Archivos diarios: 18/01/23

698 Escape del Templo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

507f El gran debate con los judíos. 

Todo se convierte en arma en las manos de los que odian.

Mientras el último que ha preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror…

Se quita violentamente la prenda que cubre su cabeza.

Se alborota el pelo y la barba.

Se desata las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se sintiera desfallecer del horror.

Puñados de tierra y piedras…

Usadas por los vendedores de palomas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los cercados.

Por los cambistas para…

Prudente custodia de sus arquetas, de las que se muestran más celosos que de la propia vida…

Vuelan contra el Maestro.

Y naturalmente caen sobre la propia gente;

porque Jesús está demasiado dentro bajo el pórtico, como para ser alcanzado.

La gente impreca y se queja…

El único medio para hacerlo llegar hasta una puertecita baja, escondida en el muro del pórtico…

Y ya preparada para abrirse…

Zacarías el levita, da un fuerte empujón a Jesús;

lo impulsa rápido hacia la puerta, a la par que a los dos hijos de Alfeo, Juan, Mannahém y Tomás.

Los otros se quedan afuera, en el tumulto…

Y el rumor de éste llega debilitado a la galería;

que está entre unos poderosos muros de piedra,

que no es posible recordar cómo se llaman en arquitectura.

Están construidos con técnica de ensamblaje, con piedras anchas y piedras más pequeñas.

Y encima de éstas, sobre las pequeñas, las anchas, y viceversa.

Oscuras, fuertes, talladas toscamente;

apenas visibles en la penumbra producida por estrechas aspilleras, puestas arriba a distancias uniformes,

para ventilar y para que no sea completamente tenebroso este lugar.

Ya que es una angosta galería tal vez construida para circunstancias como esta;

ya que circunda todo el patio.

Es una eficaz protección, un refugio y para hacer dobles y por tanto,

más resistentes los muros de los pórticos;

que forman como cinturones de protección para el Templo propiamente dicho, para el Santo de los Santos.

Hay olor de humedad…

De esa humedad que no se sabe decir si es frío o no, como en ciertas bodegas.

Tomás pregunta:

–                 ¿Y qué hacemos aquí?

Tadeo responde:

–                   ¡Calla!

Me ha dicho Zacarías que vendrá…

Que lo esperemos aquí.

Estando callados y parados.

–                Pero…

¿Podemos fiarnos?

–                Eso espero.

Jesús consuela confortando:

–               No temáis.

Ese hombre es bueno.

Afuera, el tumulto se aleja.

Pasa un tiempo.

Luego se escucha un rumor de pasos y se ve una pequeña luz trémula que se va acercando…

Desde profundidades oscuras.

Luego se oye una voz que quiere ser oída pero teme que la oigan.

Preguntando:

–               ¿Estás ahí, Maestro?

Suavemente, Jesús responde:

–               Sí, Zacarías.

–               ¡Alabado sea Yeohveh!

¿He tardado?

He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las otras salidas.

Ven, Maestro…

Tus apóstoles…

He podido decirle a Simón que vayan todos hacia Bethesda y que esperen.

Por aquí se baja…

Hay poca luz.

Pero camino seguro.

Se baja a las cisternas…

Y se sale hacia el Cedrón.

Camino antiguo.

No siempre destinado a buen uso, pero esta vez sí…

Y esto lo santifica…

Zacarías guía a su pequeño grupito.

Empiezan a caminar detrás de él.

Bajan continuamente…

En medio de sombras quebradas sólo por la llamita tembleteante de la lámpara;

hasta que un claror distinto se vislumbra en el fondo…

Y detrás el claror del verde, que parece lejano…

Llegan a una verja tan maciza y apretada que es casi una puerta.

Es el final donde termina la galería.

El levita discípulo, dice:

–                 Maestro, te he salvado.

Puedes marcharte.

Pero, escúchame:

No vuelvas durante un tiempo.

No podría servirte siempre sin ser notado.

Y…

Olvida, olvidad todos este camino.

Y a mí que os he guiado hasta aquí.

Dice Zacarías, moviendo unos artificios que hay en la pesada verja.

Y entreabriendo ésta lo indispensable para dejar salir a las personas.

Y repite:

–                 Olvidad, por piedad hacia mí.

–                 No temas.

Ninguno de nosotros hablará.

Dios esté contigo por tu caridad.

Jesús levanta la mano y la pone encima de la cabeza agachada del joven.

Sale, seguido de sus primos y de los otros.

Pronto se encuentran en un pequeño espacio llano, donde apenas caben todos;

agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos.

Un senderito de cabras baja entre las zarzas hacia el torrente.

Jesús dice:

–                Vamos.

Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas.

Yo con mis hermanos iré a casa de José;

mientras vosotros vais a Bethesda por los otros y venís.

Iremos a Nob mañana al anochecer después del ocaso.