733 El Odio por el Mesías

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

520b Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana.

Hurgan en los talegos, recogen pequeños pedazos de pan;

se los dan al ancianito, que los mira asombrado.

Jesús lo anima:

–               ¡Come, come!

Y le da de beber de su zaque mientras le pregunta a dónde va.

El hombre responde:

–              A Tecua.

Mañana hay un gran mercado.

Pero desde ayer no comía.

–             ¿Estás solo?

–              Más que solo…

Mi hijo me ha echado…

Oír esta voz senil rompe el corazón.

–             Dios te abrirá las puertas de su Reino si sabes creer en su misericordia.

–             Y en la de su Mesías.

Pero mi hijo no tendrá Mesías, porque no puede tener al Mesías él;

que lo odia tanto como para odiar al padre suyo porque ama al Mesías.

–             ¿Por eso te ha echado?

–             Por eso.

Y para no perder la amistad de algunos que persiguen al Mesías.

Ha querido mostrarles que su odio supera al de ellos;

tanto que supera incluso la voz de la sangre.

Todos exclaman:

–             ¡Qué horror!

Con vehemencia, el ancianito objeta:

–             Sería más horroroso si yo tuviera los mismos pensamientos que mi hijo.

Tomás dice:

–              ¿Pero quién es éste?

Si no he comprendido mal, debe ser uno que tiene poder y voz…

El ancianito defiende:

–              Hombre…

Ten en cuenta que no será un padre el que diga el nombre del hijo culpable,

para que sea despreciado.

Tengo que decir que tengo hambre y frío;

yo que con mucho trabajo había aumentado el bienestar de la casa para hacer feliz a mi hijo varón.

Pero no más que esto.

Piensa que yo soy uno de Judea.

Y él uno de Judea.

 Que por tanto, somos iguales por la raza y distintos por el pensamiento.

Lo demás no hace falta conocerlo.

Jesús pregunta con dulzura:

–             ¿Y no le pides nada a Dios, tú que eres un justo?

–             Que toque el corazón de mi hijo y lo conduzca a creer lo que yo creo.

–              Pero para ti;

enteramente para ti…

¿No pides nada?

–              Encontrar al que para mí es el Hijo de Dios.

Para venerarlo y luego morir.

–              Pero si mueres ya no lo verás más.

Estarás en el Limbo…

–              Por poco tiempo.

¿Eres un rabí, no es verdad?

Veo muy poco…

La edad…

Y el mucho llorar.

También el hambre…

Pero veo los flecos de tu cinturón.

Si eres un buen rabí y así me lo parece;

debes sentir tú también que el tiempo ha llegado.

Quiero decir el tiempo del que habló Isaías (52, 7-15; 53, 1-12).

Y está para llegar la hora en que el Cordero cargará sobre sí, todos los pecados del mundo .

Sobrellevará todos nuestros males y dolores.

Será traspasado e inmolado,

para que nosotros seamos sanados y estemos en paz con el Eterno.

Y entonces también los espíritus tendrán paz…

Lo espero confiando en la misericordia de Dios. 

–              ¿No has visto nunca al Maestro?

–              No.

Lo oí hablar en el Templo, en las fiestas.

Pero yo soy bajo.

Y todavía más bajo me hace la edad.

Como he dicho, veo poco.

Por eso si voy entre la gente, el de delante no me deja ver.

Y si estoy lejos no veo;

por eso mismo, porque estoy lejos.

¡Querría verlo!

¡Al menos una vez!

–             Lo verás, padre.

Dios te concederá esta alegría.

¿Y en Tecua tienes a dónde ir?

–             No.

Estaré debajo de un pórtico o en un portal.

Ya estoy acostumbrado.

–             Ven conmigo.

Conozco un buen israelita.

Te acogerá en nombre de Jesús, el Maestro galileo.

–               Pero Tú también eres galileo.

La cadencia con la que hablas, lo denota.

–               Sí…

¡Estás cansado?

Bueno, pero ya hemos llegado a las primeras casas.

Pronto descansarás y tendrás con qué reponer tus fuerzas.

Jesús se inclina para decir a Pedro algo.

Pedro a su vez, se separa.

Y va a decir a los otros lo que ha dicho Jesús.

Luego, con los hijos de Alfeo y con Juan;

acelera el paso, entrando en la ciudad.

Jesús lo sigue con los otros, adecuando el paso al del pobre viejito, que ya no habla.

Está muy agotado;

de forma que acaba quedándose detrás, con Andrés y Mateo.

La ciudad parece vacía.

Es el mediodía y muchos están en las casas comiendo.

Recorridos pocos metros, vuelve Pedro,

diciendo:

–             Ya está hecho, Señor.

Simón lo recibe porque Tú lo traes.

Y te da las gracias por haber pensado en él.

Jesús exclama:

–            ¡Bendigamos al Señor!

Todavía hay justos en Israel.

Este anciano es uno y Simón otro.

Sí;

hay todavía personas buenas, misericordiosas, fieles al Señor.

Esto compensa muchas amarguras.

Y hace esperar que la Justicia Divina, se mitigará por estos justos.

Pedro objeta:

–             ¡Hombre, pero…

Un hijo que echa de casa a su padre por no perder la amistad de algún poderoso fariseo!

Felipe dice:

–              ¿A tanto puede llegar el odio contra Ti?

¡Estoy indignado!

Jesús responde:

–               ¡Veréis mucho más que esto!

Bartolomé exclama:

–               ¡Más!

¿Qué puede ser peor que un padre echado de casa porque no te odia?

¡Es enorme el pecado de ese hombre!…».

Jesús indica:

–               Más enorme será el pecado de un pueblo contra su Dios…

Pero vamos a esperar al anciano…

Y tener consideración con las limitaciones  que su edad representa…

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