Archivos diarios: 2/03/23

729 Autoidolatría y Reparación

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

519a Alto en Bethania.

Jesús, que ya ha llegado hasta la pesada cancilla, llama a uno de los siervos para que le abran.

Entra.

Pregunta por Lázaro.

El siervo responde: 

–               ¡Oh, Señor!

¿Ves?

Vuelvo de recoger hojas de laurel, alcanfor, bayas de ciprés;

otras hojas y frutos olorosos, para hervirlo con vino y resinas;

y con ello hacerle baños a mi señor.

Su carne se cae a pedazos y no se soporta el hedor.

 

Has venido, pero no sé si te dejarán pasar…

Por miedo a que el aire oiga, el siervo apaga su voz en un susurro,

diciendo:
–                Ahora, que ya no se puede ocultar que tiene las llagas.

Las dueñas rechazan a todos…

Por miedo.

Ya sabes…

A Lázaro lo quieren realmente pocos…

Y muchos, por muchos motivos gozarían si…

¡Oh, no quiero pensar en lo que es el miedo de toda la casa!

–                Hacen bien ellas.

Pero no temáis.

No sucederá esta desventura.

–                Pero…

Curarse, ¿Podrá?

Un milagro tuyo…

 

–                 No se curará.

Pero servirá para glorificar al Señor.

El siervo se siente defraudado…

¡Jesús, que cura a todos y aquí no hace nada!…

De todas formas, se limita a emitir un suspiro como única manifestación de lo que piensa.

Luego dice:

–                Voy donde las dueñas de la casa a anunciarte.

Jesús se ve rodeado por los apóstoles, que están interesados en las condiciones de Lázaro.

Todos quedan consternados cuando Jesús habla de ellas.

Pero ya vienen las dos hermanas.

Su florida y distinta belleza parece empañada por el dolor y la fatiga de las veladas prolongadas.

Pálidas, alicaídas, demacradas, cansados los ojos que en otro tiempo, en ambas eran radiantes;

vienen sin joyas: sin anillos, collares, ni pulseras;

vestidas con dos vestidos ceniza oscuro, parecen más siervas que señoras.

A cierta distancia de Jesús se arrodillan, ofreciéndoles sólo llanto.

Un llanto resignado, mudo, que desciende como de una fuente interna…

Y que no puede contenerse.

Jesús se acerca.

Marta alarga los brazos susurrando:

–               Apártate Señor.

En verdad, tememos ser ya pecadoras contra la ley sobre la lepra. (Levítico 13,- 14)

¡Pero no podemos, ¡Oh Dios!…

¡No podemos provocar un decreto de esa clase contra nuestro Lázaro!

Pero tú no te acerques;

porque, no tocando sino llagas, estamos contaminadas.

Sólo nosotras.

Porque hemos apartado a todos los demás.

Todo nos lo dejan en la puerta de la habitación y nosotras tomamos las cosas.

Tolo lo lavamos y quemamos, en la habitación contigua a la de nuestro hermano.

¿Ves nuestras manos?

Están corroídas de la cal viva que usamos para los vasos que tenemos que devolver a los criados.

Pensamos con ello que somos menos culpables…

Martha llora desconsoladamente.

María de Mágdala, que hasta este momento ha guardado silencio,

gime a su vez:

–                Tendríamos que llamar al sacerdote.

Pero… Yo…

Yo soy la más culpable porque me opongo a esto.

Y afirmo que no es la terrible enfermedad maldita en Israel.

¡No es, no es!

Pero nos odian tanto.

Y son tantos…

Que dirían que lo es.

¡Por mucho menos, Simón tu apóstol, fue declarado leproso!

Entre accesos de llanto, Martha dice: 

–                No eres sacerdote ni médico, María.

–                 No lo soy.

Pero tú sabes lo que he hecho para estar segura de lo que digo.

Volviéndose hacia su Rabboní,

María continúa:

Señor, he ido y he recorrido todo el valle de Hinnón;

todo Siloán;

todos los sepulcros cercanos a En Rogel.

Vestida de sierva, velada, con la luz de las auroras…

 

 

Cargada de víveres y aguas con sustancias medicinales, vendas y vestidos.

Repartía todo.

Y daba, daba…

Decía que era un voto por mi Amado.

Era verdad.

Pedía sólo poder ver las llagas de los leprosos.

Deben haber pensado que estaba loca…

¿Alguien acaso, quiere ver esos horrores?

Pero yo, puestos mis presentes en los bordes de las rocas, pedía ver.

Y ellos arriba, yo más abajo;

ellos asombrados, yo con repugnancia;

llorando ellos, llorando yo…

¡He mirado, mirado, mirado!

He visto cuerpos cubiertos de escamas, de costras, de llagas;

caras corroídas, cabellos blancos y más duros que cerdas;

ojos que eran huras de podredumbre;

mejillas tan corroídas que dejaban ver los dientes;

calaveras en cuerpos vivos;

manos reducidas a garras de monstruos;

pies como ramas nudosas;

hedores, horrores, podredumbre.

¡Oh! ¡Si pequé adorando la carne!

¡Si gocé con los ojos, con el olfato, con el oído, con el tacto…

De lo hermoso, de lo perfumado, de lo armonioso, de lo suave y liso!

¡Oh, te aseguro que los sentidos se han purificado ya, con la mortificación de esto que he conocido!

Los ojos…

Contemplando aquellos monstruos, han olvidado la belleza seductora del hombre;

los oídos…

Con esas voces ásperas, que ya no son humanas, han expiado el pasado gozo de voces viriles.

Y se ha estremecido mi carne.

Y se ha rebelado mi olfato…

Y todo resto de culto a mí misma ha muerto,

porque he visto lo que somos después de la muerte…

Pero he traído conmigo esta certeza:

Que Lázaro no está leproso.

Su voz no está lesionada;

sus cabellos y todo el vello están intactos.

Y las llagas son distintas.

¡No es lepra!

¡No, no es!

 

Y Marta me aflige porque no cree;

porque no conforta a Lázaro en el sentido de no creerse contaminado.

¿Ves?

Ahora, que sabe que estás aquí…

No quiere verte para no contaminarte.

¡Los miedos tontos de mi hermana le privan incluso de tu consuelo!…

La naturaleza apasionada de su carácter, la lleva a la cólera.

Pero, viendo que su hermana rompe a llorar desoladamente,

su vehemencia cesa enseguida y abrazando a Marta, la besa.

Y le dice:
–                    ¡Martha, perdón!

¡Perdón!

¡El dolor me hace injusta!

¡Es el amor con que os amo a ti y a Lázaro, el que querría convenceros!

¡Pobre hermana mía!

¡Pobres mujeres, eso es lo que somos!

Jesús interviene diciendo:

–                    ¡Vámos, ánimo!

¡No lloréis así!

Necesitáis paz y compasión recíproca, por vosotras y por él.

Y Lázaro no está leproso, os lo digo Yo.

Martha suplica: 

–                     ¡Oh, ven a verlo, Señor!

¿Quién mejor que tú puede juzgar si está leproso?

Jesús repite: 

–                     ¿No te he dicho que no lo está?».

–                     Sí.

¿Pero cómo puedes decirlo, si no lo ves?

–                   ¡Martha!

¡Martha!…

Dios te perdona porque sufres y eres como uno que delira.

Tengo compasión de ti y voy a ver a Lázaro;

le destaparé las llagas y…

–                   ¡Y las curarás! – grita Marta poniéndose de pie.

–                    Ya te he dicho otras veces, que no puedo hacerlo…

Jesús también tiene que obedecer la Voluntad del Padre,

que no se ha manifestado en Querer hacerlo…

Pero os daré la paz de saber que estáis en regla con la ley sobre los leprosos.

Vamos…