693 La Advertencia4 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

507 El gran debate con los judíos. 

Jesús entra otra vez en el Templo con apóstoles y discípulos.

Y algunos le hacen la observación de que es imprudente entrar.

Pero Él responde:

–                 ¿Con qué derecho podrían negármelo?

¿Estoy condenado acaso?

No, por ahora todavía no lo estoy.

Subo pues al altar de Dios; como todo israelita que teme al Señor.

–                Pero tienes intención de hablar…

–                ¿Y no es éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar?

Estar fuera de aquí para hablar y adoctrinar es la excepción.

Y puede representar un descanso que se ha tomado un rabí o una necesidad personal.

Pero el lugar en que todos apetecen enseñar a los discípulos es éste.

¿No veis en torno a los rabíes gente de todas las nacionalidades;

que se acercan a oír al menos una vez a los célebres rabíes?

Al menos para poder decir al regresar a su tierra natal:

“Hemos oído a un maestro, a un filósofo hablar según el modo de Israel”

Maestro para los que ya son o tienden a ser hebreos;

filósofo para los que son gentiles en el verdadero sentido de la palabra.

Y los rabíes no se desdeñan de ser escuchados por éstos, porque esperan hacer de ellos prosélitos.

Sin esta esperanza, que si fuera humilde sería santa, no estarían en el Patio de los Paganos;

sino que exigirían hablar en el de los Hebreos.

Y si fuera posible, en el Santo mismo.

Porque, según su juicio sobre sí mismos, son tan santos que sólo Dios es superior a ellos…

Y Yo, Maestro, hablo donde hablan los maestros.

Pero, ¡No temáis!

No es todavía su momento.

Cuando sea su momento os lo diré, para que fortalezcáis vuestro corazón.

Judas dice:

–                 No lo dirás.

–                 ¿Por qué?

–                 Porque no lo podrás saber.

Ninguna señal te lo indicará.

No hay señal.

Hace casi tres años que estoy contigo y siempre te he visto amenazado y perseguido.

Es más, antes estabas solo;

mientras que ahora tienes detrás de Ti al pueblo que te ama y que es temido por los fariseos.

Así que eres más fuerte.

¿Por qué cosa esperas comprender el momento?

–                  Por lo que veo en el corazón de los hombres.

Judas se queda un momento desorientado…

Luego dice:

–                  Y tampoco lo dirás porque…

Al dudar de nuestro valor, nos eximirás de ello.

Santiago de Zebedeo,

dice:

–                  Por no afligirnos calla.

Judas insiste:

–                  También.

Pero seguro que no lo dirás.

–                   Os lo diré.

Y hasta que no os lo diga, cualquiera que fuese la violencia y el odio que vierais contra Mí, no os asustéis.

Son cosas sin consecuencias.

Seguid adelante.

Yo me quedo aquí a esperar a Mannahém y a Margziam.

A regañadientes, los doce y quienes están con ellos se adelantan.

Jesús vuelve hacia la puerta, sale a la calle y tuerce hacia la Antonia.

Unos legionarios, parados al pie de la fortaleza, lo señalan y unos a otros se lo señalan, hablando entre sí.

Parece que hay un poco de discusión…

Luego uno dice más fuerte:

–                 Yo se lo pregunto.

Y se separa yendo hacia Jesús.

Cuando llega ante Él, lo saluda diciendo:

–                  Salve, Maestro!

¿Vas a hablar también hoy ahí dentro?

Jesús responde:

–                  Que la Luz te ilumine.

Sí.

Hablaré.

–                  Entonces…

Ten cuidado.

Uno que sabe nos ha advertido.

Y una que te admira ha ordenado vigilar.

Estaremos al lado del subterráneo de oriente.

¿Sabes dónde está la entrada?

–                   No lo ignoro.

Pero está cerrada por las dos partes.

–                  ¿Tú crees?

El legionario ríe con una breve sonrisa…

En la sombra de su yelmo, los ojos y dientes brillan haciéndolo más joven.

Luego, cuadrándose,

saluda:

–                ¡Salve, Maestro!

Acuérdate de Quinto Félix.

–                Me acordaré.

Que la Luz te ilumine.

Jesús echa a andar de nuevo…

El legionario regresa al sitio de antes y habla con sus compañeros.

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