745 Mercaderes del Dolor7 min read

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

524a En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos.

Uno de los compañeros de Zaqueo en su casa…

Dice:

–                Son…

¡Oh, mi delito no tiene nombre!

Señor, yo no tengo sangre en mis manos, no he robado dinero,

no he impuesto tributos insoportables, ni intereses asfixiantes;

no he maltratado a los vencidos;

pero he sacado partido de todos los desdichados,

Y he sacado dinero de niñas inocentes, niñas de vencidos, de huérfanas,

de niñas vendidas como mercancía por un pan.

He dado la vuelta al mundo,

aprovechando estas ocasiones, detrás de los ejércitos;

Llendo a los lugares donde había una carestía…

O a donde un río desbordado..

Habría dejado completamente sin alimentos;

Donde una epidemia había dejado jóvenes vidas sin protección…

Y de ahí he hecho mercancía;

una mercancía inocente pero infame:

Infame para mí, que obtenía dinero de ella;

inocente Ella,

porque aún no conocía el horror.

Señor, en mis manos están las virginidades de jovencitas deshonradas…

El honor de jóvenes esposas,

arrebatadas en ciudades de conquista.

Mis bazares…

Mis prostíbulos eran célebres, Señor…

¡No me maldigas, ahora que lo sabes!

Los apóstoles instintivamente…

Se han apartado del último que ha hablado.

Jesús se levanta y se acerca a él.

Le pone la mano en el hombro…

Y dice:

–           ¡Es verdad!

Tu delito es grande.

Tienes que reparar mucho.

Yo, la Misericordia,

te digo que aunque fueras el mismo Demonio…

Y sobre ti pesaran todos los delitos de la Tierra…

Si quieres…

Puedes expiar todo y ser perdonado por Dios;

perdonado por el verdadero, grande, paterno Dios…

Si tú…

Quieres.

Une tu voluntad a la mía.

También Yo quiero que seas perdonado.

Únete a mí.

Dame tu pobre espíritu cubierto de infamia, quebrantado…

Tu espíritu, que después de que has dejado el pecado,

está lleno de cicatrices y humillación.

Yo lo pondré en mi Corazón, en el lugar donde pongo a los mayores pecadores.

Y lo llevaré conmigo al sacrificio redentor.

La Sangre más santa, la de mi corazón…

La última Sangre del Inmolado por los hombres,

se esparcirá sobre los espíritus más quebrantados y los regenerará.

Por ahora, ten esperanza.

Una esperanza mayor que tu inmenso delito en la misericordia de Dios;

porque es una misericordia sin límites hombre…

Para quien sabe confiar en Ella.

El hombre casi querría agarrar y besar esa mano que está puesta en su hombro.

Esa mano tan pálida y delgada sobre su túnica oscura y su hombro fuerte.

Pero no se atreve.

Jesús comprende esto y le ofrece la mano,

mientras dice:

–               Hombre, besa su palma.

Encontraré ese beso como medicamento para una tortura.

Mano besada, mano herida:

Besada por amor, herida por el amor.

¡Oh, si todos supieran besar a la gran Víctima!

¡Y Ella muriera vestida de llagas sabiendo en cada una los besos y amores,

de todos los hombres redimidos!

Jesús mantiene su palma apretada contra los labios rasos de este hombre,

que por todo el conjunto de circunstancias, lo más probable es que sea es romano.

Y la tiene ahí hasta que el hombre, como saciado, se separa de ella…

Después de haber apagado la quemazón de sus remordimientos,

bebiendo la misericordia del Señor en el cuenco de la mano divina.

Jesús vuelve a su sitio.

Al pasar, pone la mano en la cabeza crespa de uno muy joven.

Pareciera que no tiene más de veinte años, si es que los tiene… 

En un púlpito improvisado…

Uno que no ha hablado en todo este tiempo;

uno que es sin duda, de raza hebrea.

Jesús le hace esta pregunta:

–              ¿Y tú, hijo mío, no dices nada a tu Salvador?

El joven levanta la cabeza y lo mira…

En esa mirada hay toda una narración:

Una historia de Dolor, Odio,

Arrepentimiento,  Amor…

Jesús, un poco inclinado hacia él, fijos los ojos en los ojos,

lee alguna de estas historias mudas…

Y dice:

–              Por este motivo te llamo «hijo«

Ya no estás solo.

Perdona a todos, a los de tu misma sangre y a los extraños;

de la misma forma que Dios te perdona.

Y ama al Amor que te ha salvado.

Ven un momento conmigo.

Quiero decirte unas palabras aparte.

El joven se levanta y lo sigue.

Cuando están solos,

Jesús agrega:

–               Quiero decirte esto, hijo.

El Señor te ha amado mucho;

aunque no lo parezca a la luz de un juicio superficial.

La vida te ha probado mucho;

los hombres te han causado mucho daño…

Aquélla y éstos hubieran podido hacer de ti, una ruina irreparable.

Detrás de ellos estaba Satanás, envidioso de tu alma.

Pero sobre ti estaba la mirada de Dios.

Y esa mirada bendita ha detenido a tus enemigos.

Su amor ha enviado a Zaqueo por tu sendero.

Y con Zaqueo, al que te habla, a Mí.

Ahora Yo que te hablo, te digo:

Que debes encontrar en este amor, todo aquello que no has tenido;

que debes olvidar todo aquello que te ha agriado.

Y perdonar…

Perdonar a tu madre, perdonar al amo infame, perdonarte a Ti mismo.

No te odies de mala manera, hijo…

Odia tu tiempo de pecado….

pero no odies tu espíritu, que ha sabido dejar este pecado.

Que tu mente sea buena amiga de tu espíritu.

Para que juntos alcancen la perfección.

El joven de queda;

apenas puede balbucear:

–                  ¿Perfecto yo?

–                  ¿Has oído lo que le he dicho a aquel hombre?

¡Y él ha estado en el fondo del Abismo!…

¡Gracias, hijo!

–                 ¿Por qué cosa, mi Señor?

Soy yo el que debe decirte gracias…

–                 Por no haber querido ir…

A donde quien compra hombres, para traicionarMe.

El joven lo mira sorprendido,

mientras dice:

–               ¡Oh, Señor!

¿Hubiera podido hacerlo,

sabiendo que no nos desprecias ni siquiera a nosotros siendo bandidos?

Yo estaba entre aquellos que te llevaron el cordero al Carit.

Se dice que uno de nosotros, que ahora ha sido apresado por los romanos…

Lo cierto es que desde antes de los Tabernáculos,

no se le ha vuelto a ver por los refugios de los bandidos…

Me refirió las palabras que dijiste en un valle de cerca de Modín…

Porque yo no estaba todavía con los bandidos.

Fui con ellos al final del último Adar y los he dejado al principio de Etanim.

Pero no he hecho nada que merezca tu «gracias«

Tú eres bueno.

Quise ser bueno y advertir a un amigo tuyo…

¿Puedo llamarlo así a Zaqueo?

–                   Sí, puedes llamarlo así.

Todos los que me aman son mis amigos.

Tú también lo eres.

–                 ¡Bueno!…

Quise advertir para que estuvieras en guardia.

Pero advertir no merece las gracias…

–                Te repito…

Que te doy las gracias por no haberte vendido contra Mí.

Esto tiene mucho valor.

–                 ¿Y el aviso no?

–                  Hijo mío…

Nada podrá impedirle al Odio arremeter contra Mí.

¿Has visto alguna vez desbordarse un torrente?

–                 Sí.

Estaba en Yabés Galaad y vi la destrucción causada por el río,

salido de su cauce antes del Jordán.

–                 ¿Y pudo alguna cosa detener las aguas?

–                 No.

Lo cubrieron y lo destruyeron.

Incluso se llevaron casas.

–                Así es el Odio.

Pero no me arrastrará.

Quedaré sumergido, pero no destruido.

Y en la hora amarguísima…

El amor de quien no quiso odiar al Inocente será mi confortación.

Mi luz en las tinieblas de esa hora de Tinieblas;

mi dulzura en el cáliz del vino con hiel y mirra.

–             ¿Tú?…

Hablas de ti como si…

Ese cáliz es para los ladrones, para quien va a la muerte de cruz.

¡Pero Tú no eres un ladrón!

¡Tú no eres culpable!

Tú eres…

Jesús puntualiza:

–              El Redentor.

Dame un beso, hijo.

Le toma la cabeza entre las manos y le besa en la frente.

Luego se inclina para recibir el beso del joven…

Un beso tímido, que apenas roza la mejilla enjuta…

Y luego el joven se deja caer llorando, en el pecho de Jesús.

–              ¡No llores, hijo mío!

Yo soy sacrificado por el amor.

Y es siempre un dulce sacrificio,

aunque sea atormentador para la naturaleza humana.

Lo mantiene entre sus brazos hasta que el llanto cesa.

Y luego llevándolo tomado de la mano, junto a Sí;

regresa al lugar donde antes estaba Pedro.  

 

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