629 Médico de Cuerpos y Almas10 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

476 Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra.

El abrupto nudo de Yiftael domina al norte, impidiendo la visión del horizonte.

Pero en los lugares en que las laderas escarpadas de este grupo montañoso comienzan

y se muestran casi a pico, al camino de caravanas que de Ptolemaida va hacia Seforí y Nazaret,

se ven muchas cavernas entre peñas saledizas, suspendidas sobre el abismo,

que cumplen la función de techo…

Y base de estos antros.

Como siempre, cerca de los caminos más importantes, aislados pero al mismo tiempo,

lo suficientemente cercanos como para ser vistos y socorridos por los viandantes, hay leprosos.

Una pequeña colonia de leprosos, que lanzan su grito de aviso e invocación,

al ver pasar a Jesús con Juan y Abel.

Y Abel levanta la cara hacia ellos,

diciendo:

–             Éste es aquel de que os hablé.

Estoy llevándolo a donde los dos que ya sabéis.

¿No tenéis nada que pedir al Hijo de David?

Uno de los leprosos dice:

–            Lo que pedimos todos:

Pan, agua, para saciarnos mientras los peregrinos pasan.

Después, en invierno, el hambre…

Abel dice:

–              No tengo comida, hoy.

Pero tengo conmigo la Salud…

Pero la sugestiva invitación a recurrir a la Salud no halla eco.

Los leprosos se retiran del risco…

Volviendo la espalda y dando la vuelta al espolón del monte,

para ver si otros peregrinos vienen por el otro camino.

Abel explica:

–             Creo que son marineros gentiles o completamente idólatras.

Han venido hace poco, expulsados de Ptolemaida.

Venían de África.

No sé cómo se han enfermado.

Sé que salieron sanos de sus países…

Y después de un viaje largo por las costas africanas, para abastecerse con marfil

y también con perlas para venderlas a los mercaderes latinos,

han llegado aquí enfermos.

Los magistrados del puerto los han aislado y han quemado la nave.

Unos han ido hacia los caminos de Siro-Fenicia y otros han venido aquí.

Los más enfermos son éstos, porque ya casi no caminan.

Pero tienen el alma más enferma todavía.

He tratado de dar un poco de fe…

No piden otra cosa que no sea comida…

Jesús dice:

–                En las conversiones hay que tener constancia.

Lo que no sale en un año sale en dos o más.

Insistir en hablar de Dios, aunque parezcan como las rocas que los cobijan.

–              ¿Hago mal entonces, en pensar en su comida?…

Me había puesto a traer antes del sábado siempre comida,

porque los sábados los hebreos no viajan y ninguno piensa en ellos…

–               Has hecho bien.

Tú lo has dicho.

Son paganos.

Por tanto, más cuidadosos de la carne y de la sangre que del alma.

La amorosa diligencia que tienes por su hambre,

despierta su afecto hacia el desconocido que piensa en ellos.

Y cuando te quieran, te escucharán, aunque hables de cosas distintas de la comida.

El amor preludia siempre el seguimiento de aquel a quien se ha aprendido a amar.

Ellos te seguirán un día en los caminos del espíritu.

Las obras de misericordia corporal, alisan el camino a las espirituales;

las cuales lo hacen tan libre y llano,

que la entrada de Dios en un hombre preparado en tal manera al divino encuentro

se produce sin el conocimiento del propio individuo.

Éste se encuentra a Dios dentro de sí y no sabe por dónde ha entrado.

¿Por dónde?

Algunas veces tras una sonrisa, tras una palabra de piedad, tras un pan,

ha empezado la apertura de la puerta de un corazón cerrado a la Gracia

y ha empezado el camino de Dios para entrar en ese corazón.

¡Las almas!

Son la cosa más variada que existe.

Ninguna materia -y son muchas las materias que hay en la Tierra-

es tan variada en sus aspectos como lo son las almas en sus tendencias y reacciones.

¿Veis este corpulento terebinto?

Está en medio de un entero bosque de terebintos, semejantes a él en la especie.

¿Cuántos son?

Centenares, mil quizás, quizás más.

Cubren esta abrupta ladera de monte, dominando con su aroma áspero y saludable de resinas

todos los demás olores del valle y del monte.

Pero, fijaos.

Mil y más, pero no hay siquiera uno que en grosor, altura, corpulencia, inclinación, disposición,

sea igual a otro, si se observa bien.

Uno, derecho como hoja de cuchillo.

Otro, vuelto hacia septentrión o mediodía, oriente u occidente.

Uno, nacido todo en tierra;

otro, allá, en un risco,

que no se sabe ni cómo éste puede sostenerlo

ni cómo el árbol puede sostenerse tan pendiente en el vacío,

casi haciendo de puente con la otra ladera que se alza sobre aquel torrente, ahora seco,

pero muy turbulento en las épocas de lluvia.

Uno retorcido, como si un cruel lo hubiera forzado cuando era todavía tierna planta;

otro, sin defectos.

Uno, acopado casi hasta el pie;

otro, sin frondas, apenas con un penacho en su cima.

Aquél, con ramas sólo en la derecha;

aquel otro, frondoso abajo y reseco arriba, en la cima quemada por un rayo.

Éste, muerto, que sobrevive en una obstinada rama, única,

nacido casi en la raíz, recogiendo un resto de savia que en lo alto había muerto.

Y éste, el primero que os he señalado,

hermoso a más no poder.

¿Tiene acaso una rama, una ramita, una hoja…

¿Qué digo diciendo una hoja, respecto a los miles que tiene?

¿Igual a otra?

Parecen iguales, pero no lo son. 

Mirad esta rama, la más baja.

Observad la parte alta de ella, sólo la cima de la rama.

¿Cuántas hojas habrá en ese extremo?

Quizás doscientas agujas verdes y finas.

Y no obstante, mirad:

¿Hay una igual a otra, en color, vigor, lozanía, flexibilidad, aspecto, edad?

No la hay.

Así las almas.

Hay tantas diversidades de tendencias y reacciones como almas existen.

«Y no es buen maestro y médico de almas, el que no sabe conocerlas y trabajarlas

según sus distintas tendencias y reacciones.

No es trabajo fácil, amigos míos.

Se requiere estudio continuo, costumbre de meditar,

que ilumina más que cualquier larga lectura de textos fijos.

El libro que debe estudiar un maestro y médico de almas es las almas mismas.

Tantas hojas como almas.

Y en cada hoja muchos sentimientos y pasiones pasados, presentes y en embrión.

Por tanto, estudio continuo, atento, meditativo.

Paciencia constante, aguante.

Fortaleza en saber curar las llagas más pútridas,

para curarlas sin dar muestras de asco;

cosa que humillaría al llagado.

Y sin falsa piedad.

Que por no hacer sufrir descubriendo la podredumbre y no limpiar por temor a hacer sufrir

la parte corrompida, deja que el mal se haga gangrena y corrompa todo el ser.

Prudencia al mismo tiempo, para no profundizar con modos demasiado rudos,

las heridas de los corazones,.

Y para no infectarse con su contacto,

por alarde de seguridad de que no se teme la infección, al tratar con los pecadores.

Y todas estas virtudes, necesarias para el maestro y médico de almas…

¿Dónde hallan su luz para ver y entender;

su paciencia a veces heroica, para perseverar recibiendo frialdad, alguna vez ofensas;

su fortaleza para curar sabiamente;

su prudencia para no perjudicar al enfermo ni perjudicarse a sí mismo.

En el amor.

Siempre en el amor.

El amor da luz a todo, da sabiduría, da fortaleza y prudencia;

preserva de las curiosidades, que son vía de asunción de las culpas curadas.

Cuando uno es todo amor;

no pueden entrar en él ningún deseo ni ninguna ciencia sino los del amor.

¿Veis?

Los médicos dicen que cuando uno estuvo agonizando por una enfermedad,

difícilmente vuelve a enfermar de ella, porque ya su sangre la ha recibido y la ha vencido.

El concepto no es perfecto, pero tampoco yerra en todo.

Pero el amor, que es salud en vez de enfermedad, produce eso que dicen los médicos.

Y para todas las pasiones no buenas.

El que ama fuertemente a Dios y a los hermanos,

no hace nada que pueda causar dolor a Dios y a los hermanos;

por eso incluso acercándose a enfermos del espíritu y viniendo a saber cosas

que el amor hasta entonces había velado, no se corrompe con ellas,

porque permanece fiel al amor y el pecado no entra.

¿Qué fuerza puede tener la sensualidad para quien ha vencido la sensualidad con la caridad?

¿Qué fuerza, las riquezas para quien en el amor a Dios y a las almas encuentra todo tesoro?

¿Qué, la gula;

qué, la avaricia;

qué, la incredulidad;

qué, la acidia;

qué, la soberbia:

Para quien sólo siente apetito de Dios;

para quien se da él mismo, incluso él mismo, para servir a Dios;

para quien en su Fe encuentra todo su bien;

para quien se siente aguijado por la llama incansable de la caridad

El bien se hace, pero no se dice y algunas medallas se cuelgan en el alma, no en la chaqueta.

y obra incansablemente para dar alegría a Dios;

para quien conoce a Dios;

amarlo es conocerlo y ya no puede ensoberbecerse,

porque se ve cual es respecto a Dios?

Un día seréis sacerdotes de mi Iglesia.

Seréis por tanto, los médicos y maestros de los espíritus.

Recordad estas palabras mías.

No seréis sacerdotes, o sea ministros de Cristo, maestros y médicos de almas,

por el nombre que llevéis, ni por la indumentaria, ni por las funciones que ejerzáis,

sino que lo seréis por el amor que poseáis.

El amor os dará todo lo que se necesita para serlo.

Y las almas, todas distintas entre sí, alcanzarán una única semejanza:

la del Padre, si sabéis trabajarlas con el amor.

Juan exclama:

–              ¡Qué hermosa lección, Maestro!

Abel añade:

–              ¿Pero lograremos algún día nosotros ser así?

Jesús mira a uno y al otro.

Luego pasa el brazo sobre los hombros de ambos y los estrecha contra Sí,

el uno a la derecha, el otro a la izquierda.

Besándolos en el pelo…

Jesús dice:

–                Vosotros lo lograréis, porque habéis comprendido el amor.

Siguen caminando todavía un tiempo,

cada vez con más dificultad por la escabrosidad del sendero tallado casi en el borde del monte.

Abajo lejos hay un camino, donde se ve a la gente peregrinando por él.

Abel señala:

–              Detengámonos, Maestro.

Allí, ¿Ves?

Desde aquella plataforma de roca,

los dos están descolgando hasta los viandantes, un cesto con una soga…

Y tras la plataforma está su gruta.

Ahora los llamo.

Y adelantándose, lanza un grito…

Mientras Jesús y Juan se quedan retrasados, ocultos tras tupidos arbustos.

Pasan pocos instantes y luego una cara…

Llamémosla cara porque está encima de un cuerpo;

pero podría llamarse también morro, monstruo, pesadilla…

Se asoma por encima de unos arbustos de zarzamora,

preguntando:

–             ¿Tú?

¿Pero no te habías marchado para los Tabernáculos?

Abel anuncia con alegría triunfante:

–             He encontrado al Maestro y he vuelto atrás.

¡Él está aquí!

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