Archivos diarios: 27/01/23

705 Avispero Removido

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

510b La curación de un ciego de nacimiento.

José de Arimatea se encuentra en medio de todo el alboroto que ha provocado en el barrio de Ofel,

la curación del ciego Bartolmai, mientras está semi-oculto detrás de un murete,

siguiendo el desarrollo de todo el barullo provocado, alrededor de la casa más humilde en el lugar.

Los cinco funcionarios del Templo, que han llegado a la casa de Bartolmai y ante la imposibilidad de entrar en ella,

por la muchedumbre que la rodea…

Gritan altaneros:

–                   ¡Que salga ese hombre!

–                   ¡Queremos hacerle una serie de preguntas!

Un amigo le ha susurrado a Bartimeo: «Son escribas y sacerdotes»

El joven se abre paso desde la cocina y sale a la puerta.

Nahúm pregunta imperioso:

–                    ¿Dónde está el que te ha curado?

Bartimeo responde:

–                    No sé.

Los cinco le apostrofan:

–                   ¿Cómo que no lo sabes?

–                   Decías ahora que lo sabías.

–                   ¡No mientas a los doctores de la Ley y al sacerdote!

–                   ¡Dínos a dónde se marchó!

–                   ¡Ay de aquel que trate de engañar a los magistrados del pueblo!

Bartimeo afirma:

–                     Yo no engaño a nadie.

Ese discípulo me dijo: “Está en esa casa”

Y era verdad, porque yo estaba cerca, cuando me han tomado de la mano y conducido donde Él.

Pero dónde está ahora, no lo sé.

El discípulo me dijo que se marchaban.

Podría haber salido ya por la puerta de Herodes.

–                   ¿Pero a dónde iba?

–                   ¡¿Y yo qué sé?!

Irá a Galilea…

¡Teniendo en cuenta cómo lo tratan aquí!…

Nahúm, Sadoc y Elquías:

–                  ¡Tonto irrespetuoso!

–                  ¡Ten cuidado en hablar así, hez del pueblo!

–                  Te pregunté qué porqué camino se iba.

Bartimeo se disculpa:

–                       ¿Y cómo queréis que lo sepa, si estaba ciego?

¿Puede un ciego decir a donde va alguien?

–                       Está bien.

Síguenos.

–                       ¿A dónde me queréis llevar?

–                       Con los fariseos principales.

–                       ¿Por qué?

¿Qué tienen que ver ellos conmigo?

¿Acaso me curaron para que les vaya a dar las gracias?

Cuando era ciego y pedía limosna, jamás mis manos supieron lo que eran sus monedas.

Jamás mis oídos oyeron una palabra suya de piedad…

Y mi corazón nunca experimentó la menor prueba de su amor.

¿Qué debo decirles?

No tengo a nadie más a quién dar las gracias…

Sólo a Uno: al Altísimo, debo dar las gracias.

Después a mi padre y mi madre que por muchos años me amaron a mí, que era un infeliz.

Y a Jesús que me curó.

Que me ha amado con su corazón, como mis padres lo han hecho con el suyo.

Yo no voy a donde están los fariseos.

Me quedo en mi casa con mi padre y mi madre.

Quiero gozar viendo sus caras.

Y ellos viendo mis ojos que acaban de nacer;

después de tantas primaveras desde aquella en que nací, pero no vi la luz.

¿Habéis acaso enjugado alguna vez una lágrima de mi madre, abatida por mi desventura?

¿O una gota de sudor de mi padre, que se moría de cansancio agotado por el trabajo?

Ahora puedo consolarlos yo, haciéndolo con mi vista y con mi presencia.

¿Y voy a dejarlos para seguiros?

Nahúm repite:

–                       ¡Déjate de charlatanerías!

Ven y síguenos.

–                       ¡Qué no!

¡Que no voy!

Elquías dice con altanería:

–                       Te lo ordenamos.

No eres tú quién mandas;

sino el Templo y los jefes del pueblo.

Sadoc confirma:

–                 Si la soberbia de haber sido curado…

Ofusca tu inteligencia, para recordar que somos los que mandamos…

Te lo recordamos nosotros.

¡Adelante!

¡Camina!

–                Pero, ¿Por qué debo ir?

¿Qué queréis de mí?

–                Que des testimonio de lo que pasó.

Es sábado…

Se ha hecho algo en sábado.

Se le considera como pecado.

Pecado tuyo y de ese Satanás.

Bartimeo grita:

–                ¡Diablos vosotros!

¡Vosotros sois los satanaces!

¡Vosotros sois pecado!

¿Debo ir a acusar al que me curó?

¡Estáis borrachos!

Al Templo iré.

Para bendecir al Señor.

Y nada más que eso.

Durante muchos años he estado en la sombra de la ceguera.

Pero los párpados cerrados han creado tiniebla sólo para los ojos.

El intelecto ha estado igual en la luz, en gracia de Dios.

Y me dice que no debo dañar al único Santo que hay en Israel.

Iré al Templo a bendecir al Señor y no a otra cosa.

Sadoc grita:

–                 ¡Basta!

¿No sabes que hay castigos para quién resiste a los magistrados?

–                Yo no sé nada.

Aquí estoy y aquí me quedo.

No os conviene hacerme ningún daño.

Ya veis que todo Ofel está de mi parte.

La multitud grita:

—                ¡Sí! ¡Sí!

–                  ¡Dejadlo!

–                 ¡Ventajistas!

–                 Dios lo protege.

–                 No lo toquéis

–                ¡Dios está con los pobres!

–                ¡Dios está con nosotros!

–                ¡Explotadores, hipócritas!

La gente grita y amenaza, con una de esas espontáneas manifestaciones populares;

que son las explosiones de indignación de los humildes contra quien los oprime…

O de amor hacia quien los protege.

Y gritan:

–                   ¡Ay de vosotros si agredís a nuestro Salvador!

–                  ¡Al Amigo de los pobres!

–                   ¡Al Mesías tres veces Santo!

–                   ¡Ay de vosotros!

–                   No hemos tenido miedo a la rabia de Herodes…

–                   Ni a la ira de los jefes extranjeros, cuando ha sido necesario.

–                   ¡No tememos las vuestra, viejas hienas de mandíbulas desdentadas!

–                   ¡Chacales de uñas desmochadas!

–                   ¡Inútiles prepotentes!

–                   Roma no quiere tumultos y no importuna al Rabí porque Él es paz.

–                 Pero a vosotros os conoce.

–                 ¡Marchaos!

–                 ¡Ay de vosotros!

–                 ¡Chacales de uñas corvas!

–                 ¡Largaos!

–                 ¡Largo!

–                 ¡Largo de aquí!

–                 ¡Fuera de los barrios de los oprimidos por vosotros, con diezmos superiores a sus fuerzas!

–                 ¡Para tener dinero para saciar vuestros apetitos y realizar torpes comercios!

–                 ¡Descendientes de Jasón!

–                 ¡De Simón!

–                 ¡Torturadores de los verdaderos Eleazares, de los santos Onías. (2 Macabeos 4-6)

–                  ¡Vosotros que pisoteáis a los profetas!

–                   ¡Fuera!

–                   ¡Fuera!

–                   ¡Largaos ya!

–                   ¡Sí, sí!

–                    ¡Dejad en paz a Bartimeo!

–                       ¡Dejadlo chacales!

–                        Dios lo protege.

–                       ¡No lo toquéis!

–                       ¡Dios está con los pobres!

–                       ¡Dios está con nosotros!

–                       ¡Vosotros que matáis a otros de hambre, vosotros hipócritas!

El tumulto se enciende, cada vez más fiero.