IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
455b La Iglesia es confiada a la maternidad de María.
Jesús invita a su Madre:
– ¡Ven!
Voy a recoger para ti unos cálices de flor llenos de rocío perfumado,
así te refrescas la cara como he hecho Yo.
Nos los ha preparado el Padre nuestro Santísimo y los pájaros me los han señalado.
¡Mira como todo sirve en la ordenada Creación de Dios!
Este rellano elevado y cercano al lago,
muy fértil por las nieblas que suben del mar galileo y por los árboles altos que atraen el rocío,
permitiendo esta exuberancia de hierbas y flores incluso en medio de la quemazón estival.
Ésta abundante lluvia de gotas de rocío para llenar estos cálices,
para que sus amados hijos puedan lavarse el rostro…
Ve lo que el Padre ha preparado para quien lo ama.
Jesús, llevándola de la mano, la lleva hasta donde está el jardín que le enseñaron los pájaros.
Ten mamá.
Agua de Dios en cálices de Dios, para refrescar a la Eva del nuevo Paraíso.
Y Jesús toma estas anchísimas flores.
Vierte en las manos de María el agua recogida en el fondo…
Y María realiza su aseo matutino, en la misma forma que Jesús…
Los demás entretanto, se han arreglado y vienen buscando a Jesús,
que se ha alejado algunos metros del lugar de descanso.
Después de los recíprocos saludos,
dicen:
– Estamos ya listos, Maestro.
– Bien.
Vamos por esta parte.
Santiago de Zebedeo objeta:
– ¿Pero es buen camino?
Aquí terminan los bosques.
Y la otra vez estábamos en los bosques…
Jesús responde:
– Porque subíamos del lago…
Pero ahora podemos tomar el camino bueno.
¿Veis?
Gamala está allí, entre oriente y mediodía.
Y el único camino es éste.
Porque los otros tres lados son impracticables, para quien no es una cabra agreste.
Felipe concede:
– Tienes razón.
Evitaremos la hoz árida de la que vimos venir a los endemoniados.
Caminan a buen paso…
Y pronto dejan atrás el bosque en el que han dormido.
Van por un camino pedregoso allende una pequeña hoz que se va acentuando,
a medida que se acerca al caprichoso monte al que está aferrada Gamala,
escarpado por tres partes: al este, norte y oeste.
Y unido al resto de la comarca por este único camino que sigue la dirección sur-norte;
camino alto, entre dos pedregosos y agrestes valles,
que lo separan de las campiñas de oriente y de los bosques de encinas de occidente.
Muchos cuidadores de cerdos pasan en medio de su hozadora manada,
en dirección a los encinares.
Carros cargados de piedras labradas pasan chirriando, tirados por lentos bueyes enyugados.
Algún que otro caballero pasa al trote levantando nubes de polvo.
Equipos de cavadores que la mayor parte son esclavos,
o condenados a trabajos forzados por algún motivo.
Pasan andrajosos y consumidos, bajo la vigilancia dura de los sobrestantes.
A medida que el monte se acerca y ya el camino sube,
se ven cárcavas fortificadas que cortan el monte como anillos que ciñen sus laderas.
Cavar esas cárcavas allí no debe ser fácil, especialmente en ciertos lugares casi cortados a pico.
Y a pesar de todo,
muchos hombres trabajan arreglando fortificaciones ya existentes,
preparando otras;
llevando sobre sus desnudas espaldas cubos de piedra que hacen plegarse a estos infelices,
dejando surcos sangrantes en sus desnudas espaldas.
Mientras las mujeres muestran su compasión por los infelices semidesnudos,
mal nutridos, obligados a fatigas superiores a sus fuerzas.
Los apóstoles comentan entre sí:
– ¿Pero qué hacen los de esta ciudad?
– ¿Estamos acaso en tiempo guerra, para trabajar de ese modo?
– ¡Están locos!
– ¿Pero quién los hace trabajar?
– ¿El Tetrarca o los romanos?
Y arguyen entre sí.
Porque al parecer Gamala es independiente de la Tetrarquía de Filipo y de la Tetrarquía de Herodes.
Ya que les parece imposible que los romanos se preocupen de construir en casa ajena,
fortificaciones que mañana podrían ser usadas contra ellos.
Y la eterna idea fija como una idea maniática, del reino temporal del Mesías,
se esgrime como enseña de una victoria ya segura y de gloria e independencia nacionales.
Gritan tanto, que algunos sobrestantes se acercan y escuchan.
Son hombres rudos, de raza visiblemente no hebrea, bastantes ya camino de la vejez.
Muchos de ellos tienen cicatrices en el cuerpo.
Pero lo que son, lo dice la salida despreciativa de uno de ellos:
– ¡”Nuestro reino”!
¿Has oído, Tito?
¡Narigudos!
Vuestro reino está ya aplastado debajo de estas piedras.
Quien se sirve del enemigo para construir contra el enemigo, sirve al enemigo.
Palabras de Publio Corfinio.
Y si no comprendéis pues vivid, que las piedras os explicarán el enigma…
Se ríe mientras alza el azote…
Porque ve que uno de los trabajadores agotado, vacila y se sienta.
Y le golpearía si Jesús no lo detuviera, adelantándose,
y diciendo:
– No te es lícito.
Es hombre como tú.
– ¿Quién eres, que te entrometes y defiendes a un esclavo?
– Yo soy la Misericordia.
Mi nombre de hombre no te diría nada.
Pero este atributo mío te recuerda que seas misericordioso.
Has dicho: “Quien se sirve del enemigo para construir contra el enemigo sirve al enemigo”.
Has dicho una dolorosa verdad.
Pero Yo te digo otra, luminosa:
“Quien no emplea misericordia no hallará misericordia”.
– ¿Eres un orador?
– Soy la Misericordia, ya te lo he dicho.
Algunos, de Gamala o que se dirigen a esta ciudad,
dicen:
– Es el Rabí de Galilea.
– El que manda a las enfermedades, a los vientos, a las aguas y a los demonios.
– Convierte las piedras en pan y nada se le resiste.
– Vamos corriendo a la ciudad a decirlo.
– ¡Que vengan los enfermos!
– Que escuchemos su palabra.
– ¡También nosotros somos de Israel!
Y una parte de ellos se marchan rápidamente,
mientras otra parte se queda en torno al Maestro.
El sobrestante de antes dice:
– ¿Es verdad lo que éstos dicen de Ti?
Jesús responde:
– Es verdad.
– Haz un milagro y creeré.
– No se piden milagros para creer.
Se pide fe para creer.
Y obtener así el milagro.
Fe y piedad hacia el prójimo.
– Soy pagano yo…
– No es razón válida.
Vives en Israel, que te da dinero…
– Porque trabajo.
– No.
Porque haces trabajar.
– Yo sé hacer trabajar.
– Sí, sin piedad.
¿No has pensado nunca que si en vez de ser romano hubieras sido de Israel,
habrías podido estar en el lugar de uno de éstos?
– ¡Hombre, claro!…
Pero no lo soy, por protección de los dioses.
– No podrían defenderte tus ídolos vanos, si el verdadero Dios quisiera castigarte.
Todavía no has muerto.
Sé pues misericordioso, para obtener misericordia…
El hombre quisiera rebatir, discutir;
pero luego se encoge de hombros despreciativamente.
Y volviendo la espalda;
se marcha a pegar a uno que ha parado de trabajar con el pico, en una veta tenaz de roca.
Jesús mira al infeliz que recibe los golpes y mira al que golpea:
Dos miradas de igual y al mismo tiempo, distinta, piedad.
Y de una tristeza tan profunda, como la que tendrá muchas veces, durante la pasión.
¿Pero qué puede hacer?
Impotente para intervenir…
reanuda su camino, con el peso de las desventuras que ha visto.
Y que le cargan el corazón.