739 Fundación y reglas para el Primer Monasterio
IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
522b En Jericó.
En la entrada de la casa de Zaqueo,
Jesús ha terminado su primera predicación y despide a la multitud, diciendo:
“Id, llevando en vosotros esta advertencia mía”
Bendecid a Dios, que os manda al Médico…
Que extirpa vuestras sensualidades ocultas bajo un velo de santidad espiritual,
como enfermedades escondidas que roen la vida bajo un velo de salud aparente…
Vamos, Zaqueo.
Entremos…
Zaqueo responde:
– Sí, Señor mío.
Ya no tengo más que a un viejo criado.
Y yo mismo abro la puerta…
Junto con mi corazón emocionado por tu infinita bondad.
Abierto el cancel, hace que pasen Jesús y los apóstoles.
Y los guía a las habitaciones, pasando por el jardín que ha sido transformado en un huerto.
Con una parte que ahora es hortaliza.
La casa está limpia de todo lo superfluo.
Zaqueo prende una lámpara y llama al siervo.
Cuando este llega, le dice:
– El Maestro está aquí.
Cena aquí y dormirá aquí con los suyos.
¿Preparaste todo como te dije?
El siervo contesta:
– Sí.
Todo está preparado menos las verduras, que voy a echar ahora en el agua hirviendo.
– Entonces cámbiate de vestido y ve a llamar a los que sabes.
– Voy patrón.
El anciano se vuelve hacia Jesús y agrega.
– ¡Bendito seas Maestro, porque ya puedo morir contento!
Y se va.
Zaqueo dice a Jesús:
– Es el siervo que tenía mi padre y que se ha quedado conmigo.
A todos los demás, los licencié.
Lo quiero mucho.
Fue la voz que jamás se calló cuando yo pecaba y por eso yo lo maltrataba.
Ahora después de Ti, es al que más amo.
Llegan los amigos de Zaqueo y les dice:
– Venid amigos, allí hay fuego.
Y todo cuanto puede dar descanso a vuestros cansados y helados cuerpos.
Tú Maestro, ven.
Lo lleva a su propia habitación, que está en el fondo del pasillo.
Entra, cierra la puerta…
Y dice:
– Siéntate, Maestro.
Jesús se sienta sobre un banco de madera.
Zaqueo echa agua humeante en un barreño,
luego se pone en el suelo, a sus pies;
medio sentado, medio arrodillado.
descalza a Jesús, le sirve.
Lavándole los pies y secándolos con una toalla.
Antes de calzarle las sandalias, besa un pie desnudo y se lo pone encima del cuello,
diciendo:
– ¡Así!
¡Para que aplastes los residuos y arrojes los restos del viejo Zaqueo!
Se levanta y mira a Jesús con una sonrisa humilde y lágrimas en los ojos.
Hace un gesto para señalar todo el ambiente que lo rodea y dice:
– He cambiado todo.
He dejado que sobreviviese el recuerdo de mi conversión en estas paredes desnudas.
En este lecho duro.
Lo demás lo vendí porque me quedé sin dinero y quería hacer el bien.
Mira a Jesús con una sonrisa que le tiembla en los labios;
una sonrisa humilde, mezclada con un poco de llanto.
Con un gesto señala todo el cuarto,
diciendo:
– Aquí dentro he pecado mucho.
Pero he cambiado todo, para que lo que tenía ese sabor ya no estuviera presente en mí…
Los recuerdos…
Yo soy débil…
He dejado que viviera entre estas paredes desnudas, en este lecho duro, sólo el recuerdo de la conversión.
Lo demás…
Lo he vendido, porque me había quedado sin dinero y quería hacer el bien.
Señalando la sala donde quedaron sus amigos…
Zaqueo continúa hablando:
– No sé si he hecho bien;
si aprobarás lo que he hecho.
Quizás he empezado por donde tenía que terminar.
Pero ellos también existen.
Y sólo un viejo publicano puede no sentir rechazo hacia ellos en Israel.
No.
Lo he dicho mal.
No sólo un viejo publicano.
Tampoco Tú.
Es más, eres Tú el que me ha enseñado a amarlos verdaderamente.
Antes eran mis cómplices en el vicio, pero no los quería.
Ahora me opongo a ellos, pero los quiero.
Tú y yo.
El Todo Santo y el pecador convertido.
Tú, porque no has pecado nunca y quieres darnos tu alegría, la de un Hombre sin culpa;
yo, porque he pecado mucho…
Ahora los reprendo y los amo.
Porque sé cuán dulce es la paz que proviene del hecho de ser perdonados, redimidos, renovados…
La he deseado para ellos.
Esto también lo quise para ellos.
Los he buscado.
¡Al principio fue una cosa muy dura!
Quería hacerlos buenos a ellos y tenía que hacerme bueno yo mismo…
¡Qué fatigas!
Vigilarme porque sentía que me vigilaban.
La más mínima cosa habría bastado para que se alejaran…
Y además…
Muchos pecaban por necesidad, por necesidad de oficio.
He vendido todo para tener dinero para mantenerlos;
hasta que encontraran otros oficios menos fructíferos…
Más cansados, pero honestos.
Y siempre hay alguno de ellos que viene, mitad curioso…
Mitad deseoso de ser un hombre y no sólo un animal.
Y debo hospedarlos, hasta que se hacen mansos para el nuevo yugo.
Muchos ya se circuncidaron.
El primer paso hacia el verdadero Dios…
Pero yo no los obligo.
Extiendo mis brazos al abrazar las miserias;
yo, que de ellos no puedo tener asco.
Quisiera dar a todos ellos lo que Tú quieres dar:
La alegría de no tener remordimientos, dado que no podemos como Tú, carecer de culpa.
La paz de estar sin pecado.
Dime ahora Señor mío, si me he atrevido a mucho…
– Has obrado bien, Zaqueo.
Les das a ellos más de lo que esperas y de lo que piensas, que Yo quiero dar a los hombres.
No sólo la alegría del perdón, de no tener remordimientos;
sino también la alegría de ser pronto ciudadanos de mi Reino celeste.
No ignoraba estas obras tuyas.
Observaba tu marcha por el arduo…
Pero glorioso, camino de la caridad;
porque esto es caridad.
Y de la más genuina.
Has aprendido la palabra del Reino.
Pocos la han comprendido…
Porque sobrevive en ellos la concepción antigua y la convicción de ser ya santos y doctos.
Tú, eliminado de tu corazón el pasado, te has quedado vacío…
Has querido y has podido, meter dentro de tí las palabras nuevas, lo futuro, lo eterno.
Sigue así, Zaqueo.
Y serás el exactor de tu Señor Jesús.
Concluye Jesús…
Sonriendo y poniendo su mano en la cabeza de Zaqueo.
– ¿Estás conforme conmigo, Señor?
¿En todo?
– En todo, Zaqueo.
Se lo he dicho también a Nique, que me hablaba de ti.
Nique te comprende.
Es una mujer abierta a la piedad universal.
– ¿Apruebas todo, Señor?
– Todo, Zaqueo...
Vamos, entremos en tu casa…