734 Practicando la Caridad
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
520c Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana.
Mientras el anciano llega hasta donde está el Maestro.
Los apóstoles preguntan:
– ¿Quién será su hijo?
– ¡Un fariseo!
– ¡Uno del Sanedrín!
– ¡Un escriba poderoso!
– ¡Un doctor muy influyente!
Las opiniones son distintas.
Jesús sentencia:
– Un desdichado.
No indaguéis.
Hoy ha arremetido contra su padre.
Mañana arremeterá contra Mí.
Así pues, veis que el pecado de Judas;
el hecho de haberse alejado así…
Como un hijo díscolo, no es nada comparado con esto.
Y no obstante, oraré por este hijo ingrato, por este hebreo ofensor de Dios.
Para que se enmiende.
Haced vosotros lo mismo…
Jesús se vuelve hacia el anciano,
llamándolo:
– Ven, padre,.
¿Cómo te llamas?
– Elí-Ana.
¡Nunca he sido una persona feliz!
Se me murió mi padre antes de nacer yo y mi madre, dándome a luz.
La madre de mi madre, que me crió;
me puso los dos nombres, unidos;
el de mi padre y de mi madre.
Un apóstol que no se resigna ante un pecado de esa naturaleza;
es Felipe que exclama:
– ¡Verdaderamente eres un Elí!
Y tu hijo es igual que Finnes.
El anciano replica:
– Dios no lo quiera, hombre.
Finnes murió pecador.
Murió cuando tomaron el arca. (1 Samuel 1, 3; 2,12-17.22-34; 3,1-18; 4, 4-18)
Para su alma y para todo Israel, estas cosas serían una desventura.
Han llegado ante una casa señorial.
Antes de llamar a la puerta,
Jesús dice:
– Escucha.
Ésta es casa amiga.
Lo que le pido lo obtengo.
Es de un cierto Simón, hombre justo ante los ojos de Dios y de los hombres.
Te recibe por amor mío.
Si aceptas el lugar…
– ¿Tengo, acaso, posibilidad de elegir?
Invocaré las bendiciones del Cielo para quien me dé el pan y el amparo de la caridad.
Pero quiero trabajar.
Ser siervo no es una vergüenza, pecar sí lo es.
Con una sonrisa de compasión…
Jesús mientras mira al anciano reducido a una nada, por las penalidades y el dolor moral…
Tira de la campanilla de la entrada…
Diciendo:
– Se lo diremos a Simón.
Abren la puerta.
No es un siervo, sino el amo de la casa.
Un hombre de unos cincuenta años,
invita:
– Entra, Maestro.
La paz sea contigo y con quien te acompaña.
¿Dónde está este hermano mío que me traes?
Para que pueda darle el beso de paz y bienvenida.
Jesús ha puesto su brazo protector sobre el anciano referido,
diciendo:
– Éste es.
Que el Señor te lo pague.
Simón de Tecua, responde:
– Ya me ha recompensado:
Te tengo a Tí como Huésped.
No te esperaba y no puedo honrarte como quisiera.
Pero oigo que tienes intención de volver por aquí dentro de unos días.
Entonces estaré preparado para recibirte como conviene.
Simón de Tecua los conduce a todos al interior de su casa.
Llegan a una habitación donde hay unas palanganas humeantes, preparadas para las abluciones.
El anciano se muestra asustado contra la puerta.
Pero el dueño de la casa, tomándolo de la mano, lo lleva a que se siente.
Él mismo quiere descalzarlo y lo hace.
Y servirle como si fuera un rey.
Luego ponerle sandalias nuevas y seguir todo el ritual instaurado,
para tratar a los huéspedes distinguidos.
Mientras el anciano que vivió entre los protocolos privilegiados, de las clases superiores de Israel;
cuestiona asombrado:
– ¡¿Por qué?!
¿Pero por qué?
¡Yo he venido a servir y tú me sirves!
No es justo.
Simón de Tecua le responde:
– Es justo, hombre.
No puedo seguir al Rabí, porque mi casa requiere mi asistencia.
Pero, como último discípulo del Maestro Santo;
busco la forma de poner en práctica sus palabras.
– Tú lo conoces bien.
Verdaderamente lo conoces, porque eres bueno.
Muchos en Israel lo conocen;
pero ¿Con qué?
Con los ojos y con el odio.
Por tanto, no lo conocen.
A una mujer se la conoce sólo cuando ya de ella nada se ignora y se la posee enteramente.
Lo mismo sucede con Jesús de Nazaret;
Al que no conozco con los ojos;
pero que conozco más que muchos, porque yo creo que en Él está la Sabiduría.
Pero tú lo conoces con plenitud:
De vista y de doctrina.
Simón mira a Jesús…
Pero obedeciendo a una muda súplica divina;
no dice nada.
El anciano Elí-Ana prosigue:
– He dicho a este rabí que quiero trabajar…
– Sí, sí.
Encontraremos un trabajo para ti.
Ahora de momento ven a la mesa.
Maestro, tus discípulos vendrán dentro de poco.
¿Podemos sentarnos a la mesa aunque no hayan venido…
O prefieres esperarlos?
– Preferiría esperarlos.
Pero si tienes que trabajar…
– ¡Oh, Maestro!
Sabes que para mí es una alegría, obedecer el más mínimo de tus deseos.
El ancianito tiene en este momento…
Una primera sospecha acerca de la identidad del Hombre que lo ha socorrido en el camino.
Y lo observa con detenimiento…
Lo mira, lo mira…
Luego mira a sus compañeros…
Hace un atento, detenido examen…
Se mueve en torno a ellos…
Entran los hijos de Alfeo con Juan.
Jesús los llama por el nombre.
Entonces, arrojándose al suelo adorando…
El ancianito exclama aniquilado;
– ¡Oh, Dios Altísimo!
¡Pero entonces…
Tú eres Tú!
El estupor suyo no es inferior al de los demás.
¡Es tan extraño ese modo de reconocimiento del Maestro!
Tanto, que Pedro le pregunta:
– ¿Qué de especial hay en estos nombres, tan comunes en Israel;
para hacerte comprender que estás frente al Mesías?
– Porque conozco a Judas.
Va siempre a casa de mi hijo y…
El anciano se interrumpe, turbado por haber nombrado a su hijo…
Y también por la revelación, que se le ha escapado de manera involuntaria…
Tadeo poniéndose perfectamente delante de él, inclinado lo suficiente para estar cara a cara muy cerca;
mientras dice:
– Pero yo no te he visto nunca, hombre.
El anciano Elí-Ana refuta:
– Yo tampoco te conozco.
Pero un Judas, discípulo del Cristo, va frecuentemente a casa de mi hijo.
He oído hablar de un Juan, de un Santiago y de un Simón amigo de Lázaro de Bethania.
Y de muchas otras cosas…
¡Oír tres nombres conocidos como de los discípulos más íntimos del Maestro…
Y Él tan bueno!…
¡Bueno, pues he comprendido!
Pero ¿Dónde está el otro Judas?
Jesús responde:
– No está.
Pero es verdad, has comprendido.
Soy Yo.
El Señor es bueno, padre.
Deseabas verme y me has visto.
Bendigamos las misericordias de Dios…
No te apartes, Elí-Ana.
Estabas a mi lado cuando para ti era un viajero y nada más.
¿Por qué quieres alejarte de Mí, ahora que sabes que Soy la Meta?
¡No sabes cuánto me ha consolado tu corazón!
No lo puedes saber.
Yo, no tú…
Soy el que más ha recibido.
Cuando tres cuartos de Israel y más, me odian hasta llegar al delito;
cuando los débiles se alejan de mi camino;
cuando las espinas de la ingratitud, del rencor, de la calumnia me hieren por todas partes;
cuando no puedo encontrar alivio en el pensamiento de que mi Sacrificio será salud para Israel…
Encontrar uno como tú, ¡Oh padre! es recibir compensación por el dolor…
Tú no sabes…
Ninguno conocéis las tristezas, cada vez más profundas;
del Hijo del hombre.
Tengo sed de amor.
Y demasiados corazones;
son manantiales secos a los que inútilmente me acerco…
Pero, vamos…
Y manteniendo cerca al ancianito;
entra en la habitación donde están ya preparadas las mesas.