Archivos diarios: 13/07/22

563 Parábola de los Diez Monumentos

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

452b El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos.  

Jesús continúa su enseñanza, en el bosque aledaño a donde estuviera la gruta del ex-leproso Juan.

«Para que comprendáis bien lo que son los Diez Mandamientos.

Y la importancia que tiene el seguirlos,

os digo esta parábola:

Un padre de familia tenía dos hijos.

Igualmente amados.

De ambos quería ser en igual medida, benefactor.

Este padre tenía, además de la casa donde vivían los hijos,

otras propiedades donde había grandes tesoros escondidos.

Los hijos tenían noticia de estos tesoros, pero no sabían el camino que a ellos conducía,

porque su padre, por motivos personales, no les había revelado a sus hijos el camino para llegar…

Y ello durante muchos, muchos años.

Un día llamó a sus dos hijos y dijo:

«Ya conviene que sepáis dónde están los tesoros que vuestro padre ha tenido reservados para vosotros,

para que podáis ir por ellos cuando os lo diga.

Entretanto, sabed cuál es el camino y las señales que he puesto en él para que no os extraviéis.

Oídme.

Los tesoros no están en la llanura, donde las aguas se depositan, arde el sol tórrido, el polvo deteriora,

los espinos y los tríbulos ahogan.

Y adonde fácilmente los ladrones pueden llegar y robar.

Los tesoros están en la cima de aquel alto monte, alto y abrupto.

Los puse allá en la cima.

Allí os esperan.

El monte tiene más de un sendero;

es más, tiene muchos senderos.

Pero sólo uno de ellos es bueno.

Los otros terminan en precipicio, en cavernas sin salida, en fosas de agua legamosa, en cubiles de víboras,

en cráteres de azufre encendido o contra muros infranqueables.

El bueno sin embargo, aunque es fatigoso;

llega a la cima sin interrupción de precipicios u otros obstáculos.

Para que lo podáis reconocer, he puesto a lo largo del sendero a distancias uniformes,

diez monumentos de piedra en que están grabadas estas palabras de reconocimiento:

amor, obediencia, victoria.

Id siguiendo este sendero y llegad al lugar del tesoro.

Yo luego, por otro camino que sólo yo conozco, iré y os abriré las puertas para dicha vuestra».

Los dos hijos se despidieron de su padre;

quien, hasta que podían oírlo, repitió:

«Seguid el camino que os he dicho.

Es por vuestro bien.

No os dejéis tentar por los otros, aunque os parezcan mejores.

Perderíais el tesoro, y a mí con él…».

Ya han llegado al pie del monte.

El primer monumento estaba en la base,

justo al principio del sendero que estaba en el centro de una estrella de sendas

que subían a la conquista del monte en todas las direcciones.

Los dos hermanos empezaron la subida por el sendero bueno.

En los primeros momentos era muy ligero, aunque sin una pizca de sombra.

Desde lo alto del cielo, el sol descendía a pico inundándolo de luz y calor.

La blanca roca en que el sendero se abría…

El terso cielo sobre sus cabezas, el sol caliente que abrazaba sus cuerpos:

Esto veían y sentían los hermanos.

Pero, animados aún por una buena voluntad,

por el recuerdo de su padre y de sus recomendaciones, subían alegres hacia la cima.

Llegan al segundo monumento… y luego al tercero.

El sendero se hacía cada vez más fatigoso, solitario y ardiente.

Ya no se veían siquiera los otros senderos, los cuales tenían hierba y árboles o aguas claras.

Y sobre todo, una subida más suave….

Porque era menos empinada y estaba trazada en la tierra, no en la roca.

«Nuestro padre quiere que lleguemos muertos» dijo uno de los dos hijos al llegar al cuarto monumento.

Y empezó a aminorar el paso.

El otro lo animó a continuar, diciendo:

«Si ha salvado para nosotros tan maravillosamente el tesoro,

es que nos quiere como si fuéramos él mismo y más todavía.

Este sendero de la roca, que sube sin pérdida desde el pie hasta la cima, lo ha excavado él.

Y ha hecho estos monumentos para que nos sirvan de guía.

¡Piensa, hermano mío, que él solo ha hecho todo esto, por amor!

¡Para dárnoslo a nosotros!

Para hacer que lleguemos sin error posible y sin peligro».

Siguieron caminando.

Pero los senderos que quedaban abajo, de vez en cuando se acercaban al sendero de la roca.

Y esto sucedía cada vez más, en la medida en que el monte, acercándose a la cima,

se iba haciendo más estrecho en su cono.

¡Y qué hermosos eran, sombreados, tentadores!…

«Estoy por tomar uno de ésos» dijo el descontento al llegar al sexto monumento.

En realidad, también aquél va a la cima.”

«Hablas sin saber… No ves si sube o baja…»

«¡Ahí arriba está!”

«No sabes si es ése.

Y además nuestro padre dijo que no dejásemos el recto camino…».

De mala gana continuó el insatisfecho.

Cuando llegaron al séptimo monumento, el descontento exclamó:

«¡Bueno yo me voy, ¡¿Eh?!»

«¡No lo hagas, hermano!”

Sendero arriba, siguió un tramo verdaderamente dificilísimo; pero la cima ya estaba cercana…

Han llegado al octavo monumento, que está cerca del sendero florido, lindante con él.

«¿Ves cómo, aunque no sea en línea recta, lleva arriba también éste?».

«No sabes si es ése.»

«Sí, que lo reconozco.”

«Te engañas.”

«No. Voy al otro».

«No lo hagas. Piensa en nuestro padre, en los peligros, en el tesoro”

«¡Pues prescindo de todo y de todos!

¿Para qué me sirve el tesoro, si llego a la cima agonizando?

¡Qué peligro es mayor que este camino?

¿Y qué odio, mayor que este de nuestro padre que se ha burlado de nosotros,

con este sendero para que muriésemos?

Adiós. Llegaré antes que tú, y vivo…»

Y se lanzó al sendero contiguo.

Desapareciendo con una exclamación de gozo tras los troncos que daban sombra al sendero.

«El otro prosiguió, con gran dificultad…

¡Oh! el último trecho del camino era verdaderamente tremendo!

El viandante ya no podía más.

Estaba como ebrio de fatiga, de sol.

Al llegar al noveno monumento, se detuvo jadeando.

Se apoyó en la piedra esculpida y leyó instintivamente las palabras en ella grabadas.

A poca distancia había un sendero lleno de sombra, de aguas, de flores… «

Casi, casi…

¡No! No.

Ahí está escrito y lo ha escrito mi padre: amor, obediencia, victoria.

Debo creer.

En su amor, en su verdad.

Y debo obedecer para mostrar mi amor…

Vamos…

Que el amor me sostenga…».

Llegó el décimo monumento…

El viandante exhausto, abrasado por el sol, caminaba encorvado como bajo un yugo…

Era el amoroso y santo yugo de la fidelidad:

que es amor, obediencia, fortaleza, esperanza, justicia, prudencia, todo…

En vez de apoyarse…

Se dejó caer sentado en la sombra insignificante que el monumento proyectaba en el suelo.

Se sentía morir…

Desde el sendero de al lado llegaba un rumor de arroyos y olor de bosque…

Y suplicó:

«¡Padre, padre, ayúdame con tu espíritu, en la tentación…

Ayúdame a ser fiel hasta el final!».

Desde lejos, oyó la voz jubilosa de su hermano:

«Ven, te espero. Esto es un edén… Ven…»

«¿Y si fuera?…»

Y gritando fuerte:

«¿Estás seguro de que se sube la cima?».

«Sí, ven.

Hay una galería fresca que lleva arriba.

¡Ven!

Ya veo la cima, detrás de la galería que atraviesa la roca…».

«¿Voy? ¿No voy?…

¿Quién me socorre?…

Voy…».

Apoyó las manos para levantarse;

pero mientras lo hacía, observó que las palabras incididas ya no eran seguras,

como las del primer monumento:

«En cada monumento que pasaba las palabras eran más ligeras…

Como si a mi padre derrengado, le hubiera costado incidirlas.

Y… ¡Mirad!…

Aquí también están esas marcas rojas oscuras que ya se veían desde el quinto monumento…

Pero aquí llenan las hendiduras de todas las palabras e incluso ha escurrido hacia afuera,

formando rayas como de lágrimas oscuras en la piedra, como…

Como de sangre…».

Rascó con el dedo en el lugar en que había una mancha de la extensión de dos manos.

Y la mancha se redujo a polvo, dejando al descubierto frescas, estas palabras:

«Así os he amado.

Hasta derramar la sangre por llevaros al Tesoro».

«¡Oh!

¡Oh! ¡Padre mío!

¡Y me venía la idea de no cumplir tu orden!

¡Perdón, padre mío! Perdón»

El hijo lloró contra la piedra.

Y la sangre que llenaba las palabras recobró su frescura, resplandeciendo como el rubí.

Las lágrimas fueron comida y bebida del hijo bueno y le dieron fuerza…

Se levantó…

Por amor llamó a su hermano, lo llamó fuerte, fuerte…

Quería que supiera lo que había descubierto…

El amor de su padre, decirle: «Vuelve».

Nadie respondió…

El joven reanudó 1a marcha, casi de rodillas sobre 1a piedra ardiente,

porque su cuerpo estaba totalmente agotado por el esfuerzo, pero su espíritu estaba sereno.

Ya se ve la cima…

Con el Santo Rosario Meditamos TODA LA VIDA de Jesús y el Amor del Padre, que lo envió para salvarnos… LE ARREBATAMOS LAS ALMAS A SATANÁS Y VENCEMOS EN TODAS LAS BATALLAS

En ella, está su padre.

«¡Padre mío!»

«¡Hijo amado!».

El joven se dejó caer sobre el pecho paterno;

el padre lo acogió cubriéndolo de besos.

«¿Estás solo?”

«Sí…

Pero mi hermano llegará pronto…».

«No. No llegará jamás.

Ha abandonado el camino de los Diez Monumentos.

No ha vuelto a él después de los primeros desengaños admonitorios.

¿Quieres verlo?

Allí está.

En el abismo de fuego…

Ha sido pertinazmente culpable.

Si después de conocer el error, hubiera vuelto sobre sus pasos…

Y aunque hubiera sido con retraso, hubiera pasado por donde el amor pasó primero,

sufriendo hasta derramar su mejor sangre, la parte más preciada de sí mismo por vosotros,

yo lo habría perdonado todavía.

Y le habría esperado».

«Él no sabía…”

«Si hubiera mirado con amor las palabras incididas en los diez monumentos,

habría leído su verdadero significado.

Tú lo has leído desde el quinto monumento y se lo has observado al otro, diciéndole:

“Nuestro padre aquí debe haberse herido”.

Y lo has leído en el sexto, séptimo, octavo, noveno…

Cada vez con más claridad,

hasta que has tenido el instinto de destapar lo que se ocultaba bajo mi sangre.

Con el Amor de Fusión, nos hacemos Uno con Dios…

¿Sabes cómo se llama ese instinto?:

“Tu verdadera unión conmigo”.

Las fibras de tu corazón, fundidas con mis fibras, se han sobresaltado-

Y te han dicho:

“Aquí hallarás la medida del amor de tu padre”

Ahora toma posesión del Tesoro.

Y de mí con él, tú amoroso, obediente, victorioso para siempre».

Ésta es la parábola.

Los diez monumentos son los Diez Mandamientos.

Vuestro Dios os ha grabado y colocado en el sendero que lleva al Tesoro eterno.

Y ha sufrido para conduciros a ese sendero.

¿Vosotros sufrís?

También Dios.

¿Vosotros tenéis que forzaros a vosotros mismos?

También Dios.

¿Y sabéis hasta qué punto?

Sufriendo el separarse de Sí mismo.

Y forzarse a conocer el hecho de ser Hombre con todas las miserias que la humanidad lleva consigo:

Nacer, padecer frío, hambre, cansancio, burlas, afrentas, odios, insidias y finalmente la muerte;

dando toda su Sangre para daros el Tesoro.

Esto es lo que sufre Dios que ha bajado a salvaros.

Esto es lo que sufre Dios en lo alto del Cielo, permitiéndose a Sí mismo sufrirlo.

En verdad os digo que ningún hombre, por fatigosa que sea su senda para llegar al Cielo,

recorrerá jamás un sendero más fatigoso y doloroso que el que el Hijo del hombre recorre

para venir del Cielo a la Tierra y de la Tierra ir al Sacrificio para abriros las puertas del Tesoro.

En las tablas de la Ley ya está mi Sangre.

En el Camino que os trazo está mi Sangre.

La puerta del Tesoro se abre con el empuje de la Ola de mi Sangre.

Vuestra alma se hace cándida por el lavacro de mi Sangre.

Y fuerte por la nutrición de mi Sangre.

Pero, para que no sea derramada en vano,

vosotros debéis recorrer el camino inmutable de los Diez Mandamientos.

Ahora vamos a descansar.

Cuando se ponga el sol iré hacia Ippo:

Juan, a la purificación;

vosotros, a vuestras casas.

La paz del Señor esté con vosotros.