblo.
Y los gritos alegres de los niños compiten con el canto de muchos pájaros que hay en las tupidas frondas;
mientras sus vestidos de muchos colores, agitados al correr contra el fondo verde de la hierba,
hacen que parezcan grandes mariposas yendo de una flor a otra.
La comida está preparada.
Llaman a Jesús, que pide prestado el cesto a un campesino que había traído higos y uvas.
Y lo llena de pan, del pescado más hermoso, de fruta muy sabrosa;
añade a ello su cantimplora de agua endulzada con miel y se dirige hacia el leproso.
Bartolomé observa:
– Te quedas sin cantimplora.
No te la puede devolver.
Y Jesús sonriendo,
dice:
– ¡Hay mucha agua todavía para la sed del Hijo del hombre!
Está el agua que el Padre ha puesto en los pozos profundos.
Y el Hijo del hombre tiene todavía las manos libres para usar sus cuencos…
Día llegará en que no tendré éstas ni aquélla…
Ni tendré ya tampoco el agua del amor, que aplaque la sed del sediento…
Ahora tengo mucho amor en torno a Mí…
Prosigue llevando con las dos manos la canasta ancha, redonda y baja,
que deposita en la hierba a unos metros de Juan.
Y dice a éste:
– ¡Toma y come!
Es el banquete de Dios.
Luego vuelve a su lugar.
Ofrece y bendice el alimento y lo manda distribuir entre los presentes,
que han añadido a ello todo lo que tenían.
Todos comen con gusto y pacífica alegría.
María se ocupa del pequeño Alfeo con maternal dulzura.
Luego acabada la comida, Jesús se pone entre la gente y el ex leproso…
Mientras las madres colocan en sus regazos a los niños, saciados de alimento y juegos,
los mecen para dormirlos y que no molesten.
Jesús empieza a hablar:
– Escuchad todos.
En un salmo de David (Salmo 15) el salmista se pregunta:
“¿Quién habitará en el Tabernáculo de Dios?
¿Quién descansará en el monte de Dios?”
Pasando a enumerar a los que estarán en el número de los afortunados y los motivos de su bienaventuranza.
Dice: “El que vive sin mancha y practica la justicia.
El que dice la verdad de corazón y no urde engaños con su lengua.
El que no perjudica a su prójimo.
El que no se hace eco de palabras infamantes contra sus semejantes”
Y en pocos renglones, después de decir quién habitará en los dominios de Dios,
refiere el bien que hacen estos bienaventurados después de no haber hecho el mal.
Así dice: “A sus ojos el malvado es nada.
Honra a los que temen a Dios.
No jura para engaño de su prójimo.
No presta con usura su dinero, no recibe regalos en perjuicio del inocente”.
Y termina: “Quien estas cosas hace no vacilará jamás”.
En verdad, en verdad os digo que el salmista dijo la verdad.
Y confirmo con mi sabiduría que quien así obra no vacilará jamás.
Primera condición para entrar en el Reino de los Cielos:
“Vivir sin mancha”.
¿Pero puede el hombre, criatura débil, vivir sin mancha?
La carne, el mundo y Satanás,
en una continua agitación de pasiones, tendencias y odio,
lanzan sus chorretadas para manchar a los espíritus.
Y si el Cielo estuviera abierto sólo para los que hubieran vivido sin mancha
desde que tuvieron uso de razón en adelante;
poquísimos de toda la Humanidad entrarían en el Cielo.
De la misma forma que poquísimos son los hombres que llegan a la muerte,
sin haber conocido enfermedades más o menos graves durante la existencia.
¿Y entonces?
¿Está así cerrado el Cielo para los hijos de Dios?
¿Tendrán que decirse éstos a sí mismos: “Lo he perdido”
Cuando un asalto de Satanás o un torbellino de la carne los hacen caer y ven manchada su alma?
¿No habrá ya perdón para el que haya pecado?
¿Nada borrará la mancha que desfigura al espíritu?
No temáis a vuestro Dios con injusto temor.
Él es Padre.
Y un padre tiende siempre una mano a los hijos que vacilan…
Les ofrece ayuda para que se pongan en pie de nuevo,
conforta con medios delicados para que su abatimiento no degenere en desesperación,
sino que florezca en forma de humildad deseosa de ofrecer reparación para volver a1 amor del Padre.
Así es.
El arrepentimiento del pecador, la buena voluntad de ofrecer reparación….
Nacidos ambos de un verdadero amor al Señor.
Lavan la mancha de la culpa y hacen al hombre digno del perdón divino.
Y cuando el que os habla haya cumplido su Misión en la Tierra,
a las absoluciones del amor, del arrepentimiento y de la buena voluntad…
Se unirá poderosísima, la absolución que el Cristo os habrá obtenido a precio de su Sacrificio.
Más cándidos en el alma que niños recién nacidos.
Mucho más cándidos, porque a quien crea en Mí,
le brotarán desde dentro de su seno ríos de agua viva que lavarán incluso el pecado original,
causa primera de todas las debilidades del hombre.
Podréis aspirar al Cielo, al Reino de Dios, a morar en sus Tabernáculos.
Porque la Gracia que voy a devolveros os ayudará a practicar la justicia, que aumentará más,
cuanto más es practicada.
Junto con el derecho que os da un espíritu sin mancha a entrar en la alegría del Reino de los Cielos.
Entrarán en él los niños pequeños y gozarán, por la bienaventuranza gratuitamente ofrecida;
gozarán, porque el Cielo es alegría.
Mas entrarán también los adultos, los viejos, los que hayan vivido, luchado, vencido…
Y que a la cándida corona de la Gracia unan la corona multicolor de sus obras santas,
de sus victorias contra Satanás, el mundo y la carne.
Y grande, grandísima será su bienaventuranza de vencedores;
grande, como el hombre no puede imaginar.
¿Cómo se practica la justicia?
¿Cómo se conquista la victoria?
Con honestidad de palabras y de acciones.
Con caridad hacia el prójimo.
Reconociendo que Dios es Dios y no poniendo en el lugar del Dios Santísimo, los ídolos de las criaturas:
El dinero, el poder.
Ofreciendo cada uno el lugar que le corresponde, sin tratar de dar más ni de dar menos,
de aquello que debe darse.
No es justo el hombre que porque uno sea amigo o pariente suyo influyente,
lo honre y sirva incluso en las obras no buenas.
Y caso contrario,
quién perjudique a su prójimo porque de él no pueda esperar ningún beneficio, jurando contra él.
O se deje comprar con regalos para testificar contra el inocente o juzgar con favoritismo,
no según la justicia
sino según el cálculo de lo que el injusto juicio le puede producir del más poderoso de los contendientes,
no es justo.
Y vanas son sus oraciones, sus dádivas, porque a los ojos de Dios están manchadas de injusticia.
Como veis, lo que digo sigue siendo Decálogo.
Siempre es Decálogo la palabra del Rabí.
Porque el bien, la justicia, la gloria están en cumplir lo que el Decálogo enseña y ordena hacer.
No hay otra doctrina.
En el pasado fue dada entre los rayos del Sinaí.
Ahora es dada entre los resplandores de la Misericordia, pero es esa Doctrina.
No cambia.
Y no puede cambiar.
Muchos como propia disculpa dirán en Israel, para justificar el no haber sido santos
incluso después del paso del Salvador por la Tierra:
“No he tenido posibilidad de seguirlo y escucharlo”
Mas su disculpa no tiene ningún valor, porque el Salvador no ha venido a instaurar una nueva Ley,
sino a confirmar la primera, la única Ley.
Es más, a confirmarla precisamente en su santa desnudez, en su sencillez perfecta.
A confirmar con amor.
Y con promesas de seguro amor de Dios, lo que en el pasado había sido dicho con rigor, por una parte.
Y había sido escuchado con temor, por la otra parte.