706 Bartimeo es llevado al Templo

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

510c La curación de un ciego de nacimiento.  

La gente aúlla y amenaza con una auténtica y ruidosa explosión de ira,

propia de los humildes contra sus opresores.

Y de amor para su protector…

Gritan:

–                  ¡Ay de vosotros si hacéis mal a nuestro Salvador!

–                  Al amigo de los pobres.

–                   Al Mesías tres veces Santo.

Y la gritería comienza a subir de punto…

José de Arimatea apoyado sobre una pared no muy alta;

hasta ahora ha sido un atento pero inactivo espectador de los hechos.

Con agilidad maravillosa para su edad y pese a tantos vestidos y mantos como lleva, sube sobre el muro…

Y el Anciano doctor de Israel,

José de Arimatea grita:

–             ¡Silencio ciudadanos!

¡Escuchad a José el Anciano!

Una a una, todas las cabezas se vuelven a donde se oye la voz…

Y al reconocerlo…

Los gritos de ira se cambian en gritos de júbilo:

–                 ¡Ahí está José el Anciano!

–                  ¡Viva él!

–                 ¡Es José el Anciano!

–                 ¡Viva!

–                  ¡Paz y larga vida al justo!

–                  ¡Paz y bendición al bienhechor de los miserables!

–                   ¡Paz y bendición al benefactor de los indigentes!

–                   ¡Silencio, que habla José!

–                   ¡Silencio que va a hablar!

–                    ¡Silencio!

El silencio llega muy despacio.

Habiendo ya olvidado todos, el objeto que antes los hacía mirar en dirección opuesta:

Hacia los cinco desafortunados e imprudentes que han suscitado el tumulto.

Con dificultad se hace silencio.

Por algunos momentos se oye el rumor del Cedrón,

hacia el otro lado de la callejuela, más allá del suburbio.

Todas las cabezas con sus rostros atentos, están vueltas hacia el egregio fariseo…

José de Arimatea dice:

–               Ciudadanos de Jerusalén.

Hombres de Ofel.

¿Por qué queréis dejaros cegar de la sospecha y de la ira?

¿Por qué faltar al respeto y a las costumbres, vosotros que siempre habéis sido fieles a las leyes de los padres?

¿A quién teméis?

¿Teméis acaso que el templo sea un Moloc, que no devuelva lo que llega a él?

¿Acaso que vuestros jueces sean todos unos ciegos más que vuestro amigo;

ciegos en el corazón y sordos a la justicia?

¿No ha sido costumbre que un hecho prodigioso sea declarado, escrito y conservado,

por quién tiene obligación de cuidar las Crónicas de Israel?

Aún por amor y honor al Rabí que amáis;

dejad que vaya el que ha sido favorecido con el milagro…

Que suba a declarar lo que Él hizo.

¿Dudáis todavía?

Pues bien;

Yo soy garante que ningún mal le sucederá a Bartimeo…

Sabéis que no miento.

Como a un hijo amado de mi corazón lo escoltaré hasta allá arriba.

Os lo traeré aquí después.

Tened confianza en mí.

Y no hagáis del sábado un día de pecado al rebelaros contra vuestros jefes.

La gente dice:

–                  ¡Es como dice!

–                  No debemos.

–                  Podemos creerlo.

–                  Es un justo.

—                 Es un hombre recto.

–                  En las deliberaciones buenas del Sanedrín siempre su voz está presente.

–                 Tiene razón.

–                 No se debe.

La gente intercambia sus ideas…

Y al final grita:

–             ¡A ti sí, te confiamos nuestro amigo!

Y dirigiéndose al joven,

le dicen:

–              ¡Ve!

–              No temas.

–              Con José de Arimatea estás tan seguro como con tu padre y más.

La muchedumbre se abre para que el joven pueda ir donde está José;

que ha bajado de su púlpito improvisado.

Y mientras pasa, le dicen:

–              Iremos también nosotros.

¡No temas!

José, con sus grandiosas y ricas vestiduras de espléndida lana trabajada,

pone una mano sobre el hombro de Bartimeo y se ponen en camino.

La túnica gris y gastada del joven, con su pequeño manto de lana simple utilizada por los pobres,

van rozando contra la amplia túnica rojo oscura y el pomposo manto aún más oscuro y fastuoso,

del anciano miembro del Sanedrín.

Detrás de ellos, vienen los cinco y muchos de Ofel.

Atraviesan las calles principales…

Llamando la atención de muchos que señalan al ahora ex-ciego,

diciendo:

–                ¡Ese es el ciego que mendigaba!

—               ¡Es Bartimeo!

–                Ahora ya ve.

–                 ¡Pero si es el que pedía limosna ciego!

–                ¡Y ahora tiene ojos!

–                Bueno, quizás es uno que se le parece.

–                ¡No!

Es él, sin duda.

–            ¡Y lo llevan al Templo!

—           Vamos a oír.

Y la muchedumbre va creciendo más…

Aumentando la procesión;

hasta que los muros del Templo se tragan a todos.

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