731 Sentimiento de Culpa5 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

520 El remordimiento de Tomás.

Se oyen las fuertes voces de los apóstoles.

Se oyen todas, menos la del discípulo rebelde.

Jesús escucha y suspira…

Han emprendido de nuevo su peregrinaje.

Son once caras pensativas y desazonadas, en torno al rostro triste de Jesús,

que encabeza la comitiva…

Cuando llegan al límite de la propiedad, Él se despide de las hermanas de Lázaro.

Luego, después de un momento de reflexión, antes de cruzar el portón;

ordena a Simón Zelote y a Bartolomé:

–             Quedaos aquí.

Os reuniréis conmigo en Tecua en casa de Simón, en la casa de Nique en Jericó o en Betabara;

eso si él viene.

Y…

Servid a la caridad.

¿Entendéis?

Bartolomé asegura:

–               Ve tranquilo, Maestro.

No iremos contra el amor al prójimo en ningún modo.

–              Cualquiera que fuera la hora en que él llegue, partid enseguida.

Zelote responde:

–               Así lo haremos, Maestro.

Y…

Gracias por la confianza que tienes en nosotros.

Se besan despidiéndose.

Mientras un siervo cierra el portón.

Y Jesús se aleja.

Los dos que se han quedado vuelven hacia la casa, junto con las hermanas.

De esta forma la comitiva apostólica, emprende la caminata así:

Jesús adelante, solo;

detrás Pedro, entre Mateo y Santiago de Alfeo;

enseguida Felipe, con Andrés, Santiago y Juan de Zebedeo;

Los últimos, silenciosos como los demás, son Tomás y Judas Tadeo.

Tampoco habla Pedro.

Sus dos compañeros intercambian algunas, pocas palabras;

pero él, que va entre los dos, no habla.

Va taciturno, cabizbajo.

Parece tejer un mudo coloquio con las piedras y las hierbas que pisa.

También los dos últimos tienen una actitud casi igual.

La única diferencia,

es que mientras Tomás parece sumido en la contemplación por una ramita de sauce,

a la que va quitando una a una las hojas…

Y mirando a cada hoja que separa.

Como si estudiara su color glauco por un lado y argénteo por el otro…

O los filamentos de la nervadura.

Judas Tadeo mira fijamente y recto frente a sí.

No es posible saber lo que está pensando o contemplando.

Si mira al horizonte que superada una cima;

se abre a una claridad vaporosa de llanura a la luz de la aurora…

O si mira sencillamente a la cabeza rubia de Jesús;

que ha echado hacia atrás el extremo del manto, como para gozar del tenue sol,

de principios de Diciembre.

Los diez caminantes que han emprendido de nuevo el camino.

Son nueve caras pensativas en torno al rostro triste de Jesús, que camina adelante.

Detrás, los apóstoles silenciosos;

taciturnos, conversando mentalmente con ellos mismos.

Coinciden en el mismo momento;

el final de la ocupación de Tomás…

Un final que depende de la contemplación del horizonte…

O del Maestro;

por parte de Judas Tadeo.

Este último baja los ojos y vuelve la cabeza para mirar a su compañero;

mientras Tomás, reducida su ramita a una delgada vara…

Levanta los ojos para mirar a Judas Tadeo;

que también es muy alto, como su mismo Maestro.

Pareciera como si se hubieran puesto de acuerdo;

para intercambiar una mirada aguda y al mismo tiempo;

llena de tristeza y de bondad.

Como si concluyera una conversación…

Tomás dice de improviso:

–              ¡Así es, amigo!

¡Exactamente así!

Tadeo, como si estuviera en una sincronización perfeta,

responde:

–             Así es.

¡Y mi dolor es muy grande…!

Sufro mucho…

También porque es mi pariente…

Y eso aparte, es un dolor de sangre, familiar.

–             En tu corazón hay aflicción porque lo has amado desde niño…

Pero…

¿Pero, yo?

Tengo un remordimiento en el espíritu, que me atormenta.

Y eso es peor todavía…

–              ¿Un remordimiento, tú?

No tienes motivos de remordimiento.

Eres bueno y fiel.

Jesús está contento contigo.

Y nosotros en ti, no tenemos;

nunca hemos tenido motivo de escándalo.

¿Cómo es que te viene esa sensación de remordimiento?

¿Qué razón hay para que tengas remordimiento?

–               Es un recuerdo.

El recuerdo del día en que decidí seguir al nuevo Rabí, que se había dejado ver en el Templo.

Mientras arrojaba con gran majestad a los mercaderes del primer patio…

Yo y Judas estábamos cerca el uno del otro.

Admiramos la acción y las palabras del Maestro.

Y decidimos buscarlo…

Yo estaba aún más decidido que Judas.

Casi lo moví yo.

Él dice lo contrario, pero es así.

Mi remordimiento, es haber insistido para que viniera…

Judas y yo estábamos cerca.

Él había dejado su grupo, pues era discípulo de Sadoc, el escriba de Oro.

Yo, no tenía ninguna conexión con el Templo…

Pero en ese instante, estábamos juntos…

Admiramos el gesto y las palabras del Maestro.

Se decidió que lo buscaríamos…

Yo estaba más decidido que Judas y casi lo arrastré.

Él se oponía.

Yo había descubierto al Mesías y lo seguiría hasta el Abismo, si fuese necesario…

Pero…

Mi remordimiento, es haber insistido en que viniera.

Le traje a Jesús un dolor continuo.

Yo sabía que muchos querían a Judas, porque era muy buen político…

Y pensé que podía ser útil.

Fui un necio;

igual que todos los demás, que piensan en un rey superior a David y a Salomón…

Pero siempre un rey.

Le he traído un permanente dolor a Jesús.

Yo sabía que Judas era estimado por muchos y pensaba que podría ser útil.

Necio como todos;

que no saben pensar sino en un rey de Israel, mayor que David y Salomón, pero sólo un rey…

Un rey, como Él dice que nunca será.

¡Ansiaba que entre los discípulos estuviera éste que podía serle de ayuda!…

Yo esperaba esto.

Y sólo ahora comprendo y cada vez más;

la justa actuación de Jesús, que no lo recibió enseguida y que incluso prohibió buscarlo…

¡Te digo que tengo un gran remordimiento!

¡Te lo aseguro!

¡Oh!

¡Un tremendo Remordimiento!

¡Ese hombre no es bueno!

¡Judas no es bueno!

–                  No lo es…

¿ Pero qué podemos hacer?

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