IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
511a En la casa de Juan de Nob.
Elisa y anastásica se han marchado.
Se oye un golpe en la puerta.
Tomás se levanta a abrir y exclama:
– ¿Tú José?
¿Y con Nicodemo?
¡Entrad! ¡Entrad!
Jesús los recibe:
– La paz sea con vosotros.
Sean bienvenidos.
José de Arimatea saluda:
– La paz sea contigo, Maestro.
Y con los que estén en esta casa.
Vamos a Rama.
Nicodemo me invitó a ir allá y quisimos pasar a saludarte…
Queremos saber si te siguen molestando, porque sabemos que fueron a buscarte a la casa de José.
Y te han buscado por todas partes, después de que curaste al ciego.
Aunque es verdad que no han ido más allá de las murallas.
No se atrevieron a mover una sola silla, para no profanar el sábado.
Y con esto creen que son puros.
Pero para buscarte y para seguir a Bartimeo…
¡Oh! ¡Han caminado más de lo permitido!
Mateo pregunta:
– ¿Y cómo supieron si el Maestro no ha hecho nada en el camino?
Pedro agrega:
– Tampoco nosotros sabíamos si se había curado.
Fuimos a la sinagoga y luego a saludar a Nique.
Y al bajar el sol, nos vinimos para acá.
José explica:
– Vosotros lo ignorabais.
Pero los enviados de los fariseos lo supieron.
Vosotros no los visteis, pero yo sí los vi.
Dos de ellos estuvieron presentes cuando el Maestro tocó los ojos del ciego.
Hacía horas que estaban en espera.
Judas de Keriot pregunta con aire de inocencia:
– ¿Cómo es posible eso?
José le lanza una mirada inescrutable…
Y cuestiona:
– ¿Y me lo preguntas a mí?
– Porque es algo raro te lo pregunto.
Nicodemo agrega:
– Lo más raro es que desde hace tiempo, en donde quiera que está el Maestro haya espías.
– Los buitres vuelan a donde está la presa y los lobos a donde está el ganado.
José completa:
– ¡Y los ladrones a donde el cómplice les dice que está la caravana! Dijiste bien…
– ¿Qué quieres insinuar?
– Nada.
Tan solo completo tu proverbio, aplicándolo a los hombres.
Pues Jesús es hombre y hombres son los que le asechan.
Varios dicen:
– Cuenta José, cuenta.
– Si el Maestro quiere, por eso he venido.
Jesús dice:
– Habla.
José refiere minuciosamente todo lo que vio…
Omitiendo el hecho de que Judas fue el que dijo al ciego, donde estaba Jesús.
Las reacciones son variadas según el corazón:
Unas de ira.
Otras de dolor.
Judas de Keriot es el que aparenta estar más afligido e irritado contra todos.
Sobre todo contra el ciego imprudente,
que vino a travesarse en el camino de Jesús en sábado, confiando en la bondad del Maestro.
Felipe dice sorprendido:
– ¡Tú fuiste quién se lo indicó!
¡Estaba yo cerca de ti y te oí…!
Judas observa:
– Indicar no quiere decir mandar hacer alguna cosa.
Tadeo interviene:
– ¡Oh, eso sí lo creo!
Pues no me imagino que hubieras tenido la osadía, de haber dado órdenes al Maestro para que obrara…
– ¿Yooo?…
Todo lo contrario.
Se lo señalé para pedir una explicación.
Tadeo replica:
– Está bien.
Pero algunas veces indicar, es también inclinar a hacer algo.
Y esto fue lo que hiciste.
Judas asegura descaradamente:
– Tú lo has dicho, pero no es verdad.
José de Arimatea pregunta:
– ¿No es verdad?
¿Estás seguro?
¿Seguro como vives de que nunca dijiste cosa alguna al ciego acerca de Jesús?
¿De que no le aconsejaste que se acercase a Él?
¿Y mucho menos de haber insistido en que lo hiciera, antes de que Jesús dejase la ciudad?
Judas se defiende:
– No es verdad.
¿Quién ha podido hablar con ese hombre?
Ciertamente que yo no.
Día y noche estoy con el Maestro.
Y si no con Él, con los compañeros…
Bartolomé dice:
– Creí que lo habías hecho ayer, cuando fuiste con las mujeres…
– ¡Ayer!
No emplee más de lo que emplea una golondrina en ir y volver.
¿Cómo podía haber ido a buscar al ciego, encontrarlo y hablarle en tan poco tiempo?
– Pudo ser que lo hayas encontrado…
– ¡Jamás lo he visto!
José de Arimatea recalca:
– Entonces ese hombre es un mentiroso;
porque afirmó que tú le dijiste que viniese y le señalaste el lugar.
Y lo que tenía que hacer.
Le diste tu palabra de que Jesús te haría caso y…
Judas lo interrumpe fuera de sí:
– ¡Basta!
¡Basta!
Merece que nuevamente quede ciego, por todas las mentiras que dice.
Yo lo puedo jurar por el Santo, que no lo conozco sino de vista y que jamás le he hablado.
José lo mira severamente, con unos ojos que parecen atravesarlo,
y dice:
– No te preocupes.
Que tu corazón esté tranquilo, Judas de Keriot.
Tú que no temes a Dios, porque sabes que tus acciones son santas.
Feliz de ti que no temes a nada.
– No tengo miedo alguno, porque estoy sin pecado.
Nicodemo lo mira y contesta:
– Todos pecamos, Judas.
Ojala sepamos arrepentirnos después de los primeros pecados…
Y no aumentarlos ni en número, ni en perversidad.
Luego se dirige al Maestro,
y agrega:
– Lo más triste…
Es que José de séforis fue amenazado con la expulsión de la sinagoga, si vuelve a hospedarte.
Bartimeo fue echado fuera de ella.
Había ido con sus padres, pero los fariseos lo estaban esperando en la sinagoga.
No lo dejaron entrar y le lanzaron el Anatema…
Varios gritan:
– ¡Esto es demasiado!
– ¡Hasta cuando, Señor!…
Jesús dice:
– ¡Paz! ¡Paz!
No hay nada.
Bartimeo está en camino del reino.
¿Qué perdió, pues?
Está en la luz.
¿Acaso no es hijo de Dios, más que antes?
¡Oh, no confundáis los valores!
¡Paz! ¡Paz!
No iremos más a la casa de José.
Me desagrada que Isaac tenga instrucciones de llevar allá a mi Madre y a María de Alfeo.
Hubiera sido solo por unas cuantas horas, porque ya se han tomado las providencias.
Se vuelve al anciano Juan y le pregunta:
– ¿Padre tienes miedo del Sanedrín?
Estás viendo lo que cuesta hospedar al hijo del hombre.
Eres viejo.
Eres un fiel israelita.
Se te podría arrojar de la sinagoga en tus últimos sábados.
¿Podrías soportarlo?
Habla sinceramente y si tienes miedo, Yo me voy.
Habrá una cueva todavía en los Montes de Israel, para el Hijo de Dios…
El anciano Juan contesta:
– ¿Yo Señor?
¿De quién quieres que tenga miedo, sino de Dios?
No temo al sepulcro que ya se me está abriendo y ya casi lo considero como un amigo.
¿Y quieres que tema yo a los hombres?
Temería al juicio de Dios si por temor a los hombres, te arrojase a Ti, el Mesías de Dios.
– Está bien.
Eres un justo.
Me quedaré aquí,cuando esté en las ciudades vecinas, como pienso hacerlo alguna vez más.
Nicodemo invita:
– Ven a rama.
Ven a mi casa Señor.
– ¿Y si te viene algún mal?
– ¿No te invitan acaso los fariseos con mala intención?
¿No podría yo hacerlo, para conocer mejor tu corazón?
Tomás suplica:
– Sí, maestro.
Vamos a Rama.
Mi padre se sentirá feliz si es que está en casa.
Y si no, como sucede con frecuencia, encontrará bendición.
Jesús accede:
– Iremos primero a Rama.
Mañana…
Nicodemo dice:
– Maestro, te dejamos.
Afuera tenemos nuestros animales y esperamos llegar a Rama, antes de la segunda vigilia.
La luna alumbra los caminos como un pequeño farol.
Adiós, Maestro.
La paz sea contigo.
José también se despide:
– La paz sea contigo, Maestro.
Y escucha un buen consejo de José el Anciano.
Sé un poco astuto.
Mira a tu alrededor.
Abre los ojos y cierra los labios.
Haz lo que vas a hacer.
Y nunca lo digas antes…
No vengas a Jerusalén por algún tiempo.
Y si vienes, no te estés en el Templo, más de lo necesario para orar.
¿Me entiendes?
Adiós, Maestro.
La paz sea contigo, Maestro.
José mira fijamente a Jesús.
Diciendo estas palabras despacio y con énfasis, en algunas frases.
Su mirada es un aviso.
Salen al huerto que la luna ilumina con su luz plateada.
Desatan dos fuertes asnos de un nogal.
Suben sobre sus sillas.
Jesús los bendice.
Parten por el camino solitario y bañado por la luz de la luna…
Jesús los mira mientras se marchan.
Luego regresa con los cuatro suyos que se han quedado, a la cocina.
Los apóstoles comentan:
– ¿Qué habrá querido decir al final, en realidad?
– ¿Cómo se enteraron de eso?
– ¿Y cómo lograron saberlo?
– ¿Qué le harán a José de Séforis?
Jesús concluye:
– Nada.
Palabras.
No más que palabras.
No penséis más en ello.
Son cosas que pasan sin consecuencia alguna.
¡Ea! Digamos la Oración y separémonos, para ir a descansar…
Vosotros a vuestra habitación…
Yo saldré al huerto.
“Padre Nuestro…”