Archivos diarios: 15/11/22

652 El Reino del Miedo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

486 En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. 

Jesús entra en el Templo.

Viene con sus apóstoles y con numerosísimos discípulos conocidos.

También al final de todos, pero ya unidos al grupo como queriendo demostrar

que quieren ser considerados seguidores del Maestro; 

está la cara sagaz del griego venido de Antioquía, que habla con otros gentiles como él;

se detienen en el patio de los Paganos.

Mientras Jesús y los suyos prosiguen para entrar en el patio de los Israelitas.

Naturalmente, la entrada de Jesús en el Templo,

que está repleto de todos los que han venido para la Fiesta de los Tabernáculos,

no pasa desapercibida.

Un susurro nuevo se levanta, como de una colmena disturbada;

un susurro que cubre las voces de los doctores que dan sus lecciones,

bajo el pórtico de los Paganos.

Lecciones que se suspenden, como por ensalmo.

Y alumnos de los escribas corren en todas las direcciones…

A llevar la noticia de la llegada de Jesús;

de forma que cuando Él entra en el segundo recinto, donde está el atrio de los Israelitas;

ya bastantes fariseos, escribas y sacerdotes están atropados observándolo.

Mientras ora, no le dicen nada y ni siquiera se le acercan;

únicamente lo vigilan.

Jesús vuelve al pórtico de los Paganos.

Y ellos lo siguen detrás.

La comitiva de los malintencionados aumenta…

Como también aumenta la de los curiosos y de los bienintencionados.

Los susurros en voz baja se mueven entre la gente.

De vez en cuando, alguna voz se escucha más fuerte…

Diciendo:

« ¿Veis como ha venido?

Es un justo.

No podía faltar a la fiesta».

« ¿Qué ha venido a hacer?

¿A extraviar más aún al pueblo?».

O también:

«¿Estáis contentos ahora?

¿Ahora veis dónde está?

¡Mucho lo habéis preguntado!».

Voces aisladas y apagadas enseguida;

ahogadas en las gargantas por miradas significativas de discípulos y seguidores

que amenazan con su propio amor, a los rencorosos enemigos.

Voces irónicas, sarcásticas, mortificantes y mordientes,

de enemigos que arrojan una chorretada de veneno

y después se detienen, porque tienen miedo de la muchedumbre.

En medio del silencio de la multitud,

después de una manifestación significativa en favor del Maestro,

porque también se teme a las represalias de los poderosos.

El reino del miedo recíproco…

El único que no tiene miedo es Jesús.

Camina despacio con majestad, hacia el lugar a donde quiere ir.

Un poco absorto, pero pronto para salir de su abstracción

para acariciar a un niño que una madre le presenta.

O sonreír a un anciano que lo saluda bendiciéndolo.

En el pórtico de los Paganos, de pie, erguido, entre un grupo de alumnos, está Gamaliel:

Con los brazos cruzados, con su esplendorosa vestidura blanquísima y amplísima…

Que parece aún más blanca,

en contraste con la gruesa alfombra roja oscura extendida en el suelo,

en el punto donde esta Gamaliel.

Parece estar pensando con la cabeza un poco inclinada y sin interesarse de lo que ocurre.

Entre sus discípulos por el contrario, hay agitación;

la agitación de la más grande curiosidad.

Uno, pequeñito, incluso se sube a un alto escabel para ver mejor.

Pero, cuando Jesús está a la altura de Gamaliel, el rabí levanta el rostro.

Y sus ojos profundos, bajo su frente de pensador…

Se clavan un instante en el rostro sereno de Jesús.

Es una mirada escrutadora, mortificante y mortificada.

Jesús la siente y se vuelve.

Lo mira.

Los dos fulgores, el de los ojos negrísimos y el de los ojos de zafiro, se entrelazan:

el de Jesús, abierto, manso, que se deja escrutar;

el de Gamaliel, impenetrable, tendente a conocer y deseoso de rasgar el misterio de la verdad…

Porque para él es un misterio el Rabí galileo.

Pero farisaicamente celoso de su pensamiento,

de modo que se cierra a toda indagación que no sea de Dios.

Un instante.

Luego Jesús prosigue y el rabí Gamaliel vuelve a reclinar la cabeza sobre el pecho,

sordo a toda pregunta recta, ansiosa, de algunos que están en torno a él..

O subrepticia y cargada de aborrecimiento de otros:

–             ¿Es Él, maestro?

–             ¿Qué opinas tú?

–             ¡Bien!

–             ¿Cuál es tu juicio?

–             ¿Quién es Éste?