585 Hijos de la Luz4 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

460a Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. 

Jesús empieza a caminar de nuevo…

No volviendo inmediatamente al pueblo por el camino recorrido antes,

sino describiendo por entre los huertos

un semicírculo que lo lleva al lado del manantial que está cerca del lago.

Manantial que toman al asalto las mujeres,

queriendo aprovisionarse cuando todavía el sol no está alto y el agua está fresca.

Entonces lo ven venir…

–              ¡El Rabí!

–              ¡El Rabí!

Y las mujeres se apresuran a ir hacia Él.

Y con ellas los niños y también hombres del pueblo, la mayoría viejos, inactivos a causa del sábado.

Un hombre ya muy anciano que lleva de la mano a un niño, de unos seis años;

quizás un biznieto, porque si el viejo es casi centenario,

dice:

–             Una palabra, Maestro…

Para hacer alegre este día.

Los demás apoyan:

–               Sí.

–             Para alegrar al viejo Leví.

–              Y a nosotros con él.

Jesús responde:

–             Hoy tenéis la explicación de Jairo.

Yo estoy aquí para oírlo.

Tenéis un arquisinagogo sabio…

–               ¿Por qué dices esto, Maestro?

–               Tú eres el arquisinagogo de los arquisinagogos, el Maestro de Israel.

–                Nosotros te reconocemos sólo a Ti.

–                 No debéis hacerlo.

Los arquisinagogos están puestos para que sean vuestros maestros,

para llevar a cabo el culto entre vosotros, dándoos ejemplo para haceros fieles israelitas.

Los arquisinagogos seguirán estando cuando Yo ya no esté.

Tendrán otro nombre, otras ceremonias, pero siempre serán los ministros del culto.

Debéis amarlos.

Y debéis orar por ellos;

porque donde hay un buen arquisinagogo hay buenos fieles.

Y por tanto, ahí está Dios.

–                Lo haremos.

Pero háblanos ahora.

Nos han dicho que estás para dejarnos…

–               Tengo muchas ovejas esparcidas por Palestina.

Todas esperan a su Pastor.

Pero tenéis a los discípulos, que cada vez son más y más sabios…

–                  Sí.

Pero lo que Tú dices es siempre bueno y fácil para nuestras mentes ignorantes.

–                 ¿Qué os diré?…

José de Alfeo, que junto con su hermano Simón y un grupo de fariseos,

han llegado de repente; 

le grita:

–                ¡Jesús, te hemos buscado por todas partes!

–                ¿Y dónde puede estar el Hijo del hombre,

sino entre los pequeños y los simples de corazón?

¿Queríais verme?

Aquí me tenéis.

Pero antes dejad que diga a éstos unas palabras…

Escuchad.

Os han dicho que estoy para dejaros.

Es verdad.

No lo he negado.

Pero antes de dejaros, os mando esto:

Que os vigiléis mucho a vosotros mismos para conoceros mucho.

Que os acerquéis cada vez más a la Luz, para que podáis ver.

Mi palabra es Luz.

Custodiadla en vosotros.

Y cuando a su luz descubráis manchas o sombras,

perseguidlas para arrojarlas fuera de vuestro corazón.

Lo que erais antes de que Yo os conociera ya no debéis serlo;

debéis ser mucho mejores, porque ahora sabéis mucho más.

Antes estabais como en un crepúsculo, ahora tenéis la Luz en vosotros.

Debéis, por tanto, ser hijos de la Luz.

Mirad al cielo por la mañana, cuando el alba lo esclarece:

Puede parecer sereno por el solo hecho de no estar todo cubierto de nubes de tormenta…

Pero, en cuanto aumenta la luz y el vivo claror del sol se asoma por oriente,

los ojos, asombrados, ven formarse manchas rosadas en el azul del cielo.

¿Qué son?

Ligeras nubecitas, tan leves que parecían no estar, mientras la luz era tenue;

pero que ahora dándoles el sol, aparecen como espumas ligeras en el campo del cielo.

Y ahí están hasta que el sol las funde, las anula en su gran fulgor.

Vosotros haced lo mismo con vuestra alma.

Llevadla cada vez más a la luz, para descubrir en vosotros cualquier niebla, aunque sea levísima.

Y luego tenedla bajo el gran sol de la Caridad.

La Caridad consumará vuestras imperfecciones,

como el sol hace evaporar la humedad ligera,

que se condensa en aquellas nubecillas tan tenues que disipa en la aurora.

Si estáis mucho en la Caridad, la Caridad obrará en vosotros continuos prodigios.

Marchaos ahora y sed buenos…

Se despide de ellos…

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