621 Un Caso de Adulterio9 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

472a Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala.

Jesús, a pesar de que estaba más hacia el fondo que hacia la cabeza de la sinagoga,

es uno de los últimos en salir.

Y se dirige hacia la casa para tomar el morral y ponerse en camino.

Muchos del lugar lo siguen.

Entre ellos, el discípulo de Gamaliel…

Al cual en un momento dado, lo llaman tres que están contra la pared de una casa.

Habla con ellos y con ellos se abre paso hacia Jesús.

Jesús, que estaba hablando con Pedro y con su primo Judas, 

se vuelve cuando el discípulo de Gamaliel,

llama su atención diciendo:

–               Maestro, éstos quieren decirte algo.

Visiblemente agitado,

Pedro exclama:

–               ¡Escribas!

¡Ya lo había dicho yo!

Jesús saluda con una reverencia a los tres que lo saludan…

Y pregunta:

–              ¿Qué queréis?

Habla el más viejo:

–               No has venido.

Venimos nosotros.

Y para que nadie piense que hemos pecado en el sábado,

decimos a todos que hemos dividido el camino en tres tiempos.

El primero hasta que la última luz del ocaso ha tenido vida.

El segundo, de seis estadios mientras la Luna iluminaba los senderos.

El tercero termina ahora y no ha superado la medida legal.

Esto por nuestras almas y las vuestras.

Pero para nuestro intelecto te pedimos sabiduría.

¿Estás al corriente de lo que ha sucedido en la ciudad de Yiscala?

–              Vengo de Cafarnaúm.

Nada sé.

–              Escucha.

Un hombre, que se había ausentado de su casa por prolongados negocios;

al regresar, supo que en su ausencia su mujer lo había traicionado;

hasta el punto de dar a luz a un hijo que no podía ser de su marido,

porque él había estado fuera de casa catorce meses.

El hombre mató ocultamente a su mujer.

Pero denunciado por uno que lo supo por la sierva, según la ley de Israel (Éxodo 21, 12-14; Levítico 20, 10; 24, 17 Números 35, 16-34; Deuteronomio 19, 11-13; 22, 22)

Ha sido ejecutado.

El amante que según la Ley debería ser lapidado, se ha refugiado en Quedes.

Y sin duda, tratará de ir desde allí a otros lugares.

El hijo ilegítimo, el marido quería tenerlo también para matarlo…

No fue entregado por la mujer que lo amamantaba.

Ella ha ido a Quedes para conmover al verdadero padre del lactante para que se ocupe de su hijo,

porque el marido de la nodriza se niega a tenerlo en casa.

Pero el hombre la ha rechazado, junto con su hijo,

diciendo que éste significaría un obstáculo para su fuga.

¿Según Tú, cómo juzgas el hecho?

–             No veo que sea ya susceptible de juicio.

Todo juicio, justo o injusto, ha sido ya dado.

–             ¿Cuál según Tú, ha sido el juicio justo y cuál el injusto?

Surgió divergencia entre nosotros acerca de la muerte del homicida.

Jesús los mira a uno tras otro de hito en hito.

Luego dice:

–             Voy a hablar.

Pero antes responded a mis preguntas, sea cual fuere su peso.

Y sed sinceros.

¿El hombre homicida de su esposa era del lugar?

–             No.

Se había establecido allí desde su matrimonio con la mujer, que era del lugar.

–             ¿El adúltero era del lugar?

–             Sí.

–            ¿Cómo el hombre traicionado supo que lo había sido?

¿Era pública la culpa?

–             No, ciertamente.

Y no se comprende cómo pudo saberlo el hombre.

La mujer se había ausentado unos meses antes,

diciendo que para no estar sola iba a Ptolemaida donde unos parientes suyos.

Y volvió diciendo que había tomado consigo al hijito de una pariente que había muerto.

–             ¿Cuando estaba en Yiscala, su conducta era desvergonzada?

–            No.

Es más, a todos nos sorprendió el que Marcos estuviera en relaciones con ella.

Uno de los tres, que no ha hablado todavía,

dice:

–             Mi pariente no es un pecador.

Es un acusado inocente.

Jesús le pregunta:

–             ¿Era pariente tuyo?

¿Quién eres?

–             El primero de los Ancianos de Yiscala.

Por esto he querido la muerte del homicida, porque no sólo mató,

sino que mató a persona inocente…

Y dirige una mirada torva al tercero, que tiene unos cuarenta años…

Y que rebatiendo, dice:

–             La Ley impone la muerte del homicida.

–             Tú querías la muerte de la mujer y del adúltero.

–            Así es la ley.

–             Si no hubiera habido ningún otro motivo, ninguno habría hablado.

Se enciende la disputa entre los dos antagonistas, que casi se olvidan de Jesús.

Pero el que ha hablado el primero, el más mayor, impone silencio,

diciendo con imparcialidad:

–               No se puede negar que el homicidio haya sido consumado.

Como tampoco se puede negar que haya habido culpa.

La mujer la confesó a su marido.

Pero dejemos hablar al Maestro.

–                Yo digo:

¿Cómo lo supo el marido?

No me habéis respondido.

El que defiende a la mujer dice:

–                Porque alguien habló en cuanto el marido regresó.

Bajando los párpados para velar su mirada y que ésta no acuse,

Jesús dice:

–              Y entonces Yo digo que ése no tenía el corazón puro.

Pero el de cuarenta años, que quería la muerte de la mujer y del adúltero,

salta exclamando:

–               ¡Yo no tenía ninguna hambre de ella!

–               ¡Ah!

–               ¡Ahora está claro!

–              ¡Fuiste tú el que habló!

–              ¡Lo sospechaba, pero ahora te has traicionado!

–               ¡Asesino!

–               Y tú, favorecedor del adúltero.

Si no le hubieras avisado, no se nos habría escapado.

¡Pero es tu pariente!

¡Así se hace la justicia en Israel!

Por eso defiendes también la memoria de la mujer:

Para defender a tu pariente.

De ella sola no te preocuparías.

–            ¿Y tú, entonces?

¿Tú, que has lanzado al hombre contra la mujer para vengarte de sus negativas?

–             ¿Y tú, que has sido el único que ha testificado contra el hombre?

¿Tú que pagabas a una criada en aquella casa para que te ayudara?

No es válido el testimonio único.

Lo dice la Ley.

¡Un jaleo de mercado!

Jesús y el añoso anciano tratan de calmar a los dos.

Que representan dos intereses y dos corrientes opuestas…

Y que revelan un odio incurable entre dos familias.

Lo logran a duras penas.

Ahora habla Jesús, sereno, solemne.

Y lo primero que hace es defenderse de la acusación salida de los labios de uno de los contendientes:

–              Tú que proteges a las prostitutas…

–              Yo no sólo digo que el adulterio consumado es delito contra Dios y contra el prójimo.

Sino que digo:

Aquel que tiene deseos impuros hacia la mujer de otro es adúltero en su corazón.

Y comete pecado de adulterio.

¡Ay si cada hombre que ha deseado a la mujer de otros hubiera de ser muerto!

Los lapidadores deberían tener siempre las piedras en la mano.

Pero aunque el pecado, muchas veces quede impune por parte de los hombres en la Tierra,

será expiado en la otra vida.

Porque el Altísimo ha dicho:

“No fornicarás y no desearás a la mujer de otros”

Y a la palabra de Dios hay que prestarle obediencia.

Pero también digo:

“¡Ay de aquel por quien se comete un escándalo! y ¡Ay del delator de su prójimo!”

Aquí todos han faltado.

El marido.

¿Tenía realmente necesidad de abandonar a su esposa durante tanto tiempo?

¿La había tratado siempre con ese amor que conquista el corazón de la compañera?

¿Se examinó a sí mismo para ver si, antes que él por parte de la mujer,

no había  sido ofendida por él la mujer?

La ley del talión dice: “Ojo por ojo, diente por diente”

Pero, si lo dice para exigir reparación…

¿Debe ésta provenir de uno sólo?

No defiendo a la adúltera, pero digo:

“¡Cuántas veces habría podido acusar ella de este pecado a su consorte?”.

La gente susurra:

–             ¡Es verdad!

–             ¡Es verdad!

Y asienten también el viejo de Yiscala y el discípulo de Gamaliel.

Deja un comentario

%d