730 El Martirio de Lázaro
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
519b En casa de Lázaro.
Y Jesús abre la marcha hacia la casa, haciendo señas a los apóstoles de no seguirlo.
María se adelanta corriendo.
Abre una puerta, corre por un pasillo y de éste abre otra puerta, que da a un pequeño patio interior…
Camina unos pocos pasos y entra en una habitación, que parece una pequeña bodega;
pues está estorbada por barreños, vasijas, ánforas, vendas…
Un olor que es mezcla de aromas y de descomposición penetra en las fosas nasales.
Hay una puerta frente a la de antes y María la abre…
Y con una voz que quiere ser radiante de alegría,
grita:
– ¡Lázaro!
¡Aquí está el Maestro!
¡Viene a decirte que tengo razón, hermano mío!
¡Ánimo, sonríe;
que está entrando el amor nuestro, nuestra paz!
Y se inclina hacia su hermano, lo incorpora en las almohadas, lo besa;
sin hacer caso del olor que a pesar de todos los paliativos emana de su cuerpo llagado…
Y está todavía agachada para colocarlo,
cuando ya el dulce saludo de Jesús resuena en la habitación,
que envuelta en una luz mortecina, parece iluminarse por la Presencia Divina.
Lázaro dice:
– Maestro…
¿No tienes miedo?…
Estoy…
Jesús lo interrumpe:
– ¡Enfermo!
Nada más que eso.
Lázaro, las normas han sido dadas muy amplias y severas, por un comprensible sentido de prudencia.
Mejor exagerar en prudencia que en imprudencia, en ciertos casos como los de enfermedades contagiosas.
Pero tú no eres contagioso, pobre amigo mío, no estás contaminado.
Tanto, que no creo faltar a la prudencia respecto a los hermanos, si te abrazo y te beso así…
Y tomando el cuerpo consumido, besa a Lázaro.
– ¡Tú eres realmente la Paz!
Pero todavía no has visto.
María está destapando el horror.
Soy ya un muerto, Señor.
No sé cómo mis hermanas pueden resistir…
Yo tampoco sabría cómo…
Pues verdaderamente son espantosas y repugnantes las llagas que han salido,
a lo largo de las varices de las piernas.
Las espléndidas manos de María trabajan suaves en ellas;
mientras con su voz llena de ternura,
responde:
– Tus males son rosas para tus hermanas.
Rosas espinosas porque tú sufres, sólo por ello.
¿Ves, Maestro?
¡La lepra no es así!
Jesús confirma:
– No es así.
Es una enfermedad muy mala la que te consume, pero no es causa de peligro.
¡Cree en tu Maestro!
Tapa, María.
Ya he visto.
Suspirando, tenaz en la esperanza,
Martha dice:
– ¿Y…
No vas a tocar?
– No hace falta.
No por repulsa, sino para no hurgar en las llagas.
Marta se agacha sin insistir más, hacia una palangana donde hay vino o vinagre aromatizado;
sumergiendo unos paños, que luego pasa a su hermana.
Lágrimas mudas caen en el líquido rojizo…
María venda las míseras piernas y extiende de nuevo las mantas sobre los pies;
ya inertes y amarillentos como los de un muerto.
Lázaro pregunta:
– ¿Estás solo?
– No.
Con todos, menos con Judas de Keriot, que se ha quedado en Jerusalén y vendrá después…
Es más, si ya estoy lejos, lo mandáis a Betabara.
Allí estaré.
Y que me espere allí.
– Te vas a marchar pronto…
– Y volveré pronto.
Dentro de poco es la Dedicación.
En esos días estaré contigo.
– No podré honrarte para las Encenias…
– Estaré en Belén para ese día.
Necesito volver a ver mi cuna…
– Estás triste…
Lo sé…
¡Y no poder hacer nada!…
– No estoy triste.
Soy el Redentor…
Pero, tú estás cansado.
No luches contra el sueño, amigo mío.
– Era por tributarte honor…
– Duerme, duerme.
Luego nos veremos…
Y Jesús se retira sin hacer ruido.
Cuando están afuera en el patio,
Martha pregunta:
– ¿Has visto, Maestro?
– Sí, ya he visto.
Mis pobres discípulas…
Yo lloro con vosotras…
Pero en verdad os digo en confianza, que mi corazón está mucho más llagado que vuestro hermano.
Está comido por el dolor, mi corazón…
Y las mira con una tristeza tan viva;
que las dos olvidan su dolor por el de Él.
Y no pudiendo abrazarlo por ser mujeres;
se limitan a besarle las manos y la túnica.
Queriendo servirle como hermanas afectuosas.
Y lo atienden en una salita, donde lo envuelven en amor.
Las voces fuertes de los apóstoles se oyen más allá del patio…
Están todos, menos la voz del discípulo díscolo y malo.
Jesús escucha y suspira…
Suspira esperando pacientemente al fugitivo.