458a Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre los dones de Dios.
Encuentran al hombre, echado en la yacija;
en la cara vendas y paños mojados.
Gesticula desasosegado y delira.
Pero la voz y la voluntad de Jesús le hacen volver en sí…
Exclama gritando:
– ¡Perdón!
¡Perdón!
No volveré a caer en el pecado.
¡Tu perdón como la otra vez!
Pero también la salud, como la otra vez.
¡Arria!
¡Arria! Te juro que seré bueno.
No volveré a ser ni violento ni ladrón, no…
Por el miedo a morir, el hombre está dispuesto a todas las promesas…
Jesús pregunta:
– ¿Por qué quieres todo esto?
¿Por expiar o porque temes el juicio de Dios?
– ¡Eso, eso!
¡Morir ahora, no!
¡El infierno!…
¡He robado… he robado el dinero del pobre!
He usado la mentira.
He sido violento con mi prójimo y he hecho sufrir a los familiares.
¡Oh!…
– No miedo.
Se requiere arrepentimiento, verdadero, firme.
– ¡La muerte o la ceguera!
¡Qué castigo!
¡No volver a ver!
¡Tinieblas!
¡Tinieblas! ¡No!…
– Si es adversa la tiniebla en los ojos…
¿No te es horrenda la del corazón?
¿Y no temes la del Infierno, eterna, horrenda?
¿La privación continua de Dios?
¿Los remordimientos perpetuos?
¿La congoja de haberte matado a ti mismo para siempre, en tu espíritu?
¿No amas a ésta?
¿Y no quieres a tus hijos?
¿No quieres a tu padre, a tu madre, a tus hermanos?
¿Y no piensas que no los vas a tener nunca más contigo, si mueres condenado?
– ¡¡Nooo!!
¡No! ¡Perdón!
¡Perdón!
Expiar, aquí, sí, aquí…
Incluso la ceguera, Señor…
Pero el Infierno no…
¡Que no me maldiga Dios!
¡Señor!
¡Señor! Tú arrojas los demonios y perdonas las culpas.
No alces tu mano para curarme…
Pero sí para perdonarme y liberarme del demonio que me tiene sujeto…
Ponme una mano en el corazón, en la cabeza…
Libérame, Señor…
– No puedo hacer dos milagros.
Reflexiona.
Si te libero del demonio te dejaré la enfermedad…
– ¡No importa!
Sé Salvador.
– Sea como tú quieres.
Te digo que ojalá sepas aprovechar mi milagro, porque es el último que te hago.
Adiós.
– ¡No me has tocado!
¡Tu mano!
¡Quiero tu mano!
Jesús lo complace poniéndole la mano sobre la cabeza y sobre el pecho del hombre.
El cual estando vendado, cegado por las vendas y la herida,
palpa convulsivamente para agarrar la mano de Jesús.
Y una vez que la encuentra, llora sobre ella.
Y no quiere separarse…
Hasta que como un niño cansado, se adormece…
Teniendo todavía la mano de Jesús apretada contra su mejilla febril.
Jesús saca cautelosamente la mano.
Sale de la habitación sin hacer ruido, seguido por la mujer y los tres apóstoles.
– Que Dios te lo pague, Señor.
Ora por tu sierva.
– Sigue creciendo en la justicia, mujer.
Y Dios estará siempre contigo.
Levanta la mano para bendecir la casa y a la mujer…
Y sale a la calle.