670 Pecado y Arrepentimiento6 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

494a La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores.

Dice Jesús:

–              Lo que me hería era la falta de caridad y de sinceridad en los acusadores.

No que acusaran con falsedad.

La mujer era realmente culpable.

Pero eran hipócritas;

al escandalizarse de algo que ellos habían cometido mil veces…

que sólo una mayor astucia y una mayor suerte;

habían permitido que quedase oculto.

La mujer, en su primer pecado,

había sido menos astuta y había tenido menos suerte.

Pero ninguno de sus acusadores y acusadoras estaba libre de culpa…

Porque también las mujeres la acusaban en el fondo del corazón,

aunque no Levantaran su palabra.

Adúltero es el que pasa al acto.

El que a él se inclina y lo desea con todas sus fuerzas.

La lujuria está tanto en quien peca;

como en quien desea pecar.

Recuerda mi pequeñ@ Juan…

La primera palabra de tu Maestro…

Cuando te llamé…

Desde el borde del precipicio en que estabas:

“No basta no hacer el mal;

también hay que no desear hacerlo”.

El que acaricia pensamientos de sensualidad…

Suscitando con lecturas y espectáculos,

buscados a propósito,

con hábitos malsanos sensaciones de la carne…

Es tan impuro como el que comete materialmente la culpa.

Digo incluso: es mayormente culpable.

Porque va con el pensamiento contra la naturaleza…

Además de contra la moral.

Y no hablo siquiera de aquel,

que pasa a verdaderos actos contrarios a la naturaleza.

El único atenuante de éste,

es una enfermedad orgánica o psíquica.

El que no tiene este atenuante…

Es diez veces inferior al animal más sucio.

Para condenar con justicia,

se requeriría la ausencia de toda culpa.

Os remito a dictados anteriores,

cuando hablo de las condiciones esenciales para ser juez.

No me eran desconocidos los corazones,

de aquellos fariseos y de aquellos escribas;

ni los de los que se habían unido a ellos,

en el ataque contra la culpable.

Eran pecadores contra Dios y contra el prójimo.

Había en ellos:

Culpas contra el culto;

culpas contra los padres;

culpas contra el prójimo.

Culpas especialmente numerosas, contra sus esposas.

Si por un milagro,

hubiera ordenado a su sangre escribir en su frente su pecado,

entre las muchas acusaciones;

habría imperado la de “adúlteros” de hecho o de deseo.

Yo dije:

“Lo que contamina al hombre es lo que viene del corazón”

Y aparte de mi corazón,

no había ninguno entre los jueces, que tuviera el corazón incontaminado.

Sin sinceridad ni caridad.

Ni siquiera el hecho de ser semejantes a ella, en el hambre concupiscente…

Los inducía a la caridad.

Yo era el que tenía caridad con la humillada.

Yo, el único que habría debido sentir asco.

Pero, recordad esto:

Que cuanto más bueno es uno, más compasivo es para con los culpables.

No es indulgente con la culpa en sí misma.

Eso no.

Pero se compadece de los débiles que a la culpa no han sabido resistir.

¡El hombre!

¡Oh!, fácil de ser plegado por la tentación,

más que una frágil caña y que un delgado convólvulo.

Y ser movido a abrazarse a aquello en que espera hallar confortación.

Porque muchas veces la culpa se produce, especialmente en el sexo más débil,

por esta búsqueda de confortación.

Por eso Yo digo que el que carece de afecto hacia su mujer

y también hacia la propia hija,

es en noventa de cien partes responsable,

de la culpa de su mujer o de su hija,

¡Por quienes responderá!

Tanto el afecto estúpido…

que es sólo estúpida esclavitud de un hombre,

para con una mujer…

O de un padre para con una hija…

Como el desatender los afectos…

O peor, una culpa de propia libídine,

que lleva a un marido a otros amores…

Y a unos padres a otros cuidados que no son los hijos…

Son fómite para adulterio y prostitución.

Y como tales, Yo los condeno.

Sois seres dotados de razón…

Guiados por una ley divina y por una ley moral.

Rebajarse por tanto;

a una conducta de salvajes o de animales,

debería causar horror a vuestra gran soberbia.

Pero la soberbia, que en este caso sería incluso útil;

vosotros la tenéis para cosas muy distintas.

Miré a Pedro y a Juan de forma distinta,

porque al primero hombre, quise decirle:

“Pedro, no carezcas tú también de caridad y de sinceridad”

Y decirle también, como a futuro Pontífice mío:

“Recuerda esta hora y juzga en el futuro, como tu Maestro”

Mientras que al segundo, joven con alma de niño, quise decirle:

“Tú puedes juzgar y no juzgas, porque tienes mi mismo corazón.

Gracias, amado, porque eres tan mío que eres un segundo Yo”.

Alejé a los dos antes de llamar a la mujer;

para no aumentar su mortificación con la presencia de dos testigos.

Aprended, hombres sin piedad.

Aunque uno sea culpable, ha de ser tratado con respeto y caridad.

No alegrarse de su aniquilamiento.

No ensañarse contra él, ni siquiera con miradas curiosas.

¡Piedad, piedad para el que cae!

A la culpable le indico el camino que debe seguir para redimirse.

Volver a su casa;

humildemente pedir perdón y obtenerlo con una vida recta.

No volver a ceder a la carne…

no abusar de la bondad divina y de la bondad humana;

para no pagar más duramente que entonces,

la dúplice o múltiple culpa.

Dios perdona.

Y perdona porque es la Bondad.

Pero el hombre, a pesar de haber dicho Yo:

“Perdona a tu hermano setenta veces siete”

no sabe perdonar dos veces.

No le di paz y bendición,

porque no había en ella,

aquella completa separación de su pecado.

Y ello se requiere para ser perdonados.

En su carne y por desgracia en su corazón,

no había náusea por el pecado.

María de Mágdala, saboreado mi Verbo…

Había sentido repulsa por el pecado…

Y había venido a Mí,

con la voluntad total de ser otra.

En ésta otra había todavía vacilación…

Entre las voces de la carne y las del espíritu.

Y además en la turbación del momento,

no había podido poner todavía la segur contra el tronco de la carne…

Y cortarlo para ir, mutilado su peso de avidez,

al Reino de Dios.

Mutilado lo que significaba destrucción…

Pero crecido en ella lo que significaba salvación.

¿Quieres saber si luego se salvó?

No para todos fui Salvador.

Para todos lo quise ser, pero no lo fui…

Porque no todos tuvieron la voluntad de ser salvados.

Y éste fue uno,

¡Padre, SI QUIERES aparta de Mí éste Cáliz! Pero NO SE HAGA MI VOLUNTAD, sino la Tuya!

de los más penetrantes dardos de mi agonía del Getsemaní.

Ve en paz tú, mi pequeñ@ Juan.

Y no quieras ya pecar,

ni siquiera en las cosas insignificantes.

Bajo el manto de María está sólo lo puro…

Recuérdalo.

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