689 Soledad Divina6 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

504a Margziam preparado para la separación. 

Los apóstoles dicen:

–                 Mira, Maestro.

–                 Hemos encontrado.

–                 Y no quieren nada.

–                 Son parientes de uno al que has hecho un milagro.

–                Pero llevan arena a aquel pueblo.

–               Hay que ir hasta allí a pie.

–               Luego nos llevarán.

Jesús responde:

–                Que Dios se lo pague.

Estaremos al atardecer en casa de Ananías.

Pedro, contento sube hacia el camino…

Y ve la cara turbada de Margziam.

Le pregunta:

–               ¿Qué te pasa?

¿Qué ha hecho?

–               Nada malo, Simón.

Le he dicho que cuando llegue al primer sitio donde encuentre discípulos, lo voy a mandar a casa.

Se ha entristecido por este motivo.

–               A casa…

Pues es justo…

Esta época del año…

Pedro piensa.

Luego mira a Jesús y le tira de la manga…

Haciéndole agacharse hasta la altura de su boca.

Le habla al oído:

–                  Maestro…

¿Pero por qué lo mandas sin esperar?…

–                  Por la época del año, lo has dicho.

–                 ¿Y además?

–                 Simón, no quiero encubrirte la realidad.

Y además…

Porque es bueno que Margziam no se envenene el corazón…

–                Tienes razón, Maestro.

Envenenarse el corazón…

¡Sí!

Es justamente eso lo que acaba sucediendo.

Pedro levanta el tono de voz,

para decir:

–                El Maestro tiene toda la razón.

Irás y…

Nos veremos en Pascua.

En fin…

Llega pronto…

Pasado Kisléu…

En breve tiempo llega el bonito Nisán.

¡Sí, cierto!

Tiene razón…

La voz de Pedro se hace menos segura.

Repite lentamente y con tristeza:

–               Tiene razón…

Y hablándose a sí mismo:

–                ¿Qué habrá sucedido de aquí a Nisán?

Con un gesto desconsolado, se da con la mano en la frente.

Y siguen caminando en esta húmeda jornada.

Ya no llueve cuando enfangados hasta las rodillas,

montan en cinco pequeñas barcas húmedas y arenosas,

que bajan de nuevo siguiendo la corriente.

Entonces vuelve a llover.

Y golpeando la lluvia contra el agua calma del río,

que refleja el cielo de nubes cenicientas;

dibuja en él muchos círculos que se hacen y deshacen continuamente,

formando un juego de tornasoles nacarados.

Parece un paisaje desierto.

En las márgenes, en los minúsculos lugares fluviales, no se ve alma viva.

La lluvia cierra las casas y hace desiertas las calles.

De modo que, cuando con el primer albor echan pie a tierra donde la aldea de Salomón;

encuentran silenciosa y vacía la calle.

Y llegan a la casa sin ser vistos por nadie.

Golpean en la puerta.

Llaman.

Nada.

Sólo zureo de palomas, balidos de ovejas, ruido de lluvia…

Los apóstoles dicen:

–                No hay nadie.

–                ¿Qué hacemos?

Jesús indica:

–                Id a las casas del pueblo.

Primero a la del pequeño Micael.

Mientras los apóstoles más jóvenes se marchan ágiles…

Jesús y los más ancianos se quedan junto a la casa;

observan y comentan:

–                Todo cerrado…

–               Incluso la cancilla, bien atada y asegurada.

–              ¡Mira! Incluso hay un clavo grueso.

–               Y las ventanas cerradas como para la noche.

–                ¡Qué tristeza!

–                ¿Y esa quejumbre de ovejas y palomas?

–                ¿Estará enfermo?

–               ¿Qué piensas, Maestro?

Jesús menea la cabeza.

Está cansado y triste…

Vuelven corriendo los apóstoles.

Andrés es el primero en llegar.

Unos metros antes, grita:

–                Ha muerto…

Ananías ha muerto…

No se puede entrar en la casa porque todavía no está purificada…

Desde hace pocas horas está en el sepulcro.

Si hubiéramos podido venir ayer…

Ahora viene la mujer, la madre de Micael.

Bartolomé dice:

–                ¿Pero qué nos persigue?

Simultáneamente, los demás exclaman:

–                 ¡Pobre anciano!

–                ¡Se sentía tan feliz!

–               ¡Estaba tan bien!

–               ¿Pero cómo ha sido?

–               ¿Cuándo se ha puesto enfermo?

Llega la mujer la cual, quedándose a una cierta distancia de todos,

dice:

–                 Señor, la paz sea contigo.

Mi casa está abierta para Ti.

Pero…

No sé si…

Yo preparé al muerto.

Por eso me mantengo a distancia de Ti.

Pero te puedo indicar las casas que te recibirán.

Jesús responde:

–               Sí, mujer.

Dios te lo pague.

Y contigo a quien usa piedad con los viandantes.

Pero ¿Cómo murió el hombre?

–               No sé.

No enfermó.

Anteayer estaba bien.

Sí, seguro.

Estaba bien.

Micael había venido por la mañana, por las dos ovejas para agregarlas a las nuestras.

Estaba acordado.

Yo le había llevado a la hora sexta ropa que le había lavado.

Estaba sentado a la mesa y comía, completamente sano.

Al atardecer, Micael había llevado de nuevo las ovejas.

Le había sacado dos ánforas de agua.

Y Ananías le regaló dos tortitas que se había hecho para sí.

Ayer por la mañana mi hijo vino, para sacar a las ovejas.

Estaba cerrado todo, como ahora.

Y nadie respondió a los gritos del niño.

Él empujó la cancilla, pero no logró abrirla.

Estaba bien cerrada.

Entonces Micael se asustó y vino a mí corriendo.

Mi marido y yo acudimos rápidamente.

Y con nosotros otros.

Abrimos la cancilla, llamamos a la cocina…

Forzamos la puerta…

Estaba todavía sentado junto al hogar, con la cabeza reclinada en la mesa;

la lámpara todavía cercana, pero apagada como él.

A los pies un cuchillo pequeño y una escudilla de madera medio tallada…

La muerte lo sorprendió así…

Sonreía…

Estaba en paz…

¡Oh, qué aspecto de justo había tomado su cara!

Parecía hasta más guapo…

Yo…

Hacía poco que me ocupaba de él.

Pero le había tomado Afecto…

Y lloro…

–                  Ananías está en paz.

Tú misma lo has dicho.

¡No llores!

¿Dónde lo habéis puesto?

–                 Sabíamos que lo querías mucho…

Entonces lo hemos puesto en el sepulcro que Leví se había hecho hacía poco.

El único…

Porque Leví es rico.

Nosotros no somos ricos.

Allí, al final, al otro lado del camino.

Ahora si quieres, purificamos todo y…

–                  Sí.

Toma las ovejas y las palomas.

El resto conservadlo para Mí y los míos.

Que Yo pueda venir alguna vez.

Que Dios te bendiga, mujer.

Vamos al sepulcro.

Tomás pregunta asombrado:

–               ¿Lo vas a resucitar?

–               No.

Para él no significaría alegría;

donde está es muy feliz.

Además, él lo deseaba…

Pero a Jesús se le ve muy abatido.

Parece que todo se une para aumentar su tristeza.

En las puertas de las casas mujeres miran, saludan y comentan.

Pronto llegan:

Es un pequeño exaedro construido recientemente.

Jesús ora cerca del sepulcro.

Luego se vuelve, con humedad de llanto en los ojos…

Y dice:

–                Vamos…

A las casas del pueblo.

En nuestra casita ya no está quien nos esperaba para bendecirnos…

Jesús vuelve su cara hacia el cielo,

mientras agrega:

¡Padre mío!

La soledad envuelve al Hijo tuyo.

El vacío se hace cada vez más grande y más fosco.

Los que me aman se marchan.

Y quedan los que me odian…

¡Padre mío, siempre se haga y sea bendecida tu Voluntad!…

Vuelven hacia el pueblo.

Dos aquí tres allá…

Entran en las casas de los que no han tocado al muerto, en busca de amparo y de nuevas fuerzas.

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