566 El Dios Verdadero6 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

453b Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico. 

Jesús ha finalizado de hablar:

–               Ahora, mientras el sol domina, id cada uno a su casa y meditad en mis palabras.

Varios le preguntan:

–             ¿Y Tú a dónde vas, Señor?

–             ¡A mi casa!

–             ¡A mi casa!

Todos los ricos de Ippo quieren que vaya con ellos.

Y casi discuten por defender cada uno el motivo por el que Jesús debe ir a su casa.

Él levanta la mano imponiendo silencio.

A duras penas lo obtiene.

Y dice:

–               Voy a estar con éstos.

Y señala a los pobres.

Los cuales, apiñados en un grupo al margen de la multitud,

lo miran con los ojos de quienes, siempre vilipendiados, se sienten queridos.

Jesús repite:

–              Voy a estar con éstos, para consolarlos y compartir el pan con ellos.

Para darles un adelanto de la alegría del Reino,

donde el Rey estará sentado entre los súbditos en el mismo banquete de amor.

Entretanto, puesto que su fe está escrita en sus caras y en sus corazones, les digo a ellos:

«Hágase lo que en vuestro corazón pedís…

Y alma y cuerpo exulten con la primera salvación que os dona el Salvador».

Hay al menos un centenar de pobres.

De éstos, al menos los dos tercios, tienen taras físicas:

Están ciegos o visiblemente enfermos.

El otro tercio es de niños que mendigan para sus madres viudas o para sus abuelos…

Bien, pues es prodigioso ver que los brazos tullidos, las caderas baldadas, las espaldas contractas,

los ojos apagados, las personas extenuadas que literalmente se arrastran,

toda la flora dolorosa de las enfermedades y desdichas, debidas a accidentes de trabajo

o contraídas por exceso de fatigas y de privaciones, cómo se restauran, dejan de existir.

Y estos infelices vuelven a la vida, vuelven a  sentirse capaces de bastarse a sí mismos.

Los gritos llenan la vasta plaza y en ella retumban.

Un romano se abre paso a duras penas por entre la multitud delirante y se acerca a Jesús,

mientras Él, también con dificultad, se dirige hacia los pobres que han sido curados

y que desde su sitio lo bendicen, pues no pueden hender la muchedumbre compacta.  

El romano pregunta:

–                ¡Salve, Rabí de Israel!

¿Lo que has hecho es sólo para los de tu nación?

Jesús responde:

–                No, hombre.

Ni lo que he hecho, ni lo que he dicho.

Mi poder es universal, porque universal es mi amor.

Y mi doctrina es universal, porque para ella no hay castas, ni religiones, ni naciones, que limiten.

El Reino de los Cielos es para la Humanidad que sabe creer en el Dios verdadero.

Y Yo soy para aquellos que saben creer en el poder del Dios verdadero.

–                Yo soy pagano.

Pero creo que eres un dios.

Tengo un esclavo al que quiero;

un anciano esclavo, que me sigue desde que yo era niño.

Ahora la parálisis lo está matando lentamente y con muchos dolores.

Pero es un esclavo y quizás Tú…

–                 En verdad te digo que no conozco sino una verdadera esclavitud que me produzca repulsión:

la del pecado, la del pecador obstinado.

Porque quien peca y se arrepiente halla mi piedad.

Tu esclavo será curado.

Ve y cúrate de tu error, entrando en la verdadera fe.

–               ¿No vienes a mi casa?

–                No, hombre.

–                Verdaderamente…

He pedido demasiado.

Un dios no va a casas de mortales.

Eso se lee sólo en las fábulas…

Pero nadie hospedó jamás a Júpiter o a Apolo.

–               Porque no existen.

Pero Dios, el verdadero Dios entra en las casa del hombre que cree en Él.

Y lleva a ellas curación y paz.

–              ¿Quién es el verdadero Dios?

–               El que es.

–                ¿No Tú?

¡No mientas!

Te siento dios…

–                No miento.

Tú lo has dicho.

Yo lo soy.

Isaías 43 2 : «Yo nunca te dejaré»

Yo soy el Hijo de Dios venido para salvar a tu alma también;

como he salvado a tu amado esclavo.

¿No es ése que viene llamando a voces?

El romano se vuelve.

Ve a un anciano, seguido por otras personas, que envuelto en una manta,

corre gritando:

–              ¡Mario!

¡Mario!

¡Amo mío!

-¡Por Júpiter!

¡Mi esclavo!

¡Y corre!… Yo…

He dicho: Júpiter…

¡No!

Digo: por el Rabí de Israel.

Yo… yo… – el hombre ya no sabe qué decir…

La gente se abre de buena gana para dejar pasar al viejo curado.

Que dice:

–               Estoy curado, amo.

He sentido un fuego en mis miembros y una orden: «¡Levántate!»

Me parecía que fuera tu voz.

Me he levantado…

Me tenía en pie…

He intentado andar…

Podía…

Me he tocado las llagas de la cama…

No había llagas.

He gritado…

Nereo y Quinto han venido inmediatamente.

Me han dicho dónde estabas.

No he esperado a tener vestidos.

Ahora te puedo servir todavía…

El anciano de rodillas, llora mientras besa las vestiduras del romano…

Qué le dice:

–               No a mí.

A Él, este Rabí, te ha curado.

Habrá que creer, Aquila.

Él es el verdadero Dios.

Ha curado a aquéllos con la voz.

Y a ti… con no sé qué…

Debemos creer…

Señor… 

Soy pagano, pero…

Toma… No.

Es demasiado poco.

Dime a dónde vas y te retribuiré».

Había ofrecido una bolsa, pero la vuelve a guardar.

–             Voy debajo de aquel pórtico oscuro, con ellos.

–             Te mandaré para ellos.

¡Salve, Rabí!

Lo contaré a los que no creen…

–              Adiós.

Te espero en los caminos de Dios.

El romano se marcha con sus esclavos.

Jesús se marcha con sus pobres, con los apóstoles y discípulas.

El pórtico -más calle cubierta que pórtico- es umbrío y fresco.

Y la alegría es tanta que el lugar, de por sí muy común, también parece hermoso.

De vez en cuando, uno de la ciudad viene y da dádivas.

Regresa el esclavo del romano con una pesada bolsa.

Jesús otorga palabras de luz y consuelos de dinero.

Y cuando regresan los apóstoles con una serie de provisiones,

Jesús parte el pan, bendice el alimento y lo ofrece a los pobres.

A sus pobres…

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