Archivos diarios: 31/10/22

642 Confesión de Fe

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

482a En camino con un pastor samaritano que ve premiada su fe.

Y cuando un bosquecillo espeso se interpone entre él y el pastor se ríe…

Judas ríe, diciendo:

–             ¡Pero qué fácil es torear a la gente!

¿Os habéis convencido ahora de que yo no mentía, ni era un estúpido?

Felipe dice:

–             No, no mentías…

Pero has mentido ahora.

–              ¿Mentido?

No.

¿En virtud de qué dices eso, Felipe?

He sabido decir la verdad sin que se transforme en daño.

¿No venimos acaso, de la alta Galilea?

¿No somos acaso, de todos los lugares?

¿No fuimos acaso un día, a recibir pedradas por venerar las tumbas de los doctores?

¿Y no hemos pasado cerca también, en el último viaje hacia Yiscala?

¿He negado acaso, que Jesús es un rabí?

¿He dicho acaso, que no es más sabio que todos nosotros?…

Al decir estas cosas yo pensaba,

-y reía en mi corazón- que diciendo «nosotros»

asestaba un golpe a los rabíes, todos inferiores al Maestro,

aunque crean no serlo.

Y toreaba al pastor… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Hay que saber decir las cosas…

Se dice todo sin pecar, ni causar daño.

Haciendo  una mueca de desagrado,

Tadeo dice:

–              Para mí, en todo caso, es mentir.

–             ¡Ah!

¡Ya, claro!

¡Lo he hecho yo!

Pero, has oído, ¿No?

Los del Templo han depuesto los prejuicios, las repulsas y la altanería,

para decir a los samaritanos que señalen el paso del Maestro,

para festejarlo en la frontera.

¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

¡Menuda fiesta!

Tomás dice:

–              ¡La fiesta!

También ellos han sabido decir y pensar, hablando con falsedad, una verdad…

Judas de Keriot tiene razón.

Jesús se vuelve,

diciendo:

–             Sí.

El suyo, un engaño y odioso.

Pero también decir una cosa por otra con buen fin,

es siempre censurable.

Y mirando a Judas agrega:

¿Crees tú que el Señor tiene necesidad de esto,

para proteger a su Mesías?

No vuelvas a mentir, ni siquiera con buen fin.

El ánimo se acostumbra a imaginar la mentira…

Y los labios a proferirla.

No, Judas.

Evita la insinceridad.

–              Lo haré, Maestro.

Pero ahora callemos.

El pastor está llegando corriendo.

Efectivamente, las ovejas que ya sienten cercano el aprisco,

se echan a correr con esa carrera suya hecha de saltos desgarbados.

Balando se chocan unas con otras;

avanzan y pasan inevitablemente por entre los apóstoles,

de forma que casi los arrollan.

Así llega también el pastor, seguido del zagal y el perro.

Y no se detiene hasta cuando logra, con la ayuda del muchacho y del perro,

frenar a las ovejas.

Reunirlas, para que no se esparzan o bajen solas.

Secándose el sudor, suspirando,

el hombre dice.

–              ¡Son los animales más necios que hay en la Tierra!

¡Pero son muy útiles!

¡Si estuviera todavía Rubén!

¡Pero con solo este muchacho!…

Menea la cabeza bajando tras sus ovejas.

A las que el perro y el muchacho a la cabeza del rebaño,

mantienen recogidas.

Monologa:

–              Si supiera encontrar a ese profeta…

Samaritano y todo, hablaría con Él…

Jesús pregunta:

–              ¿Y qué le dirías?

–              Diría:

«Tenía una mujer buena como agua de monte para un sediento.

Y el Altísimo me la arrebató.

Tenía una hija buena como su madre;

un romano la vio, la quiso como esposa y se la llevó lejos.

Tenía al hijo varón, que era todo para mí…

Patinó en el monte un día que llovía, se rompió la columna…

Y ahora está inmóvil…

Ahora además está muy mal, porque se ha enfermado por dentro.

Y los médicos dicen que morirá.

No te pregunto por qué el Eterno me ha castigado.

Pero te ruego que me cures al hijo».

–             ¿Y crees que podría curártelo?

–            ¡Sí, cierto que lo creo!

Pero no lo veré nunca…

–             ¿Por qué esa certeza?

No es samaritano.

–              Es un justo.

Es el Hijo de Dios, se dice.

–             Vosotros en los padres, habéis ofendido a Dios.

(En los padres, habéis ofendido a Dios, a causa del cisma referido:

en 1 Reyes 12-13; 2 Reyes 17, 24-41;

2 Crónicas 10; se lee esta promesa, en el llamado «protoevangelio» de Génesis 3, 15)

–              Es verdad.

Pero también está escrito que Dios concederá el perdón de la Culpa del hombre,

enviando al Redentor.

En el Pentateuco al lado de la condena contra Adán y Eva,

se lee esta promesa.

Y el Libro la cita más veces.

Si perdona aquella Culpa…

¿Puede no tener misericordia de mí,

que no tengo culpa de haber nacido samaritano?

Yo creo que si el Mesías conociera mi dolor se compadecería.

Jesús sonríe, pero no dice nada.

Y los apóstoles se entienden con recíprocas sonrisas.

Pero el pastor no lo nota.

Jesús pregunta:

–             ¿Ese muchacho entonces, no es tu hijo?

–             No.

Es hijo de una viuda que tiene ocho hijos varones y que pasa hambre.

Yo lo he tomado como ayuda…

Y como hijo…

Para no estar solo después…

Cuando Rubén esté en la tumba…

El pastor suspira profundamente.

–             Pero si tu hijo se curara…

¿Qué harías de éste?

–             Lo seguiría teniendo.

Es bueno y siento compasión de él…

Bajando la voz, agrega:

–            Él no lo sabe…

Pero su padre murió en las galeras.

–            ¿Qué había hecho para merecerlo?

–            Nada voluntario.

Pero su carro arrolló a un soldado borracho…

Y fue acusado de haber querido hacerlo.

–              ¿Cómo sabéis que ha muerto?

–              ¡No se sobrevive mucho en el remo!

Pero la noticia cierta nos llegó a través de un mercader de Samaria,

que vio como lo sacaban muerto de los grilletes y lo arrojaban al mar,

más allá de las Columnas.

–              ¿Y lo tendrías contigo realmente?

–              Estoy dispuesto a jurarlo.

Él, infeliz;

yo, infeliz.

Y no soy el único.

Otros han tomado consigo a los hijos de la viuda.

Y ella se ha quedado con las tres niñas.

Que siguen siendo demasiadas.

Pero mejor ser cuatro que doce…

¡De todas formas, no hace falta que jure!…

Rubén morirá…

Por las mejillas del pastor ruedan silenciosas lágrimas…

Han llegado a un punto en el que ya se ve el camino,

muy transitado por peregrinos;

que se dirigen hacia los lugares de parada:

El crepúsculo se acerca.

El pastor pregunta:

–              ¿Tienes dónde dormir?

–               No, la verdad es que no.

–               Te diría: «ven»

pero la casa es pequeña para todos.

De todas formas, el aprisco es grande.

–               Dios te recompense como si me hubieras dado posada.

Aunque voy a proseguir hasta que se ponga la Luna.

–              Como quieras.

¿No temes perderte?

¿Y tener encuentros desagradables?

–             Respecto a los salteadores…

Me protege mi pobreza y la de mis compañeros.

Respecto al camino,

me pongo en las manos del ángel de los peregrinos.

–             Tengo que ir delante del rebaño.

El muchacho no sabe todavía de carros…

Se adelanta presuroso para guiar a las ovejas y salvaguardarlas.