661 El Vendaval
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
489a En Nob.
Jesús termina de hablar.
Solamente el viento hace oír su voz, cada vez más fuerte…
En el copete del montecito en que está Nob se ensaña tanto,…
Que los árboles crujen temiblemente.
La gente se ve obligada a retirarse a las casas.
Cuando ya se han dispersado, Jesús entra de nuevo en la casa.
Cuya puerta se cierra, para evitar el vendaval.
Apareciendo de detrás de la albarrada, entra en el huerto, llamando a la puerta cerrada.
Son Matías, seguido por Mannahém y Timoneo.
Jesús mismo sale a abrir.
Señalando a los dos que se han quedado acobardados en el umbral del huerto
y no se atreven a levantar la cara para mirar a Jesús,
Matías dice:
– ¡Maestro, aquí los tienes!…
Mientras cierra la puerta, para dar a entender a los de dentro que no salgan a curiosear.
Sale al huerto.
Y va hacia los dos, con los brazos ya abiertos para el abrazo…
Mientras Jesús dice:
– ¡Mannahém!
¡Timoneo!
¡Amigos míos!
Los dos levantan la cara, tocados por el amor trémulo en la voz del Maestro;
le ven la cara y los ojos, henchidos de amor.
Y su miedo desaparece…
Se echan a correr hacia Él,
con un grito ronco de llanto:
– ¡Maestro!
Caen a sus pies, le abrazan los tobillos y besan sus pies desnudos…
Bañándolos de lágrimas.
Jesús les dice:
– ¡Amigos míos!
No ahí.
Aquí, en mi corazón.
¡Os he esperado mucho!
¡Y os he comprendido mucho!
¡Vamos!…
Y trata de ponerlos de pie.
Ellos, llorando suplican:
– ¡Perdón!
– ¡Perdón!…
– No nos lo niegues, Maestro.
– ¡Hemos sufrido mucho!
– Lo sé.
Pero, si hubierais venido antes…
Antes os hubiera dicho:
“Os quiero”.
Timoneo es el primero que habla, levantando un rostro interrogativo,
mientras pregunta:
– ¿Nos quieres?
¿Maestro?
¿Cómo antes?
– Más que antes…
Porque ahora estáis curados de todo lo humano, en vuestro amor por Mí.
Mannahém, como movido por un resorte, se pone en pie.
Ya no resiste, se arroja al pecho de Jesús.
Timoneo hace lo mismo…
Los dos, diciendo:
– ¡Es verdad!
– ¡Oh, Maestro mío!
– ¿Veis lo bien que se está aquí?
¿No es mejor aquí que en un pobre palacio?
¿Dónde se me podrá tener más y más poderoso, dulce, rico de tesoros sin fin;
sino allí donde se me tiene como Salvador, Redentor, Rey espiritual, Amigo amoroso?
– ¡Es verdad!
– ¡Es verdad!
– ¡Oh!
¡Nos habían seducido!
– ¡Y nos parecía que te honrábamos y que era justa su idea!
– No penséis ya más en ello.
Ha pasado.
Pertenece al pasado.
Dejad que el tiempo, fluyendo veloz como el torbellino que nos choca, lo lleve lejos…
Lo disuelva para siempre…
Pero, vamos a entrar en casa.
No es posible seguir aquí…
Es verdaderamente un torbellino lo que arremete contra el pueblo desde el norte.
Ramas que se tronchan;
tejas que vuelan;
algún antepecho inseguro de las terrazas de los techos que cae con fragor.
El nogal y el manzano se tuercen como si quisieran descuajarse del suelo.
Entran en casa y los cuatro apóstoles miran sorprendidos,
el rostro aún húmedo de lágrimas de los dos discípulos,
que contrasta con la sonrisa que también muestran.
Pero no dicen nada.
El anciano Juan, dice:
– Alguna catástrofe se está preparando.
Pedro agrega:
– Sí.
No sé qué van a hacer los que están todavía en las cabañas…
El viento es tan fuerte;
que las llamitas de una lámpara de tres boquillas, encendida para iluminar la habitación cerrada,
vacilan, a pesar de que las puertas estén bien cerradas.
Con el estrépito del viento, que continuamente aumenta y golpea la casa con tierra y detritos…
Tanto que parece que cayera un granizo menudo…
Se mezclan gritos de mujeres, cada vez más cercanos;
son esposas asustadas, madres angustiadas:
– ¡Nuestros maridos!
– ¡Nuestros hijos!
– Están en camino.
– Tenemos miedo.
– Se ha derrumbado una pared de la casa abandonada…
– ¡Señor!
– ¡Jesús!
– ¡Piedad!».
Jesús se pone en pie;
apenas puede abrir la puerta que el viento comprime con toda su violencia.
Algunas mujeres, curvadas para resistir el viento…
Una verdadera tromba de aire bajo un cielo terrorífico…
Gimen echando hacia delante los brazos.
Jesús dice:
– Entrad.
¡No temáis!
Mira al cielo y a los árboles ya próximos a quebrarse.
Tadeo grita:
– Entra, Jesús!
¿Ves cómo se rompen las ramas y caen tejas?
No es prudente estar afuera.
Pedro sentencia:
– ¡Pobres olivos!
Esto es granizo.
Donde caiga se pueden despedir de recoger.
Jesús no entra.
Es más, sale del todo, en medio del torbellino;
que le retuerce la túnica y le levanta los cabellos.
Abre los brazos, ora…
Y luego ordena:
– ¡Basta!
¡Lo quiero!
Jesús vuelve a la casa.
El viento, después de un último mugido, cesa de golpe.
Es impresionante el silencio que reina, después de tanto fragor.
Es tal, que a las puertas o ventanas de las casas se asoman caras asombradas.
Quedan las señales del huracán:
hojas, ramas quebradas, telas hechas jirones.
todo está en calma.
El firmamento responde a la tierra, que ya no está agitada,
aligerándose de nubes que de negras pasan a ser claras y se esparcen sin causar daño.
Antes al contrario, dejan éstas caer una salpicadura de agua
que termina de purificar el aire enturbiado por tanta tierra.
– ¿Pero que ha sucedido?
– ¿Así ha terminado?
– ¿Parecía el fin…
Y ahora viene la calma?
Voces que preguntan, de una casa a otra.
Las mujeres que habían corrido hacia Jesús, ahora corren hacia afuera.
Diciendo:
– ¡El Señor!
– ¡El Señor está con nosotros!
– ¡Ha hecho el milagro!
– ¡Ha detenido el viento!
– ¡Ha roto las nubes!
– ¡Hosanna!
– Hosanna’.
– ¡Alabanza al Hijo de David!
– ¡Paz!
– ¡Bendición!
– ¡Cristo está con nosotros!
– ¡Con nosotros está el Bendito!
– ¡El Santo!
– ¡El Santo!
– ‘El Santo’
– ¡El Mesías está con nosotros!
– ¡Aleluya!
Todos los habitantes del pueblo salen a la calle, los reales y los ocasionales…
(o sea, apóstoles y discípulos que acuden todos, a la casita donde está Jesús).
Todos quieren besarlo, tocarlo, ensalzarlo.
– ¡Alabad al Señor Altísimo.
Él es el Amo de los vientos y las aguas.
Si ha escuchado a su Hijo, ha sido para premiar vuestra fe y amor para con Él.
Y querría despedirlos.
Pero ¿Quién calma a un pueblo que está de fiesta, agitado por un milagro manifiesto?
Especialmente, si es un pueblo lleno de mujeres.
Los esfuerzos de Jesús son vanos.
Él sonríe paciente…
Mientras el anciano que le da hospedaje,
le lava con sus lágrimas la mano izquierda y se la llena de besos.
Llegan los primeros hombres de regreso de Jerusalén, jadeantes, asustados.
Temen alguna qué catástrofe.
Ven al pueblo de fiesta.
Y preguntan:
– ¿Qué pasa?
– ¿Qué ha pasado?
– ¿Pero no habéis tenido una borrasca?
– Desde el monte se veía desaparecer a la ciudad, tras nubes de polvo.
– Creíamos que se hubiera venido abajo.
¡Y aquí todo está en pie!
– ¡El Señor!
– ¡El Señor!
Ha venido a tiempo de salvarnos de la destrucción.
– Sólo la casa maldita se ha derrumbado.
– Y alguna teja con alguna rama.
– ¿Y vosotros?
– ¿Qué ha sucedido en Jerusalén?
Las preguntas y las respuestas se cruzan.
Pero los hombres se abren paso para ir a venerar al Salvador.
Luego explican que había miedo en la ciudad por la borrasca inminente.
Que todos huían de las cabañas hacia las casas.
Los dueños de los olivos lloraban ya su recolección…
Cuando de repente, el viento se ha calmado;
el cielo se ha aclarado con poca lluvia…
De modo que toda la ciudad se ha quedado asombrada.
Y dado que la fantasía trabaja inmediatamente en ciertos casos…
Los hombres refieren que, mientras la gente huía;
muchos que habían estado en el Templo los días antes,
viendo que el Moriah era el más embestido por las ráfagas,
tanto que el viento había volcado los bancos de los cambistas
y había habido daños en la casa del Pontífice…
Decían que era el castigo de Dios por los insultos contra su Mesías.
Y más, más y más…
Llegan otros hombres y la narración toma más colorido.
Casi haciéndose más apocalíptica que la narración del Viernes Santo…