Archivos diarios: 14/03/23

737 El Amor Tradicional

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

522 Llegada a Jericó.

Hay gran expectación allí por la llegada de Jesús.

Numerosa gente espera en los campos cercanos a la ciudad.

Y en cuanto uno que ha trepado a un alto nogal con la misión de observar…

lanza el grito:

« ¡Allí está el Cordero de Dios!»

La gente se pone en pie y va presurosa hacia Jesús;

que avanza entre las primeras nieblas crepusculares.

La multitud, simultáneamente grita:

–                   ¡Maestro!

–                  ¡Maestro!

–                 ¡Te esperamos desde hace mucho!

–                 ¡Nuestros enfermos!

–                 ¡Nuestros niños!

–                  ¡Tu bendición!

–                  Los viejos te esperan para morir en paz.

–                  Si nos bendices Señor, quedaremos preservados de la desventura.

–                   Para defendernos y vencer a Satanás.

Hablan todos a la vez.

Mientras Jesús alza la mano con sucesivos gestos de bendición…

Y repite:

–                  ¡Paz, paz, paz a todos vosotros!

Los apóstoles que están todavía con Él se ven alcanzados y arrollados por la muchedumbre.

Y son separados de Jesús por las mismas personas que se quejan dulcemente de tanta espera.

El Maestro casi no puede avanzar.

El pobre Zaqueo lucha nerviosa y afanosamente por llegar hasta Jesús para que lo oiga;

O al menos, lo vea.

Pero siendo tan bajo como es;

no muy ágil ni muy fuerte, se ve siempre rechazado por nuevas oleadas de gente…

Y su grito se pierde en el clamor.

Es un tumulto vociferante y en el jaleo de cabezas, de brazos, de ropajes que se agitan;

se pierde su persona.

Inútilmente suplica.

Y alguna vez se enfada, para obtener un poco de piedad.

La gente es siempre egoísta para lo que le gusta y cruel con los más débiles.

El pobre Zaqueo, agotado por los esfuerzos, convencido de la inutilidad de éstos;

pierde la voluntad de luchar y se resigna mortificado.

En efecto, ¿Cómo podrá conseguirlo, si por todas las calles sale más gente…

Y cada calle parece un riachuelo que va a desembocar a un único río:

el camino recorrido por Jesús?

Y con cada nuevo afluente, llega una nueva oleada que hace cada vez más densa la muchedumbre.

Rechazando otra vez al pobre Zaqueo.

Hasta el punto que se hace peligroso encontrarse en núcleo de todo este alboroto:

«Jesús de Nazareth»

En una de las calles, Judas Tadeo lo ve y trata de abrirse paso,

para sacarlodel rincón al que lo ha relegado y fijado la muchedumbre.

Pero a su vez Judas de Alfeo es impelido por los que le empujan por detrás…

Y el intento fracasa.

Tomás, haciendo arma de su robusta persona, empuja con los codos y los brazos,

gritando con su vozarrón potente:

« ¡ABRID EL PASO!»

Con el mismo intento.

Pero… ¡Vaya, vaya, vaya!

La gente es un muro más sólido que la roca.

Y flexible como el caucho: se pliega pero no se rompe;

ya no es un abrazo lo suyo: es una cadena indestructible.

También Tomás se resigna.

Zaqueo pierde toda esperanza, porque Dídimo es el último de los apóstoles enganchados por el aluvión de gente…

Que, por fin, pasa.

Ha pasado…

Dejando una estela de:

Trozos de tela, mechones, orlas, horquillas de mujer, hebillas;

que quedan en el suelo como testimonio de su violencia.

Hay incluso una sandalia pequeña, de niño, pisoteada…

Parece esperar tristemente al piececito que la ha perdido…

Zaqueo se pone al final la cola;

también él triste como ese calzado pequeño, que la muchedumbre ha arrancado a su pequeño propietario.

A Jesús ya ni siquiera se le ve.

Una esquina de la calle lo ha escondido para los ojos del pobre Zaqueo…

Pero cuando el último de la muchedumbre, llega a la plaza donde antes él tenía su banco,

ve que la gente se ha detenido, gritando, orando, suplicando.

Y ve que Jesús, subido en la escalinata de una casa, hace con los brazos y con la cabeza gesto negativo.

Diciendo algo que en medio del bramido de la muchedumbre, no se puede comprender.

Finalmente ve que Jesús, bajando con dificultad de su pedestal, por la gente que lo apretuja;

reanuda el camino dando la vuelta por una calle.

Sí, tuerce justamente por la parte en donde se encuentra su casa.

Entonces Zaqueo recupera todo el coraje.

La gente es mucha, pero la plaza es amplia.

Y por tanto, la masa de gente es menos compacta y puede ser…

Atravesada como si fuera un seto no muy tupido, por una persona que tenga voluntad de hacerlo.

Y no tenga miedo de herirse.

Y Zaqueo, transformado en cuña, en catapulta, en ariete;

arremete, choca, penetra;

distribuye y recibe puñetazos en la cara y codazos en el estómago y patadas en las espinillas;

pero se abre paso, avanza…

Llegando así hasta el lado opuesto, donde el ensanchamiento termina.

Y de nuevo se encuentra delante del muro impenetrable.

Pocos pasos lo separan de Jesús, que ya está parado junto a la puerta de su casa.

Pero si lo separaran desiertos y ríos podría tener más esperanza en lograr llegar a Él.

Se inquieta, se impone,

gritando:

–                   ¡Tengo que ir a mi casa!

¡Dejadme pasar!

¿No veis que Él quiere ir a mi casa?

¡Vaya atrevimiento!

¿Cómo se le habrá ocurrido decirlo?

Ello enciende de nuevo a la muchedumbre, en su deseo de tener en otras casas al Maestro.

Quién se ríe burlándose del pobre Zaqueo;

quién le responde con malos modales.

¡Quién lo insulta con verdadero enojo!

No hay uno sólo que tenga piedad.

Al contrario, se ponen a gritar y a moverse para que el Maestro no oiga, ni vea a Zaqueo.

Y algunos le gritan:

–                    ¡Hasta demasiado has recibido de Él, viejo pecador!

Es notable que en tanta malevolencia, está presente el recuerdo de las pasadas exacciones y vejaciones…

El hombre, incluso el más dispuesto a lo sobrenatural,

conserva casi siempre un rinconcito en que está vivo el amor por su peculio.

Y donde aún más vivo, está el recuerdo de quien perjudicó a este peculio…

Pero la hora de la prueba para Zaqueo ha pasado.

Jesús lo premia por su constancia.

Con toda la fuerza de su Voz,

Jesús ordena:

–                ¡Zaqueo!

¡Ven a Mí!

¡Dejadlo pasar, que quiero entrar en su casa!…