IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
520b Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana.
Hurgan en los talegos, recogen pequeños pedazos de pan;
se los dan al ancianito, que los mira asombrado.
Jesús lo anima:
– ¡Come, come!
Y le da de beber de su zaque mientras le pregunta a dónde va.
El hombre responde:
– A Tecua.
Mañana hay un gran mercado.
Pero desde ayer no comía.
– ¿Estás solo?
– Más que solo…
Mi hijo me ha echado…
Oír esta voz senil rompe el corazón.
– Dios te abrirá las puertas de su Reino si sabes creer en su misericordia.
– Y en la de su Mesías.
Pero mi hijo no tendrá Mesías, porque no puede tener al Mesías él;
que lo odia tanto como para odiar al padre suyo porque ama al Mesías.
– ¿Por eso te ha echado?
– Por eso.
Y para no perder la amistad de algunos que persiguen al Mesías.
Ha querido mostrarles que su odio supera al de ellos;
tanto que supera incluso la voz de la sangre.
Todos exclaman:
– ¡Qué horror!
Con vehemencia, el ancianito objeta:
– Sería más horroroso si yo tuviera los mismos pensamientos que mi hijo.
Tomás dice:
– ¿Pero quién es éste?
Si no he comprendido mal, debe ser uno que tiene poder y voz…
El ancianito defiende:
– Hombre…
Ten en cuenta que no será un padre el que diga el nombre del hijo culpable,
para que sea despreciado.
Tengo que decir que tengo hambre y frío;
yo que con mucho trabajo había aumentado el bienestar de la casa para hacer feliz a mi hijo varón.
Pero no más que esto.
Piensa que yo soy uno de Judea.
Y él uno de Judea.
Que por tanto, somos iguales por la raza y distintos por el pensamiento.
Lo demás no hace falta conocerlo.
Jesús pregunta con dulzura:
– ¿Y no le pides nada a Dios, tú que eres un justo?
– Que toque el corazón de mi hijo y lo conduzca a creer lo que yo creo.
– Pero para ti;
enteramente para ti…
¿No pides nada?
– Encontrar al que para mí es el Hijo de Dios.
Para venerarlo y luego morir.
– Pero si mueres ya no lo verás más.
Estarás en el Limbo…
– Por poco tiempo.
¿Eres un rabí, no es verdad?
Veo muy poco…
La edad…
Y el mucho llorar.
También el hambre…
Pero veo los flecos de tu cinturón.
Si eres un buen rabí y así me lo parece;
debes sentir tú también que el tiempo ha llegado.
Quiero decir el tiempo del que habló Isaías (52, 7-15; 53, 1-12).
Y está para llegar la hora en que el Cordero cargará sobre sí, todos los pecados del mundo .
Sobrellevará todos nuestros males y dolores.
Será traspasado e inmolado,
para que nosotros seamos sanados y estemos en paz con el Eterno.
Y entonces también los espíritus tendrán paz…
Lo espero confiando en la misericordia de Dios.
– ¿No has visto nunca al Maestro?
– No.
Lo oí hablar en el Templo, en las fiestas.
Pero yo soy bajo.
Y todavía más bajo me hace la edad.
Como he dicho, veo poco.
Por eso si voy entre la gente, el de delante no me deja ver.
Y si estoy lejos no veo;
por eso mismo, porque estoy lejos.
¡Querría verlo!
¡Al menos una vez!
– Lo verás, padre.
Dios te concederá esta alegría.
¿Y en Tecua tienes a dónde ir?
– No.
Estaré debajo de un pórtico o en un portal.
Ya estoy acostumbrado.
– Ven conmigo.
Conozco un buen israelita.
Te acogerá en nombre de Jesús, el Maestro galileo.
– Pero Tú también eres galileo.
La cadencia con la que hablas, lo denota.
– Sí…
¡Estás cansado?
Bueno, pero ya hemos llegado a las primeras casas.
Pronto descansarás y tendrás con qué reponer tus fuerzas.
Jesús se inclina para decir a Pedro algo.
Pedro a su vez, se separa.
Y va a decir a los otros lo que ha dicho Jesús.
Luego, con los hijos de Alfeo y con Juan;
acelera el paso, entrando en la ciudad.
Jesús lo sigue con los otros, adecuando el paso al del pobre viejito, que ya no habla.
Está muy agotado;
de forma que acaba quedándose detrás, con Andrés y Mateo.
La ciudad parece vacía.
Es el mediodía y muchos están en las casas comiendo.
Recorridos pocos metros, vuelve Pedro,
diciendo:
– Ya está hecho, Señor.
Simón lo recibe porque Tú lo traes.
Y te da las gracias por haber pensado en él.
Jesús exclama:
– ¡Bendigamos al Señor!
Todavía hay justos en Israel.
Este anciano es uno y Simón otro.
Sí;
hay todavía personas buenas, misericordiosas, fieles al Señor.
Esto compensa muchas amarguras.
Y hace esperar que la Justicia Divina, se mitigará por estos justos.
Pedro objeta:
– ¡Hombre, pero…
Un hijo que echa de casa a su padre por no perder la amistad de algún poderoso fariseo!
Felipe dice:
– ¿A tanto puede llegar el odio contra Ti?
¡Estoy indignado!
Jesús responde:
– ¡Veréis mucho más que esto!
Bartolomé exclama:
– ¡Más!
¿Qué puede ser peor que un padre echado de casa porque no te odia?
¡Es enorme el pecado de ese hombre!…».
Jesús indica:
– Más enorme será el pecado de un pueblo contra su Dios…
Pero vamos a esperar al anciano…
Y tener consideración con las limitaciones que su edad representa…