Archivos diarios: 25/01/23

703 El Creador Recreando

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

510 La curación de un ciego de nacimiento.  

Es sábado.

Jesús sale junto con sus apóstoles y José de Seforí en dirección a la sinagoga.

El día alegra, terso y sereno, cual promesa de primavera,

después de días de viento y nubes llenas de invierno.

Así que muchos de Jerusalén están en las calles:

unos, camino de las sinagogas;

otros, volviendo de éstas o de otros lugares;

otros, con la familia y con la intención de salir de la ciudad para disfrutar del sol del campo.

Por la puerta de Herodes, visible desde la casa de José de Seforí,

se ve salir a la gente buscando alegres entretenimientos fuera de las murallas, al aire libre.

Una zambullida en el verde del campo, en la amplitud, en la libertad;

fuera de las calles, angostas entre las altas casas.

Parece que la cintura agreste que rodea a Jerusalén,

es espontáneamente estimada por los habitantes de la ciudad,

que quieren conciliar la medida del sábado con su deseo de aire y sol;

tomados por los caminos y no sólo en las solanas de las casas.

Pero Jesús no va hacia la puerta de Herodes.

Vuelve la espalda a esta puerta, para dirigirse al interior de la ciudad.

Pero habiendo recorrido sólo unos pocos pasos por la calle más ancha…

En la cual desemboca la callecita donde se encuentra la casa de José de Seforí.

Judas de Keriot le señala la presencia de un joven que viene en dirección contraria,

tentando la pared con un bastón, con la cabeza hacia arriba carente de ojos;

con el típico modo de andar de los ciegos.

Sus vestidos son pobres, pero limpios.

Y debe ser una persona conocida por muchos de los habitantes de Jerusalén,

porque más de uno lo señala.

Algunas personas se acercan a él…

Y le dicen:

–               Hombre, hoy has confundido el camino.

Todos los caminos del Moriah están ya atrás.

Ya estás en Bezetha.

Con una sonrisa, el ciego responde:

–               Hoy no pido limosna de dinero.

Y sigue andando, sonriente todavía, hacia el norte de la ciudad.

Judas explica:

–               Míralo Maestro.

Tiene los párpados pegados.

Es más, yo diría que no tiene párpados.

Creo que ni siquiera tiene ojos.

La frente se une con las mejillas sin hueco alguno.

Parece como si debajo no estuvieran los globos de los ojos.

Maestro obsérvalo.

Ha nacido infeliz y así morirá, sin haber visto ni siquiera una vez, la luz del día.

Ni la cara de un hombre.

Dime pues Maestro.

El pobre ha nacido así.

Si nació así, ¿Quién tiene la culpa?

¿Cómo pudo haber pecado antes de nacer?

¿Acaso habrán pecado sus padres y Dios los castigó haciendo que él naciese ciego?

Y así morirá…

Sin haber visto una sola vez la luz del Sol, ni el rostro de los hombres.

Para recibir este castigo tan grande, sin duda pecó;

pero si es ciego de nacimiento, como lo es.

¿Cómo pudo pecar antes de nacer?

¿Será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?

También los otros apóstoles, Isaac y Margziam se arriman a Jesús para escuchar la respuesta.

Y acelerando el paso, como atraídos por la altura de Jesús, que domina al resto de la gente,

acuden dos jerosolimitanos de aspecto educado y que estaban un poco detrás del ciego.

Con ellos está José de Arimatea, que no se acerca.

Sino que adosándose a un portal elevado sobre dos escalones,

mira a todas las caras observando todo.

En el silencio que se ha formado, se oyen nítidamente las palabras,

con las que Jesús responde:

–                No han pecado ni él ni sus padres, más de lo que pecan todos los hombres.

Y quizás menos;

porque frecuentemente la pobreza es un freno para el pecado.

No.

Ha nacido así para que en él se manifiesten, una vez más, el poder y las obras de Dios.

Yo soy la Luz que ha venido al mundo.

Para que aquellos del mundo que han olvidado a Dios o han perdido su imagen espiritual;

vean y recuerden.

Y para que aquellos que buscan a Dios o son ya de Él, se vean confirmados en la fe y en el amor.

El Padre me ha enviado, para que en el tiempo que todavía se le concede a Israel,

complete el conocimiento de Dios en Israel y en el mundo.

Así que debo llevar a cabo las obras de Aquel que me ha enviado,

como testimonio de que puedo lo que Él puede, porque soy Uno con Él.

Para que el mundo sepa y vea que el Hijo no es desemejante del Padre y crea en Mí;

en lo que Yo Soy.

Después llegará la noche, en la cual ya no se puede trabajar: la tiniebla.

Y el que no se haya grabado mi signo y la fe en Mí…

Ya no podrá hacerlo en las tinieblas;

en medio de la confusión, el dolor, la desolación y destrucción que cubrirán a estos lugares…

Y aturdirán los espíritus con la agitación producida por las angustias.

Pero mientras estoy en el mundo Soy Luz y Testimonio, Palabra, Camino y Vida;

Sabiduría, Poder y Misericordia.

Ve pues, acércate donde el ciego de nacimiento y tráemelo aquí.

Judas se vuelve hacia el apóstol más cercano,

diciendo:

–              Ve tú, Andrés.

Yo quiero quedarme aquí y ver lo que hace el Maestro.

Responde señalando a Jesús que se ha inclinado sobre el camino polvoriento,

ha escupido sobre un puñado de tierra y con el dedo está mezclando su saliva…

Formando de esta forma,  una bolita de lodo.

Mientras Andrés, siempre condescendiente, va por el ciego;

que en este momento está para torcer hacia la callecita donde está la casa de José de Seforí.

Cuando lo trae de regreso hacia su Maestro.

Pero Judas se retira de su lado diciendo a Mateo y a Pedro:

–              Venid aquí.

Vosotros que tenéis poca estatura…

Veréis mejor.

Y se pone detrás de todos, casi tapado por los hijos de Alfeo y por Bartolomé, que son altos.

Andrés vuelve, trayendo de la mano al ciego;

que se esfuerza en decir:

–                No quiero dinero.

Dejadme que siga mi camino.

Sé dónde está ese que se llama Jesús.

Y voy para pedir…

Deteniéndose delante del Maestro;

Andrés dice:

–               Éste es Jesús…

Éste que está enfrente de Ti.

Jesús, contrariamente a lo habitual, no pregunta nada al hombre.

Con la masilla de barro que ha hecho…

La extiende sobre los huecos hundidos que cubren los párpados cerrados,

con los dos índices…

Después de hacer esto, se queda con las manos elevadas y abiertas;

como las tienen los sacerdotes en la Santa Misa, durante el Evangelio o la Epístola.

Y le ordena:

–                Y ahora ve, lo más deprisa que puedas, a la cisterna de Siloé;

sin detenerte a hablar con nadie.

El ciego, con los párpados enlodados, se queda perplejo por un instante…

Pareciera querer decir algo.

Pero cierra sus labios y obedece.

Sus primeros pasos son lentos;

como de quién está pensativo, se siente dudoso o defraudado.

Luego tocando con su bastón el muro;

acelera el paso, rozando con el bastón la pared;

cada vez más pronto para lo que puede un ciego…

Y acelera más.

Cada vez va más rápido…

Parece como si alguien lo guiara…

Los dos Jerosolimitanos se echan a reír con sarcasmo, sacuden la cabeza…

Y se marchan.

José de Arimatea de manera sorprendente, lo sigue sin saludar siquiera al Maestro…

Y regresa al Templo, de donde venía.

De este modo el ciego, los dos y José de Arimatea se dirigen al sur de la ciudad.

Jesús continúa su camino a la sinagoga…

Siguiendo al ciego…

Superada Bezetha, entran todos en el valle Tiropeo, que hay entre el Moria y Sión.

Lo recorren todo hasta Ofel;

orillan Ofel;

salen al camino que va a la fuente de Siloé, siempre en este orden:

Primero el ciego, que debe ser conocido en esta zona popular;

luego los dos hombres nativos de Jerusalén;

por último, distanciado un poco, José de Arimatea.

José se detiene semi-oculto por unos bojes que rodean el huerto de una casa.

Los otros dos van hasta la misma fuente y observan al ciego…

Que se acerca cautelosamente al vasto estanque…

Palpando el murete húmedo, introduce en la cisterna una mano y la saca rebosando de agua.

Se lava los ojos…

Una, dos, tres veces…

A la tercera como si sintiese algo, levanta también contra la cara la otra mano…

Apretando su cara con las dos manos,  deja caer el bastón.

Pega un grito como de dolor…

Luego aparta lentamente las manos…

Y su primer grito de pena se transforma en un grito de alegría:

–              ¡Oh!

¡Altísimo!

¡Yo veo!

Se arroja al suelo como vencido por la emoción…

Postrado, dando las gracias.

Con las manos puestas sobre su cara, para proteger los ojos;

apretadas contra las sienes…

Por ansia de ver…

Por el sufrimiento de la luz…

Y repite:

–              Veo!

¡Veo!

¡Ésta es entonces la tierra!

¡Ésta es la luz!

¡Ésta es la hierba que conocía sólo por su frescura!…

Mientras estruja entre sus dedos, unas hojuelas de pasto…

Y su grito se transforma en uno de júbilo:

–                   ¡Oh, Altísimo!

¡Yo veo!

¡Veo!

¡Veo!

¡Esta es la tierra!

¡Ésta, la luz!

Luego va hacia el arroyo.

Lo mira correr, exclamando:

–                  ¡Y ésta el agua!…

¡Así la sentía entre los dedos, (mete la mano) fría!

Que no puede apresarse, pero no la conocía…

¡Qué bella!

¡Qué bello!

¡Qué bello es todo!

Levanta su cara y ve un árbol…

Se acerca.

Lo toca.

Extiende su mano y toma una ramita…

La mira.

Contempla asombrado todo lo que está a su alrededor…

Ríe, ríe.

Se pone una mano sobre la frente y mira el firmamento, el sol.

Y las lágrimas bajan de sus virginales párpados abiertos, para contemplar el mundo.

Repitiendo admirado:

–              ¡Oh!

¡Altísimo!

¡Yo veo!

Se arroja al suelo como vencido por la emoción…

repitiendo:

–              Veo!

¡Veo!

¡Ésta es entonces la tierra!

¡Ésta es la luz!

¡Ésta es la hierba que conocía sólo por su frescura!…

Mientras estruja entre sus dedos, unas hojuelas de pasto…

Baja los ojos a la hierba, donde se balancea el tallo de una flor.

Y se ve a sí mismo reflejado en el agua que corre del manantial…

Se mira y dice:

–                       ¡Así soy!

Admirado contempla una tórtola que ha venido a beber un poco más allá…

A una cabra que arranca las hojas de un rosal silvestre.

A una mujer que viene a la fuente con su hijito en el pecho.

Aquella mujer le recuerda a su madre, cuya cara todavía no conoce.

Y levantando los brazos al Cielo,

grita:

–                       Te bendigo, ¡Oh Altísimo!

Por la Luz, por mi madre y por Jesús.

Y corre dejando tirado su bastón, que ya no necesita.

Los dos que lo siguieron, no esperaron a ver todo esto.

Apenas vieron que el joven ve, se fueron ligeros a la ciudad.

José por su parte, se queda hasta el final.

Y cuando el ex-ciego pasa rápido delante de él y entra en las callejuelas del suburbio de Ofel.

Sale de su lugar y se dirige a la ciudad, muy pensativo…