579 Un Exorcismo Perfecto6 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

458 Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre los dones de Dios.

Llegan a los bordes del lago, en los aledaños de Guerguesa,

cuando el ocaso rojo se transforma en crepúsculo violáceo y sereno.

La ribera está llena de gente que prepara las barcas para la pesca nocturna

o que se baña con gusto en las aguas del lago, un poco picado por el viento que lo surca.

Pronto Jesús es visto y reconocido…

De tal forma que antes de que pueda entrar en la ciudad,

la ciudad sabe que ha venido.

Y se produce la consabida afluencia de gente que acude a escucharlo.

Entre la gente se abre paso un hombre,

diciendo que por la mañana habían venido a buscar a Jesús desde Cafarnaúm…

Y que vaya urgente, lo más rápido que pueda.

Jesús responde:

–             Lo haré esta misma noche.

No me quedo en Guerguesa.

Como nuestras barcas no están aquí, os pido que me prestéis las vuestras.

–              Como quieras, Señor.

Pero ¿Nos vas a hablar antes de partir?

–               Sí, incluso para despedirme de vosotros.

Pronto dejaré Galilea…

Una mujer llorando, lo llama de entre la multitud,

mientras suplica que la dejen pasar para ir donde el Maestro.

El hombre explica:

–              Es Arria, la gentil que se ha hecho hebrea por amor.

Una vez curaste a su marido.

Pero…

–               Me acuerdo.

¡Dejadla pasar!

La mujer se acerca.

Se arroja a los pies de Jesús.

Llora mucho.

Jesús pregunta:

–              ¿Qué te pasa, mujer?

Ella contesta entre sollozos:

–              ¡Rabí!

¡Rabí! ¡Piedad de mí!

Simeón…

Uno de Guerguesa le ayuda a hablar,

explicando:

–              Maestro, usa mal la salud que le diste.

Se ha hecho duro de corazón, rapiñador…

Ya ni siquiera parece israelita.

La verdad es que la mujer es mucho mejor que él, a pesar de haber nacido en tierras paganas.

Y su dureza y rapacidad le acarrean peleas y odios.

Por una pelea ahora está muy malherido en la cabeza…

Y el médico asegura que se va a quedar ciego.

–               ¿Y Yo qué puedo en ese caso?

–               Tú… curas…

Ella, ya lo ves, se desespera…

Tiene muchos hijos;

y pequeños todavía.

La ceguera de su marido significaría miseria para la casa…

Es verdad que es dinero mal ganado…

Pero la muerte sería una desventura, porque un marido es siempre un marido…

Y un padre es siempre un padre, aunque en vez de amor y pan, dé traiciones y palos…

–              Lo curé una vez y le dije: “No peques más”

Él ha pecado más.

¿No había prometido acaso, que no iba a pecar más?

¿No había hecho voto de no volver a ser usurero y ladrón, si Yo lo curaba…?

Es más, debe devolver a quien pudiera lo mal adquirido.

Y usar lo mal adquirido -para el caso de no poder devolverlo- en favor de los pobres.

–                Maestro, es verdad.

Yo estaba presente.

Pero… el hombre no es firme en sus propósitos.

–             Es como dices.

Y no sólo Simeón.

Muchos son los que, como dice Salomón, (Proverbios 11, 1; 20, 10 y 23 y 25)

Tienen dos pesos y balanza falsa.

Y no sólo en el sentido material, sino también cuando juzgan y actúan.

Y en su comportamiento para con Dios.

Es también Salomón el que dice:

“Desastroso para el hombre el fervor ligero por lo santo y tras hacer un voto, volverse atrás”.

Y sin embargo son demasiados los que hacen esto…

Mujer, no llores.

Pero escucha y sé justa, porque has elegido religión de justicia.

¿Qué elegirías si te propusiera una de éstas dos cosas:

Curar a tu marido y dejarlo vivir para que siga burlándose de Dios…

Acumulando pecados sobre su alma.

O convertirlo, perdonarlo y luego dejarlo morir?

Elige.

Haré lo que elijas.

La pobre mujer se encuentra en una lucha muy acerba.

El amor natural, la necesidad de un hombre que bien o mal, gane para los hijos;

la moverían a pedir “vida”

Su amor sobrenatural hacia su marido la mueve a pedir “perdón y muerte”.

La gente calla atenta, conmovida, en espera de la decisión.

Los pecados provocan la posesión demoníaca perfecta y la muerte espiritual del alma…

La conversión es la resurrección espiritual del alma...

Con el Sacramento de la Reconciliación, en cuanto el sacerdote dice: “Ego te absolvo…” 

Con el arrepentimiento verdadero,

las palabras del sacerdote completan un exorcismo perfecto y completo.

Contemplar espiritualmente en los confesionarios donde ministran los sacerdotes católicos,

viendo los terribles pecados salir disparados como balas…

Y a Satanás desquiciado por la furia de verse derrotado…

¡Es verdaderamente glorioso!

Finalmente la pobre mujer, arrojándose de nuevo al suelo…

Abrazándose a la túnica de Jesús como buscando fuerzas,

como oveja sacrificada,

gime sollozante:

–              La vida eterna…

Pero ayúdame, Señor…

Tanto languidece rostro en tierra, que parece que ella sea la estuviera muriendo.

–              Has elegido la parte mejor.

Bendita seas.

Pocos en Israel te igualarían en temor de Dios y justicia.

Levántate.

Vamos donde él.

–              ¿Pero realmente lo vas a hacer morir, Señor?

¿Y yo qué voy a hacer?

La criatura humana renace del fuego del espíritu como el fénix mitológico…

Sufre y zozobra humanamente…

–             No temas, mujer.

Yo, tú, todos confiamos al Padre de los Cielos todas las cosas.

Y El obrará con su amor.

¿Eres capaz de creer esto?

–             Sí, mi Señor…

–             Entonces vamos.

Diciendo la oración de todas las peticiones y de todos los consuelos.

Y mientras camina, circundado de un enjambre de personas y seguido de un séquito de gente.

Dice lentamente el Pater…

El grupo apostólico hace lo mismo.

 Con un coro bien ordenado, las frases de la Oración Solemne,

se elevan por encima del murmullo de la muchedumbre.

la cual sintiendo el deseo de oír orar al Maestro, poco a poco va guardando silencio;

de forma que las últimas peticiones se oyen maravillosamente en medio de un silencio solemne.

Jesús dice a la mujer:

–               El Padre te dará el pan cotidiano.

Lo aseguro en su Nombre.

Y dirigiéndose a todos,

añade:

«Y os serán perdonadas las culpas si perdonáis al que os haya ofendido o perjudicado.

Esa persona necesita vuestro perdón para obtener el de Dios.

Y todos tienen necesidad de la protección de Dios para no caer en pecado como Simeón.

Recordad esto.

Ya han llegado a la casa.

Jesús entra en ella con la mujer, con Pedro, Bartolomé y el Zelote.

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