603 La Hora de la Insidia
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
464b En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús.
En el banquete celebrado en la hacienda de Cusa…
Jesús se pone lentamente en pie…
Apoyándose en las manos sobre el borde de la mesa.
Se crea un profundo silencio.
Quemado por el fuego de un centenar de pupilas…
Abre sus labios…
(los otros los abren como para aspirar su respuesta).
Y la respuesta es breve pero rotunda:
– ¡¡¡NO!!!
Una algarabía de preguntas se cierne sobre él…
– ¿Pero cómo es eso?
– ¿Pero por qué?
– ¿Nos traicionas?
– ¡Traicionas a tu pueblo!
– ¡Reniega de su misión!
– ¡Rechaza la orden de Dios!…
¡Qué tumulto!…
¡Qué alboroto!
Caras que se ponen de color carmesí, ojos que se encienden, manos que casi amenazan…
Más que fieles parecen enemigos.
Pero es así:
Cuando una idea política domina los corazones,
hasta los mansos se vuelven fieras contra quien impugna esa idea suya.
Al alboroto le sigue un silencio extraño.
Parece como si agotadas las fuerzas,
todos se sintieran exhaustos, vencidos.
Se miran interrogativamente, la mayor parte desolados…
Algunos inquietos…
Jesús mira en torno a sí,
y dice:
– Sabía que queríais que viniera para esto.
Y conocía la inutilidad de este paso vuestro.
Cusa puede decir que lo he dicho en Tariquea.
He venido para que vierais que no temo insidia alguna, porque no ha llegado la hora.
Y tampoco la temeré cuando se cierna sobre Mí la hora de la insidia, porque para esto he venido.
Y he venido para convenceros.
Vosotros, no todos, pero sí muchos de vosotros, actuáis de buena fe.
Pero debo corregir el error en que con buena fe, habéis caído.
¿Veis?
No os reprendo.
No reprendo a nadie.
Ni siquiera a los que por ser mis discípulos fieles, deberían saber con justicia…
Y regular las propias pasiones con justicia.
No te reprendo a ti justo Timoneo, pero te digo que en el fondo de tu amor que me quiere honrar;
está todavía tu yo que bulle.
Y sueña un tiempo mejor en que puedas ver el daño en los que te dañaron.
No te reprendo a ti, Mannahém…
A pesar de que muestras haber olvidado la sabiduría y el ejemplo
enteramente espirituales que recibiste de Mí y de Juan el Bautista antes que de Mí;
pero te digo que también en ti hay una raíz de humanidad que resurge,
después de la llamarada de mi amor.
No te reprendo a ti, Eleazar;
hombre justo aunque sólo fuera por la anciana que te confiaron, justo siempre;
pero ahora no justo.
Y no te reprendo a ti, Cusa;
aunque debería hacerlo porque en ti, más que en todos los que queréis con buena fe verme rey;
está vivo tu yo.
Rey, sí, quieres verme.
No hay insidia en tus palabras.
No vienes para atraparme en renuncio, para denunciarme al Sanedrín, al rey, a Roma.
Pero más que por el amor, porque crees que es todo amor y no lo es.
Más que por el amor, actúas para vengarte de ofensas que el palacio te ha infligido.
Yo soy tu invitado.
Debería mantener oculta la verdad de tus sentimientos…
Pero Yo soy la Verdad.
Y hablo por tu bien.
Y lo mismo te sucede a ti, Joaquín de Bosra.
Y a ti, escriba Juan.
Y a ti también…
Y a ti, y a ti, y a ti…
Señala a éste y a aquél, sin rencor;
pero con mucha tristeza…
Y prosigue:
– No os reprendo.
Porque sé que no sois vosotros los que queréis esto, espontáneamente.
Es la Insidia, es el Adversario el que actúa.
Y vosotros…
Con el pecado, nosotros no estamos puros en nuestra alma y nos convertimos en “posesos“
con la “posesión demoníaca perfecta”
La que no tiene manifestaciones exteriores “reconocibles” de acuerdo a los stándares actuales,
y que muy pocos están dispuestos a reconocer…
Pero sean humildes al reflexionar en la personalidad de Judas…
En los argumentos que él defiende…
En las batallas contra el mal, donde siempre sale derrotado…
Cuando no estamos dispuestos a cambiar nuestra mentalidad mundana,
para adquirir una espiritualidad que nos haga avanzar por el camino de la perfección,
estamos irremediablemente perdidos…
Satanás nos convierte en sus instrumentos.
por eso Dios es tan enérgico en que observemos sus Mandamientos…
Vosotros sois, sin saberlo, títeres en sus manos.
Y también del amor, también de vuestro amor, Timoneo, Mannahém, Joaquín…
Vosotros que realmente me amáis…
También de vuestra veneración, vosotros que en mí sentís al Rabí perfecto.
También de esto él, el Maldito, se sirve para perjudicar y perjudicarMe.
Pero Yo os digo a vosotros…
Y también a los que no tienen vuestros sentimientos,
sino que con fines cada vez más bajos;
hasta constituir traiciones y delitos;
quisieran que aceptara ser rey…
Os digo: “¡No!
Mi Reino no es de este mundo.
Venid a mí, para que instaure mi Reino en vosotros.
No otra cosa”.
Y ahora dejad que me vaya.
Uno de los sacerdotes dice:
– No, Señor.
Estamos bien decididos.
Hemos puesto ya en movimiento riquezas, preparado planes…
Hemos decidido salir de esta incertidumbre que tiene inquieto a Israel…
De la cual además, se aprovechan los otros para perjudicar a Israel.
Te acosan, es verdad.
Tienes enemigos en el Templo mismo.
Yo, uno de los Ancianos, no lo niego.
Pero para acabar con esto hay esto:
Tu unción.
Y estamos dispuestos a dártela.
No es la primera vez que en Israel uno es proclamado rey así;
para acabar con una serie de desventuras nacionales y discordias.
Aquí hay quien en nombre de Dios lo puede hacer.
Déjate ungir…
– NO.
No os es licito.
No tenéis autoridad para hacerlo.
– El Sumo Sacerdote es el primero que quiere esto, aunque no se dé a ver.
No puede seguir permitiendo este estado de dominación romana y escándalo regio.
– No mientas, sacerdote.
En tus labios la blasfemia es doblemente impura.
Quizás no sabes y te engañan.
Pero en el Templo eso no se quiere.
– ¿Crees entonces que nuestra aserción es falaz?
– Sí.
Si no de todos vosotros, de muchos de vosotros.
No mintáis.
Yo soy la Luz e ilumino los corazones…
Los herodianos gritan:
– A nosotros nos puedes creer.
Nosotros no amamos a Herodes Antipas ni a ningún otro.
– No.
Vosotros os amáis sólo a vosotros mismos.
Es verdad.
Y no podéis amarme a Mí.
Yo sería la palanca para derribar el trono para abriros el camino a un poder más fuerte…
Y para gravar al pueblo con una opresión peor.
Un engaño a Mí, al pueblo y a vosotros mismos.
Roma aplastaría a todos, después de que vosotros hubierais hecho lo mismo.
Los prosélitos dicen:
– Señor, en las colonias de la Diáspora hay hombres dispuestos a amotinarse…
Nosotros empeñamos nuestros bienes.
El de Bosra grita:
– Y los míos con todo el apoyo de la Auranítida y la Traconítida.
Sé lo que me digo.
Lo apoyan los demás:
– Nuestros montes pueden preparar un ejercito.
Y sin ser hostigado, para lanzarlo luego, como cohorte de águilas, a tu servicio.
– También la Perea.
– Y la Gaulanítida.
– ¡El valle del Gahas está contigo!
El esenio grita:
– ¡Y también las riberas del Mar Salado con los nómadas que nos creen dioses…
Si aceptas unirte a nosotros!
Y prosigue con un vaniloquio de exaltado que se pierde en el clamor…
De los muchos que dicen:
– Los montañeses de Judea son de la raza de los reyes fuertes,
– Y los de la Alta Galilea son héroes del temple de Débora.
– ¡Y son héroes también las mujeres y los niños!
– ¿Nos consideras pocos?
Somos huestes numerosas.
Todo el pueblo está contigo.
¡Tú eres el rey de la estirpe de David, el Mesías!
– Éste es el grito que sale de los labios de sabios e ignorantes;
Porque es el grito de los corazones…
Tus milagros…
Tus palabras…
Los signos…
Sigue otro alboroto que no es posible comentar.
Jesús, como roca bien firme rodeada por una vorágine, no se mueve.
Ni siquiera reacciona.
Está impasible.
Y el torbellino de súplicas, imposiciones, razones…
continúa:
– ¡Nos defraudas!
– ¿Por qué quieres nuestra destrucción?
– ¿Quieres actuar solo?
– No puedes.
– ¡Matatías Macabeo no rechazó la ayuda de los asideos y Judas liberó a Israel con su ayuda…!
Cada cierto tiempo el grito se anuda en esta palabra:
– ¡¡¡ACEPTA!!!
Jesús no cede.
Uno de los Ancianos cuchichea con un sacerdote y un escriba más viejos que él.
Pasan adelante.
Imponen silencio.
Habla el escriba anciano, que ha llamado a Eleazar y a los dos escribas de nombre Juan,
pregunta suplicante:
– Señor…
¿Por qué no quieres ceñir la corona de Israel?
Jesús responde tajante:
– Porque no es mía.
No soy hijo de príncipe hebreo.
– Señor.
Quizás Tú no lo sabes;
pero yo y éste y éste fuimos requeridos un día porque tres Sabios vinieron preguntando,
dónde estaba el que había nacido rey de los hebreos.
¿Comprendes? “Nacido rey”
Herodes el Grande nos reunió para la respuesta, a los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo.
Con nosotros estaba Hil.lel el Justo.
Nuestra respuesta fue: “En Belén de Judá”
Tú, nos consta, naciste allí.
Y tu nacimiento estuvo acompañado de grandes signos.
Algunos de tus discípulos son testigos de tu nacimiento.
¿Puedes negar que los tres Sabios te adoraron Rey?
– No lo niego.
– ¿Puedes negar que los milagros te preceden, te acompañan y te siguen, como signo del Cielo?
– No lo niego.
– ¿Puedes negar que eres el Mesías prometido?
– No lo niego.
– Entonces, en nombre del Dios Vivo…
¿Por qué quieres defraudar las esperanzas de un pueblo?
– Yo vengo a cumplir las esperanzas de Dios.
– ¿Cuáles?
– Las de la redención del mundo…
De la formación del Reino de Dios.
Mi Reino no es de este mundo.
Devolved a su lugar vuestros bienes y vuestras armas.
Abrid los ojos y el espíritu para leer las Escrituras y a los Profetas.
Para acoger mi Verdad.
Y tendréis en vosotros el Reino de Dios.
¡¡¡NO!!!
Las Escrituras hablan de un Rey libertador:
De la esclavitud satánica, del pecado, del error, de la carne, del gentilismo, de la idolatría.
¿Qué ha hecho en vosotros Satanás, oh hebreos, pueblo sabio;
para induciros a error acerca de las verdades proféticas?
¿Qué os hace, oh hebreos, hermanos míos, para cegaros de esta forma?
¿Qué…
Qué os hace…
¡Oh! discípulos míos, para que ya tampoco comprendáis vosotros?
La mayor desventura de un pueblo y de un creyente es caer en una falsa interpretación de los signos.
Y aquí se cumple esta desventura:
Intereses personales, prejuicios, exaltaciones, pernicioso amor patrio;
todo contribuye a crear esta vorágine…
A Nicodemo le dijo: “Es necesario nacer de nuevo”
Renunciar a nuestro “yo” es más doloroso que si nos despellejaran vivos…
Pero cuando dejamos al Espíritu Santo actuar…
¡¡¡El renacimiento es glorioso!!!
Sólo experimentándolo lo podréis comprender…
Y esto lo saben perfectamente, los que ya están haciendo uso de los Carismas…
La vorágine del error en que un pueblo perecerá, considerando a su Rey como lo que no es.
– Tú te consideras en modo erróneo.
– Vosotros os consideráis erradamente…
Y también a Mí.
Yo no soy el rey humano.
Y vosotros…
Vosotros, tres cuartas partes de los que estáis aquí reunidos, lo sabéis y queréis mi mal, no mi bien.
Actuáis por encono, no por amor.
Yo os perdono.
Digo a los rectos de corazón:
“Volved en vosotros mismos, no seáis los inconscientes esclavos del Mal”.
Dejadme irme.
No hay nada más que decir.
Sigue un silencio lleno de estupor…
Eleazar dice:
– Yo no soy enemigo tuyo.
Creía que obraba bien.
Y no soy el único…
Otros amigos buenos piensan como yo.
– Lo sé.
Pero dime, y sé sincero:
¿Qué dice Gamaliel?
– ¿El rabí?…
Dice…
Sí, dice: “El Altísimo dará el signo si éste es su Cristo”.
– Dice bien.
¿Y qué, José el Anciano?
– Que Tú eres el Hijo de Dios y reinarás como Dios.
– José es un justo.
¿Y Lázaro de Betania?
– Sufre…
Habla poco…
Pero dice…
Que reinarás solamente cuando te acojan nuestros espíritus.
– Lázaro es sabio.
Cuando vuestros espíritus me acojan.
Por ahora vosotros…
Incluso aquellos a quienes juzgaba espíritus abiertos;
no acogéis al Rey ni el Reino.
Y en ello está mi dolor.
Muchos gritan:
– En definitiva, ¿Te niegas?
– Lo habéis dicho.
Herodianos, escribas, fariseos, saduceos, sacerdotes…
Gritan desesperados:
– Nos has hecho comprometernos.
– Nos perjudicas.
– Nos…
Jesús deja la mesa y va hacia este grupo, asaeteándolo con sus miradas.
¡Qué ojos!
Ellos, involuntariamente enmudecen, se aprietan contra la pared…
Jesús va a enfrentarlos justamente cara a cara.
Con una incisividad que corta como un golpe de sable,
Jesús dice lentamente:
– Está escrito (Deuteronomio 27, 24-25):
Maldito el que encubiertamente descarga su mano contra su prójimo…
Y acepta regalos para condenar a muerte a un inocente”
Yo os digo: os perdono.
Pero el Hijo del hombre conoce vuestro pecado.
Si no os perdonara Yo…
Por mucho menos, Yeohveh redujo a cenizas a muchos de Israel.
Y se muestra tan terrible al decir esto, que ninguno se atreve a moverse.
Jesús levanta la doble cortina y sale al atrio.
Ninguno osa hacer un solo gesto.
Hay que esperar a que la cortina deje de moverse, es decir:
Unos momentos después, para verlos reaccionar.
Los más enfurecidos reaccionan,
diciendo:
– Hay que alcanzarlo…
– Hay que retenerlo…
Los mejores suspiran, diciendo:
– Tenemos que ganarnos el perdón.
Los rectos de corazón, son los que piensan en esto:
Mannahém, Timoneo, algunos prosélitos, el de Bosra…
Se arremolinan fuera de la sala.
Buscan…
preguntan a los criados:
– ¿El Maestro?
– ¿Dónde está?
– ¿El Maestro?
Ninguno lo ha visto, ni siquiera los que estaban en las dos puertas del atrio.
No está…
Con antorchas y faroles lo buscan entre las sombras del jardín…
En la habitación donde había descansado.
No está.
Y tampoco está el manto, que había dejado en el lecho…
Ni su bolsa, que había dejado en el atrio…
– ¡Se nos ha escapado!
– ¡Es un Satanás!
– No.
– Es Dios.
– Hace lo que quiere.
– ¡Nos traicionará!
– No.
Nos conocerá en nuestra verdadera realidad.
Un clamor de pareceres y de recíprocos insultos.
Los buenos gritan:
– Vosotros nos habéis seducido.
– ¡Traidores!
– ¡Debíamos haberlo imaginado!
Los malos…
O sea la mayoría, amenazan.
Y la riña, perdido el chivo expiatorio en que centrarse…
Revierte sus dos partes sobre sí misma…
¿Y Jesús, dónde está?