583 Las Malas Amistades6 min read

  1. IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

459a El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre las malas amistades.

La cena, efectivamente está preparada.

Pero Judas tampoco está abajo;

en ningún lugar de la casa.

La dueña explica:

–               Ha salido.

Ha dicho: “Vuelvo enseguida”.

Jesús responde:

–               Bien.

Vamos a sentarnos y a comer.

Jesús ofrece, bendice y distribuye el alimento.

Pero en la habitación, iluminada por dos lamparillas y la lumbre,

hielo se cierne sobre los ánimos suspendidos.

Afuera continúa el temporal…

Vuelve Judas jadeante, mojado como si se hubiera caído al lago.

Los cabellos, a pesar de que se haya puesto el manto sobre la cabeza,

cuando arroja al suelo el manto empapado, aparecen aplastados y empapados de agua,

pegados a las mejillas, al cuello.

Todos lo miran, pero ninguno habla.

Él quiere presentar disculpas,

a pesar de que nadie le pregunte nada,

diciendo:

–                 He ido corriendo donde tus hermanos para decirles que estás aquí.

De todas formas, te he obedecido.

No he ido donde los enfermos.

Ya no se podía.

¡Está un aguacero!

¡Una lluvia torrencial!…

Pero he querido dar honor, sin dilación, a tus parientes…

¿No estás contento, Maestro?

¡No hablas!…

–            Te escucho.

Toma y come.

Hasta que nos vayamos a descansar, vamos a hablar entre nosotros.

Escuchad:

Está escrito (Eclesiástico 8, 18-19) que no confiemos el corazón al extranjero,

porque no conocemos sus hábitos.

Pero ¿Podemos decir que conocemos el corazón incluso de nuestros conciudadanos?

¿El corazón del amigo?

¿El del pariente?

Sólo Dios conoce perfectamente el corazón del hombre.

Y el hombre dispone de un solo medio para conocer el corazón de su semejante.

Y comprender si se trata de un verdadero compatriota, de un amigo verdadero, de un verdadero pariente.

¿Cuál es este medio?

¿Dónde se encuentra?

En el prójimo mismo y en nosotros.

En las acciones y palabras de él y en el recto juicio nuestro.

Cuando en las palabras del prójimo, en sus acciones,

o en las acciones que querría que nosotros hiciéramos;

sentimos con nuestro recto juicio, que no hay bien…

Podemos entonces decir:

“Este no tiene corazón bueno y debo desconfiar de él”

Hay que tratarlo con caridad, porque es un desdichado.

Su desdicha es la más grave: la del espíritu enfermo.

Pero no seguirlo en sus acciones, no aceptar sus palabras como verdaderas y sabias…

Y mucho menos, seguir sus consejos.

Que no os destruya este  pensamiento orgulloso:

“Soy fuerte y el mal de los otros no entra en mí.

Soy justo y, aunque escuche a los injustos, justo me conservo”.

El hombre es un abismo profundo, en que se dan todos los elementos del bien y del mal:

Ayudan los primeros, las ayudas de Dios, a crecer y a hacerse reyes;

ayudan a crecer y reinar en modo nocivo las pasiones y las malas amistades.

Todas las aspiraciones al bien y todos los gérmenes del mal están latentes en el hombre:

Por amorosa Voluntad de Dios o por malvada voluntad de Satanás,

el cual sugestiona, tienta, incita; mientras que Dios atrae, conforta, ama.

Satanás trata de seducir, Dios trabaja en conquistar.

Y no siempre vence Dios, porque la criatura es pesada, hasta que escoge el amor como ley suya.

Y siendo pesada, desciende y tiende más fácilmente,

a aquello que supone satisfacción inmediata y de las partes más bajas del hombre.

Vosotros, por lo que digo acerca de la debilidad humana,

podéis comprender cuán necesario es desconfiar de sí mismo y poner mucha atención a nuestro prójimo,

para no unir el veneno de una conciencia impura a lo que ya fermenta en nosotros.

Cuando se comprende que un amigo es la ruina del corazón,

cuando sus palabras turban la conciencia, cuando sus consejos escandalizan,

hay que saber dejar esa amistad dañosa.

Persistiendo se acabaría pereciendo en el espíritu,

porque se pasaría a acciones que alejan a Dios,

que impiden a la conciencia endurecida comprender las inspiraciones de Dios.

Si todo hombre culpable de graves pecados pudiera,

quisiera hablar diciendo cómo llegó a esos pecados,

se vería que en el origen hubo siempre una mala amistad…

Samuel de Nazareth,

en voz baja confiesa :

–              ¡Es verdad!

–               Desconfiad de aquellos…

Que después de haber combatido contra vosotros sin motivo,

de golpe os colman de honores y regalos.

Desconfiad de los que alaban todas vuestras acciones y son hombres que alaban todo:

Alaban al holgazán como buen trabajador,

al adúltero como marido fiel,

al ladrón como honesto,

al violento como manso,

al mentiroso como sincero,

al mal fiel y al pésimo discípulo como modelos.

Lo hacen para destruiros…

Y servirse de vuestra destrucción para sus astutas miras.

Huid de aquellos que quieren embriagaros de alabanzas y promesas,

para hacer que llevéis a cabo acciones que, de no estar embriagados, no aceptaríais hacer.

Y cuando hayáis jurado fidelidad a uno, no tratéis con sus enemigos.

Sólo se acercan para perjudicar al que odian…

Y perjudicar con vuestra misma ayuda.

Abrid los ojos.

He dicho:

Sed astutos como las serpientes, además de sencillos como las palomas.

Porque, para tratar de las cosas de espíritu, es santa la sencillez;

pero, para vivir en el mundo sin perjudicarse uno a sí mismo y perjudicar a los amigos,

es necesaria la astucia que sabe descubrir las astucias de quien odia a los santos.

El mundo es un cubil de sierpes.

Sabed conocer el mundo y sus sistemas.

Y luego, estando como palomas no entre el fango donde están las sierpes,

sino en el alto abrigo sobre la roca,

tened el corazón sencillo de los hijos de Dios.

Y ORAD, orad,…

Orad porque en verdad os digo que la Gran Serpiente silba alrededor de vosotros.

Y que estáis en grave peligro.

Y quien no vigile perecerá.

Sí.

Entre los discípulos habrá quien perezca…

Con gran júbilo de Satanás e infinito dolor de Cristo.

Pedro pregunta:

–              ¿Quién será, Señor?

Quizás uno que no es de los nuestros, un prosélito, uno…

No de Palestina, uno…

–               No indaguéis.

¿No está, acaso, escrito que la abominación entrará, como ya ha entrado, en e1 lugar santo? (Daniel 9, 27; 11, 31; 12, 11)

Ahora bien, si se puede pecar incluso junto al Santo…

¿No podrá pecar alguno de entre mis seguidores galileo o judío?

Velad, velad, amigos míos.

Velad por vosotros mismos y por los demás,

vigilad lo que os dicen los otros y lo que os dice vuestra conciencia.

Y si por vosotros no tenéis luz para ver, venid a Mí…

Yo soy la Luz.

Pedro gesticula y susurra detrás de Juan…

Que hace señal de que no, que no.

Jesús vuelve la mirada, ve…

Pedro se pone en actitud seria y hace ademán de alejarse.

Jesús se levanta.

Sonríe levemente…

Luego entona la Oración, bendice, despide a la s personas.

Y se queda solo, a orar más.

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: