Archivos diarios: 5/09/22

601 La Recepción

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

464 En la casa de campo de Cusa.

En la otra orilla, junto al paso constituido por el puente, espera ya un carro cubierto.

Cusa dice:

–               Sube, Maestro.

No te cansarás, a pesar de que el trayecto sea largo…

Y no tanto por razón de la distancia;

como por el hecho de que he ordenado que tengan siempre aquí, carretas aparejadas de bueyes.

Para no causar molestias a los invitados más cumplidores de la Ley.

Debemos ser compasivos con ellos…

Jesús responde preguntando:

–                Pero…

¿Y dónde están ésos?

–                Delante de nosotros, en otros carros.

Cusa agrega con un grito:

–               ¡Tobiolo!

El carretero, que está enyugando a los bueyes,

responde: 

–                  ¿Señor?

–                  ¿Dónde están los otros invitados?

–                  ¡Muy adelante!

Estarán ya muy cerca de la casa.

–                    ¿Has oído, Maestro?

–                   ¿Y si Yo no hubiera venido?

–                   Estábamos seguros de que vendrías.

¿Por qué no ibas a haber venido?

–                  ¿Qué por qué?

Cusa, Yo vengo para que veas que no soy un cobarde.

Sólo son cobardes los malos, los que tienen culpas que les hacen temer la justicia…

La justicia de los hombres.

Por desgracia mientras que deberían temer en primer lugar en único lugar:

La de Dios.

Mas Yo no tengo culpas y no tengo miedo de los hombres.

–                 ¡Pero Señor!

¡Todos los que están conmigo te veneran!

Como yo también.

¡No deberíamos causarte miedo por nada!

¡Nuestro deseo es honrarte, no atacarte!

Cusa está apenado y casi indignado…

Mientras el carro avanza lentamente chirriando, entre los verdes campos,

Jesús sentado enfrente de él,

responde:

–                 Más que a la guerra abierta de los enemigos…

Debo temer a la subrepticia de los falsos amigos…

O al errado celo de amigos verdaderos, que todavía no me han entendido.

Y tú eres de éstos.

¿No te acuerdas de lo que dije en Béter?

Aunque no muy seguro…

Y sin responder directamente a la pregunta;

Cusa susurrando,

responde:

–                Yo te he entendido, Señor.

–                 Sí, me has entendido.

Con la ráfaga del dolor y la alegría, tu corazón se había vuelto límpido;

como aparece límpido el horizonte después de una tormenta y un arco iris…

Y veías lo correcto.

Luego…

Vuélvete Cusa, a mirar nuestro Mar de Galilea.

¡Parecía tan terso con la aurora!

Durante la noche la neblina del rocío había limpiado el aire.

Y el fresco nocturno había calmado la evaporación del agua:

Cielo y lago eran dos espejos de zafiro claro, que mutuamente se reflejaban sus bellezas…

Las colinas de alrededor estaban frescas y limpias como si las hubiera creado Dios durante la noche.

Mira ahora…

El polvo de los caminos costeños, recorridos por personas y animales;

el fuego del sol que hace a los bosques y jardines vaporear, como calderas al fuego…

Incendia el lago evaporando sus aguas, mira cómo han turbado el horizonte.

Primero las riberas, nítidas por la gran tersura del aire, parecían cercanas;

ahora, mira…

Parecen temblar empañadas confusas…

Semejantes a cosas vistas a través de un velo de impuras aguas.

Eso ha sucedido en ti.

Polvo: humanidad.

Sol: orgullo.

Cusa, no te perturbes a ti mismo…

Cusa agacha la cabeza y juguetea mecánicamente con los adornos de su túnica…

Y con la hebilla del rico cinturón que sujeta la espada.

Jesús calla.

Permanece con los ojos casi cerrados, como bajo efecto de un momento de sopor.

Cusa respeta su descanso…

O lo que cree que es descanso.

El carro avanza lentamente en dirección sudeste, hacia las leves ondulaciones que constituyen,

el primer escalón de la meseta que limita el valle del Jordán por este lado, el oriental.

Sin duda por la riqueza de aguas subterráneas…. 

O de algún curso de agua.

Los campos son fertilísimos y hermosos;

por todas partes se ven racimos y frutos.

El carro cambia de dirección…

Deja el camino de primer orden y toma uno particular;

se adentra en un paseo frondosísimo en el que hay sombra y frescor al menos relativo,

respecto al horno que es el soleado camino principal.

En el fondo del paseo hay una casa blanca, baja, de aspecto señorial…

Rodeada por los campos y los viñedos, donde están diseminadas casas pequeñas.

El carro atraviesa un puente y un poste señalizador; 

a partir del cual el huerto se transforma en un jardín con un paseo recubierto de guijo.

Al sonar de forma distinta las ruedas sobre la grava…

Jesús abre los ojos.

Cusa dice:

–                   Hemos llegado, Maestro.

Ahí están los invitados que nos han oído y vienen hacia nosotros.

Efectivamente muchos hombres, todos de rica condición;

se agolpan donde comienza el paseo…

Y saludan con pomposas reverencias al Maestro, que está llegando.

Los más reconocidos:

Mannahém, Timoneo, Eleazar… 

Junto con muchos otros desconocidos que solamente por sus vestiduras;

podrían ser identificados, como los más aguerridos enemigos del Mesías.

La gran mayoría, llevan espada.

Otros en vez de las espadas….

Ostentan abundantes perifollos farisaicos sacerdotales o rabínicos.

El carro se detiene.

Jesús es el primero en bajar.

Se inclina, como saludo de conjunto para los presentes.

Los discípulos Mannahém y Timoneo se acercan y lo saludan en particular, postrándose.

Luego también se acerca Eleazar…

(el fariseo bueno del convite en casa de Ismael)

Y junto con éste, se abren paso dos escribas que tienen interés en ser reconocidos.

Estos son:

Aquel al que en Tariquea le fue curado su hijito el día de la primera multiplicación de los panes.

Y aquel que al pie del monte de las bienaventuranzas, dio comida para todos.

Otro más se abre paso:

El fariseo que en casa de José de Arimatea en el tiempo de la siega, fue instruido por Jesús;

acerca del verdadero móvil de sus injustos celos.

Cusa procede a las presentaciones, que son acompañadas de las consabidas reverencias protocolares…

Y pareciera una procesión de celebridades.

Entre tanto Simón, Juan, Leví, Eleazar, Nathanael, José y Felipe, etc. etc.

Saduceos, escribas, sacerdotes, herodianos…

Y se debería mencionar que estos últimos constituyen la mayoría.

Algún que otro prosélito y fariseo;

dos miembros del Sanedrín, cuatro arquisinagogos…

Y perdido inexplicablemente aquí dentro, un esenio.

Jesús se inclina al oír cada uno de los nombres.

Mirando penetrantemente a cada uno de los rostros, algunas veces sonriendo levemente…

Como cuando para aclarar más su identidad,

alguno especifica algún hecho que le puso en relación con Jesús.

Así, un cierto Joaquín de Bosra,

dice:

–                Curaste de la lepra a mi mujer, María.

¡Bendito seas!

Y el esenio, continúa:

–               Te oí cuando hablaste cerca de Jericó.

Y un hermano nuestro dejó las orillas del Mar Salado para seguirte.

Volví a saber de ti por el milagro de Elíseo de Engadí.

En aquellas tierras nosotros los puros, vivimos esperando…

¿Qué es lo que esperarán?…

No es posible saberlo…

Pero lo que sí es notorio, es que al decirlo, mira con un aire de superioridad un poco exaltada…

A todos los demás que ciertamente no muestran apariencia de místicos…

Sino que en su mayoría, parecen disfrutar alegremente de las comodidades que su posición les concede.

Definitivamente se han reunido todas las clases privilegiadas del pueblo de Israel,

Tanto en la riqueza material como espiritual…

Siendo experto en los protocolos del palacio de Herodes y conociendo también a los esenios…

Cusa libera a su Invitado de las ceremonias de los saludos y lo conduce a una cómoda estancia de baño,

donde lo deja para las abluciones usuales, sin duda gratas con ese calor.

Vuelve con sus invitados.

Habla animadamente con ellos.

Y llegan casi a una disputa porque los presentes tienen dispares opiniones:

Unos quisieran abrir inmediatamente la conversación…

–              ¿Cuál?
Otros por el contrario, proponen no asaltar enseguida al Maestro…

sino convencerlo antes porque le guardan un profundo respeto.

Triunfa esta última parte, que es la más numerosa.

Así que Cusa como amo de la casa, llama a los criados para ordenar la preparación de un banquete,

que habrá de celebrarse hacia el atardecer…

Dejando tiempo a Jesús para descansar.

“Porque está cansado y se ve”

Cosa que es aceptada por todos.

Tanto que cuando Jesús aparece de nuevo, los invitados se despiden con grandes reverencias.

Y lo dejan con Cusa, que lo conduce a una habitación umbría,

donde hay un lecho bajo recubierto de ricas alfombrillas.

Pero Jesús cuando se queda solo…

Tras haber entregado a un siervo las sandalias y la túnica,

para que les limpien el polvo y las señales de la peregrinación del día anterior…

No duerme.

Sentado en la orilla del lecho, con sus pies descalzos, apoyados en la estera del suelo.

Cubierto su cuerpo hasta los codos y las rodillas con la túnica corta (la prenda interior).

Piensa intensamente.

Y si por una parte, con su ropaje tan reducido, con la espléndida y perfecta armonía de su cuerpo varonil;

le da un aspecto más juvenil…

por otra parte, la intensidad del pensamiento, que ciertamente no es dichoso;

le incide arrugas y le carga el rostro con una expresión de doloroso cansancio que lo avejenta.

No se escucha ningún ruido en la casa y tampoco en el campo;

donde maduran los racimos con el calor adusto.

Las cortinas oscuras que cuelgan en las puertas y ventanas no ondean mínimamente.