IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
461a Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey.
Van hasta el amplio vestíbulo que hay en la parte de atrás de la casa.
Más que un vestíbulo, es un pórtico semicircular abierto al parque.
El parque se prolonga en la casa con este vestíbulo en forma de semicírculo, que da al jardín
y está adornado de columnas con ramas de rosales ahora sin flores y ramaje delicado de jazmines,
columnas tachonadas de flores y de otras plantas trepadoras purpúreas.
Jesús encuentra a un hombre y lo saluda:
– La paz sea contigo, extranjero.
¿Querías verme?
El hombre se inclina respetuoso y dice:
– Salud y gloria, Señor.
Quería verte.
Tengo una carta para ti.
Me la dio una mujer griega en Antioquía.
Soy…
No, ya no soy griego, porque he tomado la ciudadanía romana,
para continuar con mi contrato de arrendamiento:
soy proveedor de los soldados romanos.
Los odio.
Pero aprovisionarlos es fructífero.
Por lo que nos han hecho, debería mezclar cicuta en la harina.
Pero habría que envenenar a todos, a pocos no es eficiente.
Reaccionarían peor…
Creen que todo les es lícito por ser fuertes.
Son bárbaros respecto a los griegos.
Nos han robado todo para adornarse con las cosas nuestras y fingir civilidad.
Pero rasca la costra, que está teñida de nuestra civilización…
Y descubrirás siempre a un Amulio, a un Rómulo, a un Tarquinio…
Descubres siempre a un Bruto, asesino de quien lo beneficia.
¡Ahora tienen a Tiberio!
¡Y es todavía poco para ellos!
Tienen a Sejano.
Tienen lo que se merecen.
Las cadenas, los delitos que han cometido, la espada,
se vuelven contra ellos y muerden las carnes de los brutales romanos.
Poco, aún demasiado poco.
Pero lo que es ley sucederá.
Cuando el monstruo sea enorme, caerá por su propio peso y se pudrirá.
Y los vencidos reirán ante el enorme cadáver y pasarán de nuevo a ser vencedores.
Que así sea.
Todos los pies de los conquistadores, pisando a aquella que ha aplastado todo con su expansión brutal…
Pero perdona, Señor.
El perpetuo dolor me ha arrollado una vez más…
Decía que una griega me dio una carta para ti y me dijo que Tú eras el Virtuoso perfecto.
Virtuoso…
Eres joven para serlo…
Los grandes espíritus de la Hélade gastaron la vida para serlo un poco…
Y sin embargo, la mujer me ha hablado de tu Idea.
Si verdaderamente crees en lo que enseñas, eres grande…
¿Es verdad que vives para prepararte a la muerte,
para dar al mundo la sabiduría de vivir como dioses y no como animales,
como hacen ahora los hombres?
¿Es verdad que afirmas que hay sólo una riqueza digna de ser alcanzada: la de las virtudes?
¿Es verdad que has venido para redimir, pero que la redención empieza en nosotros mismos,
siguiendo tus enseñanzas?
¿Es verdad que poseemos el alma…
Y que debemos cuidarla porque es cosa divina, imperecedera, incorruptible por su naturaleza,
pero que nosotros, sólo nosotros, viviendo como animales, podemos desdivinizar,
a pesar de no poder destruirla?
¡Responde, Grande!
– Es verdad.
Todo es verdad.
– ¡Por Zeus!
Esto lo decía también el sumo nuestro.
Pero parecía una música a la que le faltara una nota, una lira a la que le faltara una cuerda.
De vez en cuando se sentía un vacío, que el filósofo no había sorteado.
Tú has colmado ese vacío, si realmente has venido no sólo para enseñar sino también para morir,
no obligado a ello por nadie, sino por voluntad propia de obediencia al Dios,
lo cual hace de tu muerte no un suicidio sino un sacrificio…
¡Por la divina Palas!
Ninguno de nuestros dioses hizo esto jamás.
Así que deduzco que Tú eres más que ellos.
La griega dice que no existen.
Y Tú sólo eres…
¿Entonces estoy hablando con un Dios?
¿Y puede un Dios escuchar a un aprovisionador ladrón y rencoroso con su enemigo,
a un miserable hombre?
¿Por qué me escuchas?
– Porque veo tu alma.
– ¿La ves?
¿Cómo es?
– Retorcida, sucia, con serpientes por cabellos, desabrida, ignorante;
a pesar de que tu intelecto sea muy distinto del de un bárbaro.
Pero dentro del templo feo tienes un altar que espera, como el que está en el Areópago.
Y espera la misma cosa:
al Dios verdadero.
– A ti, entonces.
Porque la griega dice que Tú eres el Dios verdadero.
Pero, ¡Por Zeus!, es verdad lo que dices de mi alma.
Eres más claro y seguro que el oráculo délfico.
Pero Tú predicas paz, amor, perdón.
Difíciles virtudes.
Predicas continencia.
Y honestidad de todo tipo…
Ser eso es ser dioses más grandes que los dioses, porque ellos…
¡Ellos no son pacíficos, honestos, magnánimos!…
Son la perfección de las pasiones malas del hombre, excepto Minerva, que es al menos sabia…
¡La misma Diana!…
Pura, pero cruel…
Sí, ser lo que Tú predicas es ser más que los dioses.
Si yo lo alcanzara…
¡Por el bellísimo Ganímedes!
Él de jovencito, a águila olímpica y divino copero.
Pero Zenón, de proveedor de cereales a los amos bárbaros, a dios…
Pero deja que me interne en este pensamiento…
Y lee la carta de la mujer entretanto…
Y el hombre se pone a pasear como un peripatético.
Pedro cansado, al ver que el discurso era largo, se había sentado cómodamente en un asiento del atrio.
Que con en el frescor del ambiente y en mullidos almohadones echados encima del asiento,
se ha puesto tranquilamente a dar una cabeceada…