604 La Huida
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
464c El testimonio del Predilecto.
Verdaderamente su escape fuera de la rica propiedad de Cusa, ha sido prodigioso…
Ayudado por su particular ángel de la guarda;
Jesús ha salido cómo empujado por una ráfaga de huracán y…
Ahora está muy lejos, hacia el puente de la embocadura del Jordán.
Va raudo como llevado por el viento.
Sus cabellos enmarcan ondeantes el pálido rostro;
su manto, con esta marcha veloz, se entrechoca como una vela.
Luego, cuando está seguro de haberse distanciado…
Se adentra entre los juncos de la orilla y toma la margen oriental.
En cuanto encuentra los primeros escollos del alto arrecife,
se encarama a ellos.
Y no se preocupa de que la poca luz haga peligrosa la subida por la pronunciada ladera.
Sube…
Sube hasta un peñasco que se asoma hacia el lago…
Oculto por una encina solitaria.
Y allí se sienta.
Pone un codo en la rodilla, apoya el mentón en la palma de la mano.
Y con la mirada fija en el espacio anchuroso que va entenebreciéndose…
Apenas visible aún por el claror del manto y la palidez del rostro;
así permanece…
Pero alguien lo ha seguido:
Juan.
Un Juan semidesnudo, porque está vestido sólo con la corta prenda de los pescadores.
Trae tiesos los cabellos, como cuando uno ha estado nadando en el agua…
Jadeante, pero muy pálido.
Se acerca despacio hacia su Jesús.
Parece una sombra deslizándose por el arrecife escabroso.
Se detiene a poca distancia.
Observa a Jesús…
No se mueve.
Parece una peña añadida al peñasco.
La túnica oscura lo anula aún más;
sólo la cara, las piernas y los brazos desnudos, son un poco visibles en la sombra nocturna.
Pero cuando más que verlo, oye llorar a Jesús, entonces no resiste más…
Y se acerca, hasta llamarlo,
musitando muy bajo:
– ¡Maestro!
Jesús oye el susurro…
Y levanta la cabeza;
con ademán de huir, se recoge el manto.
Pero Juan grita:
– ¿Qué te han hecho Maestro, para que ya no conozcas a Juan?
Y Jesús reconoce a su Predilecto.
Tiende sus brazos hacia él y Juan se arroja a ellos.
Los dos lloran, por dos dolores distintos…
Y un único amor.
Pero luego el llanto se calma…
Jesús es el primero que recupera la clara percepción visual de las cosas.
Oye y ve a Juan semidesnudo, con la túnica húmeda, las carnes heladas, descalzo…
Pregunta preocupado:
– ¿Cómo estás aquí, en este estado?
¿Por qué no estás con los demás?
– No me reprendas, Maestro.
No podía estar…
No podía dejarte irte…
Me he quitado la ropa, todo menos esto.
Y me he echado a nadar…
He regresado a Tariquea nadando;
de allí, fui por la orilla corriendo hasta el puente…
Y luego siguiéndote más, más, detrás de Ti.
Me quedé escondido en el foso que hay junto a la casa, preparado para auxiliarte…
Atento al menos, para saber si te raptaban, si te hacían algún mal.
He oído muchas voces que disputaban y luego te he visto a Ti pasando veloz por delante de mí.
Parecías un ángel.
Por seguirte sin perderte de vista, me he caído en hoyos y aguazales…
Y estoy lleno de barro.
Te habré manchado el vestido…
Desde que has llegado aquí estaba mirándote…
¿Llorabas?…
¿Qué te han hecho, mi Señor?
¿Te han insultado?
¿Te han pegado?
– No.
Me querían hacer rey.
¡Un pobre rey humano, Juan!
Y muchos querían hacerlo con buena fe, por verdadero amor, con finalidad buena…
La mayoría…
Para poderme denunciar y deshacerse de Mí…
– ¿Quiénes son éstos?
– No lo preguntes.
– ¿Y los otros?
– Ni siquiera preguntes el nombre de éstos.
No debes odiar ni criticar…
Yo perdono…
– Maestro…
¿Había discípulos?…
Dime sólo esto.
– Sí.
– ¿Y apóstoles?
– No, Juan.
Ningún apóstol.
– ¿Verdaderamente, Señor?
– Verdaderamente, Juan.
– ¡Ah, alabado sea Dios por ello!…
Pero…
¿Por qué lloras todavía, Señor?
Yo estoy contigo.
Te amo por todos.
Y también Pedro, Andrés y los otros…
Cuando han visto que me echaba al lago me dijeron que estaba loco.
Pedro estaba furioso.
Mi hermano decía que quería morir en los remolinos…
Pero cuando comprendieron,
me gritaron:
“¡Que Dios te acompañe! ¡Ve!
Ve…”
Nosotros te amamos.
Pero nadie como este pobre niño que soy yo.
– Sí.
Ninguno como tú.
¡Tienes frío, Juan!
Ven aquí, debajo de mi manto…
– No, a tus pies, así…
¡Maestro mío!
¿Por qué no te aman todos como este pobre niño que soy yo?
Jesús se sienta a su lado y lo arrima contra su corazón.
– Porque no tienen tu corazón de niño…
– ¿Te querían hacer rey?
¿Pero no han comprendido todavía que tu Reino no es de esta Tierra?
– ¡No han comprendido!
– Sin decir nombres, cuenta, Señor…
– ¿Pero no vas a decir lo que te diga?
– Si no quieres, Señor, no lo diré…
– Lo dirás solamente…
Cuando los hombres quieran mostrarme como un común líder del pueblo.
Un día esto llegará.
Y tú estarás.
Habrás de decir:
“Él no fue rey de la Tierra porque no quiso.
Porque su Reino no era de este mundo.
Era el Hijo de Dios, el Verbo encarnado…
Y no podía aceptar lo que es terreno.
Quiso venir al mundo y vestirse de carne;
para redimir los cuerpos, las almas y al mundo;
pero no se sometió a las pompas del mundo y a los fomes del pecado.
Y en Él no hubo nada carnal ni mundano.
La Luz no se recubrió de Tinieblas;
el Infinito no aceptó cosas finitas;
sino que de las criaturas limitadas por la carne y el pecado,
hizo criaturas que fueran más iguales a Él.
Llevó a los que creyeron en Él a la regalidad verdadera e instauró su Reino en los corazones,
antes de instaurarlo en los Cielos, donde será completo y eterno con todos los salvados”.
Dirás esto Juan, a quien pretenda verme enteramente humano;
a quien pretenda verme enteramente espíritu, a quien niegue que Yo haya padecido la Tentación…
Y el dolor…
Dirás a los hombres que el Redentor lloró…
Y que ellos, los hombres, han sido redimidos también por mi llanto…
– Sí, Señor.
¡Cómo sufres, Jesús!…
– ¡Cómo redimo!
Pero tú me eres consuelo en mi sufrimiento.
Al rayar el día nos marcharemos de aquí.
Encontraremos una barca.
¿Crees, si digo que podremos ir sin remos?
– Creería aunque dijeras que iremos sin barca…
Permanecen abrazados, envueltos en el único manto de Jesús.
Y Juan con el calorcito,
acaba durmiéndose cansado…
Como un niño entre los brazos de su mamá…