659 Un Lugar Seguro7 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

488a Partida secreta hacia Nob después de la oración.

Después de la intempestiva salida de Jesús del Templo, sus partidarios desconcertados,

dicen:

–              ¿Y nosotros estamos aquí?

–              Sí hubiéramos salido, lo habríamos visto.

–             ¡Corre por esa parte!

–             ¡Corre por esta otra!…

–             Decidnos qué camino ha tomado.

–              Decidle que no vaya donde Lázaro.

Los que tienen piernas ligeras se marchan a todo correr…

Y vuelven…

–              Ya no está…

–              Se ha mezclado entre la multitud.

–              Ninguno sabe dar razón de Él…

Desilusionada, la aglomeración se disuelve lentamente…

…Pero Jesús está mucho más cerca de lo que creen.

Habiendo salido por alguna puerta, ha dado la vuelta a la torre Antonia.

Y ha salido de la ciudad por la puerta del Rebaño, para bajar luego al valle del Cedrón…

Que en el centro de su lecho lleva poquísima agua.

Jesús lo atraviesa saltando por las piedras que sobresalen del agua.

Y entra en el Monte de los Olivos.

Denso en ese lugar e incluso mezclado con espesuras que hacen tétrica, fúnebre…

Esta parte de Jerusalén, comprendida entre las sombrías murallas del Templo.

Que con todo su monte, domina por ese lado y el Monte de los Olivos.

Más al sur, el valle se aclara y se ensancha;

pero aquí es verdaderamente estrecho.

Una uñada de gigantesca garfa que ha excavado un surco profundo entre los dos montes:

el Moria y el de los Olivos.

Jesús no va hacia el Getsemaní.

Es más, va en dirección opuesta, hacia el norte.

Sigue caminando por el monte, que luego se ensancha formando un valle agreste.

Por donde -más pegado a otra hilera corva de colinas bajas, aunque agrestes y pedregosas-

fluye el torrente, que dibuja un arco al norte de la ciudad.

En vez de olivos, ahí hay arbolillos estériles, espinosos, retorcidos, de enmarañadas frondas;

mezclados con zarzas que hacia todas las partes, lanzan sus tentáculos.

Un lugar muy triste, muy solitario.

Tiene un ambiente de lugar infernal, apocalíptico.

Algún sepulcro y nada más;

ni siquiera leprosos.

Es extraña esta soledad que contrasta con el gentío de la ciudad, tan cercana,

tan llena de gente y ruido.  

Aquí, aparte del gorgoteo del agua entre los cantos

y el frufrú del viento entre las plantas

nacidas entre las piedras, no se oye ningún ruido.

Falta incluso la nota alegre de los pájaros,

tan numerosos entre los olivos del Getsemaní y del Monte de los Olivos.

El viento más bien fuerte, que viene del nordeste y levanta pequeños remolinos de tierra,

rechaza el ruido de la ciudad.

Y el silencio…

Un silencio de lugar de muerte reina en el paraje oprimente, casi aterrador.

Por allí va caminando el grupo apostólico.

Pedro pregunta a su compañero:

–                 ¿Pero se va exactamente por aquí?

Isaac responde:

–                 Sí, sí.

Se va también por otros caminos, saliendo por la puerta de Herodes.

Y mejor por la de Damasco.

Pero os  conviene saber los senderos menos conocidos.

Nosotros hemos recorrido todos los alrededores para conocerlos y para enseñároslos.

Así podréis ir a donde queráis, en las cercanías, sin pasar por los caminos habituales.

–            Y…

¿Se puede uno fiar de los de Nob? 

–              Como de tu misma casa.

Tomás el año pasado, Nicodemo siempre, el sacerdote Juan, discípulo de Él.

Y otros más, han hecho de ese pueblito un lugar suyo.

El pastor Benjamín dice:

–              Y tú has hecho más que todos.

Jesús responde:

–             ¿Yo?

Entonces todos hemos hecho, si yo he hecho.

–              Pero, créeme, Maestro:

ahora en todo alrededor de la ciudad tienes lugares seguros…  

Con su amor palpitante por su ciudad,

Tomás dice:

–              También Rama…

Mi padre y mi cuñado con Nicodemo, han pensado en ti.

Otro discípulo,

dice:

–               Entonces también Emaús

Jesús comenta:

–             Bueno, incluso porque he encontrado más de una Emaús en Judea…

Sin hablar de aquel lugar cercano a Tariquea.

Está lejos para ir y venir, como hago ahora.

Pero no dejaré de ir alguna vez.

Salomón:

–              Y a mi casa.

–              Allí, sin duda al menos una vez, para saludar al anciano.

–               También está Béter.

–               Y Betsur.

Jesús:

–               No iré a casa de las discípulas.

Pero cuando llegue la necesidad, las llamaré.

Esteban dice:

–                   Yo tengo un amigo sincero en En Royel.

Su casa está abierta para Ti.

Y nadie de los que te odian, pensará que estás tan cerca de ellos.

El pastor Matías añade:

–                  El jardinero de los jardines reales te puede hospedar.

Mannahém -que le consiguió ese puesto- y él son una misma cosa…

Y además…

Lo curaste un día…

–                 ¿Yo?

No lo conozco…

–               Estaba, durante la Pascua…

Entre los pobres que curaste en casa de Cusa.

Un golpe de hoz sucia de estiércol le estaba descomponiendo una pierna.

Y su primer jefe lo había echado por esto.

Mendigaba para sus hijos.

Tú lo curaste.

Mannahém luego, obteniéndole el puesto en un momento bueno de Antipas,

lo puso en los Jardines.

Ahora ese hombre hace todo lo que Mannahém dice.

Y si además es por Ti…

Mirando fijamente a Matías, que cambia de color y se turba…

Jesús dice:

–               No he visto nunca a Mannahém con vosotros…

Ven adelante conmigo.

El discípulo lo sigue.

Jesús ordena:

–              ¡Habla!

Matías obedece,

diciendo:

–                Señor…

Mannahém ha cometido un error…

Sufre mucho y con él Timoneo.

Y algún otro más.

No tienen paz porque Tú…

–                  No creerán que los aborrezco…

–                 ¡Nooo!

Pero…

Tienen miedo de tus palabras y de tu rostro.

–                  ¡Oh!

¡Qué error!

Precisamente por haber errado deben venir a la Medicina.

¿Sabes dónde están?

–                  Sí, Maestro.

–                  Entonces ve a ellos y diles que los espero en Nob.

Matías se va sin perder tiempo.

El sendero del monte sube, de forma que es visible toda Jerusalén vista desde el norte…

Jesús con los suyos, yendo justo en dirección contraria a la ciudad, le vuelve la espalda.

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