736 Precursor y Mártir de la Justicia5 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

521a En Tecua.

Jesús ha terminado de hablar y bendiciendo a la multitud, se ha despedido.

La multitud le requiere advirtiéndole así…

Muchos le dicen: 

–               ¡Quédate, Maestro!

–               Quédate con nosotros.

–               ¡El desierto fue siempre bueno para los santos de Israel!  

Jesús responde: 

–                No puedo.

Tengo a otros que me esperan.

Vosotros estáis en Mí, Yo en vosotros, porque nos queremos.

Jesús, con dificultad pasa a través de la gente que le sigue;

olvidada de comprar o vender y de todas las demás cosas.

Enfermos curados que lo siguen bendiciendo, corazones consolados que le dan las gracias…

mendigos que lo saludan: «Maná vivo de Dios»…

El viejecito Elí-Ana se mantiene pegado a Él;

así hasta el extremo de la ciudad.

Y sólo cuando Jesús bendice a Mateo y a Felipe, que se quedan en Tecua…

se decide a dejar a su Salvador.

Y lo hace totalmente postrado, adorando, con besos fervorosos en los pies desnudos del Maestro…

Con llanto y palabras de agradecimiento.

Jesús le dice: 

–               Levántate, Elí-Ana.

Te voy a dar el beso.

Un beso de hijo a padre y que te compense de todo…

A ti te aplico las palabras del Profeta:

‘Tú que lloras. No llorarás más, porque el Misericordioso ha tenido piedad de ti.’ 

No tendrás muchas comodidades.

Tu trabajo te devolverá un poco, lo necesario para que puedas sobrevivir. 

Pan y agua para tu continencia personal y complementar tu sacrificio, para ayudarMe a Mí…

Con tu propia co-redención…

No he podido hacer más…

Si uno solo, a Ti te echó fuera.

A Mí, todos los poderosos de un pueblo me arrojan.

Y es mucho si encuentro que comer y refugio para Mí y para mis apóstoles.

Pero tus ojos han visto a Aquel que deseabas ver y tus oídos han escuchado mis palabras,

de la misma forma que tu corazón debe sentir mi amor.

Ve y quédate en paz, porque eres un mártir de la Justicia;

uno de los precursores,

de todos aquellos que hayan de ser perseguidos por causa mía.

¡No llores, padre!

Y lo besa en su blanca cabeza.

El anciano le devuelve el beso en la mejilla.

Y en su oído le murmura:

–               Desconfía del otro Judas.

No quiero ensuciar mi lengua… 

Sólo te digo: ‘Desconfía’

No viene con pensamiento bueno a casa de mi hijo…

Y tampoco tiene buenas intenciones, como los que siempre lo acompañan.

Acuérdate de nosotros en tus oraciones.

Aunque Eliana no lo dijo, Jesús conoce el nombre de su hijo…

Desgraciadamente Simón Boeto, es el compinche de Elquías.

Formando parte de los que encabezan la conjura para matar a Jesús…

Jesús contesta:

–               Está bien.

Pero no pienses más en el pasado.

Pronto acabará todo y ya nadie me podrá hacer daño alguno.

Adiós, Elí-Ana.

El Señor está contigo.

Se separan…  

Pedro que va al lado de Jesús, con esfuerzo,

 pregunta: 

–              Maestro,

¿Qué te ha dicho el anciano con voz tan leve?

porque Jesús da largos pasos con sus largas piernas.

Camina fatigosamente y por ser tan bajo de estatura,

no puede seguir con su paso corto, el largo de Jesús.

Jesús esquiva una respuesta precisa, 

diciendo: 

–               ¡Pobre viejo! 

¿Qué crees que me haya dicho, que no supiera Yo?

–               Te dijo algo de su hijo,

¿No es verdad?

¿Te dijo quién es?

–                 No, Pedro.

Te  lo aseguro.

Se reservó el nombre en su corazón…

–                ¿Pero Tú lo conoces?

–                Lo conozco, pero no te lo diré.

Sigue un largo silencio.

 

Luego, brota el sufrimiento torturador en la pregunta de Pedro…

Y su confesión:

–                Maestro…

¡¿Pero para qué?!

¿Qué es lo que va hacer Iscariote a la casa de un hombre tan malo, como lo es el hijo de Eli-Ana? 

¡Tengo miedo Maestro!

Ese no tiene buenos amigos.

No es franco, ni abierto en sus actitudes.

En él no hay la fuerza para resistir al Mal.

Tengo miedo Maestro.

¿Por qué?

¿Por qué Judas va a las casas de esos hombres tan malos? 

¿Porqué siempre a escondidas?  

La cara de Pedro es una expresiva máscara de angustiosa interrogación.

Jesús lo mira, pero no responde.

En realidad, ¿Qué puede responder?

¿Qué puede decir para no mentir y para no lanzar al fiel Pedro contra el infiel Judas?…

Prefiere que Pedro, prosiga hablando:

–            ¿No dices nada?

Desde ayer que el viejo creyó reconocer entre nosotros a Judas, no tengo paz.

Me pasa lo mismo que aquel día que hablaste con la mujer del Saduceo.

¿Recuerdas?…

¿Recuerdas mis sospechas?

–              Lo recuerdo.

¿Y tú recuerdas mis palabras de entonces?

–              Sí, Maestro.

–              No hay nada más que decir, Simón.

Las acciones del hombre tienen apariencias distintas de la realidad.

Pero Yo estoy contento de haber proveído a la necesidad de ese anciano.

Es como si Ananías hubiera vuelto.

 

Y realmente si Simón de Tecua no lo hubiera acogido, lo habría llevado a la casita de Salomón;

para tener allí a un padre que siempre esperara nuestra llegada.

Pero, para Elí-Ana es mejor así.

Simón es bueno, tiene muchos nietos.

A Elí le gustan los niños…

Los niños hacen olvidar muchas cosas dolorosas…

Con su habitual destreza,

Jesús cambia de tema para no responder preguntas peligrosas.

Al hablarle de los niños, Jesús ha apartado de Pedro, el pensamiento de Judas.

Siguen caminando…

Y sigue hablándole de los niños que han conocido acá o allá, hasta llegar a recordar a Margziam,

que quizás a esa hora está retirando las redes, después de la pesca en el bonito lago de Genesaret.

Y Pedro, ya lejos de Elí y Judas con el pensamiento…

sonríe y pregunta:

–                Pero después de Pascua vamos allá, ¿No?

Es tan hermoso.

Mucho más que esto.

Nosotros galileos somos pecadores para los de Judea…

¡Pero si se vive aquí!

¡Oh, Misericordia eterna!

Si a nosotros se nos hubiera de castigar…

No.

Aquí ciertamente no va a haber un premio.

Jesús llama a los otros que se han quedado atrás…

Y se aleja con ellos por el camino calentado por el sol de Diciembre.

 

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