IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525b El juicio sobre Sabea de Betlequí.
Después de una pausa, Sabea sigue hablando:
– El Trono de mi Señor,
está adornado con las doce piedras de las doce tribus de los justos.
En la gran perla que es el Trono.
(el blanco, precioso trono esplendoroso del santísimo Cordero)
están engarzados topacios con amatistas, esmeraldas con zafiros, rubíes con sardónices,
ágatas, crisolitos y berilos, ónices, diaspros, ópalos.
Los que creen, los que esperan, los que aman,
los que se arrepienten, los que viven y mueren en la justicia;
los que sufren, los que dejan el error por la Verdad;
los que eran duros de corazón y se hicieron mansos en su Nombre;
los inocentes, los arrepentidos;
los que se despojan de todas las cosas para ser ágiles en el seguimiento del Señor;
los vírgenes, cuyo espíritu resplandece con una luz semejante a un alba del Cielo de Dios…
¡Gloria al Señor!
¡Gloria a Adonai!
¡Gloria al Rey sentado en su trono!
La voz es un tañido.
Un estremecimiento recorre a la gente congregada.
La mujer parece realmente ver aquello de lo que habla.
Es como si la nube dorada que navega en el cielo sereno.
Y que ella parece seguir con su mirar arrobado…
Le sirviera de lente para ver las glorias celestes.
Ahora descansa, como si estuviera agotada…
Aunque sin cambiar de actitud.
La única diferencia es que su cara se transfigura aún más…
En la palidez de la epidermis y en el fulgor de los ojos.
Luego, bajando la mirada hacia Jesús,
que la está escuchando atento;
rodeado por un círculo de escribas, que escépticos y sarcásticos, menean la cabeza.
De apóstoles y seguidores pálidos de sagrada emoción,
continúa revelando…
Ella prosigue con voz distinta y menos alta:
– ¡Veo!
Veo en el Hombre, lo que se esconde en el Hombre.
Santo es el Hombre…
Pero mi rodilla se dobla ante el Santo de los santos,
que está dentro del Hombre.
Ahora la voz vuelve a ser fuerte…
Imperiosa como una orden:
– ¡Mira a tu Rey, pueblo de Dios!
¡Conoce su Rostro!
La Belleza de Dios está delante de ti.
La Sabiduría de Dios ha tomado una boca para instruirte…
Ya no son los profetas, pueblo de Israel, los que te hablan del Innombrable.
Es Él Mismo.
Él, que conoce el Misterio que es Dios, es el que te habla de Dios…
Él, que conoce el Pensamiento de Dios, es el que te arrima a su pecho…
¡Oh Pueblo!
¡Que todavía eres párvulo después de tantos siglos!
Y te nutre con la leche de la Sabiduría de Dios, para hacerte adulto en Dios…
Para hacer esto se ha Encarnado en un seno;
en un seno de mujer de Israel;
que ante Dios y ante los hombres es mayor que cualquier otra mujer.
Ella cautivó el corazón de Dios, con uno solo de sus latidos de paloma.
La belleza de su espíritu hechizó al Altísimo…
Y Él ha hecho de Ella su trono.
María de Aarón pecó porque en ella estaba el pecado.
Débora juzgó lo que había de hacerse, pero no obró con sus manos.
Yael fue fuerte, pero se manchó de sangre.
Judit era justa y temía al Señor.
Dios estuvo en sus palabras y le permitió aquel acto…
Para que fuera salvado Israel;
pero por amor a la patria usó astucia homicida.
Pero la Mujer que lo ha Generado, supera a estas mujeres;
porque es la Sierva perfecta de Dios…
Y le sirve sin pecar.
Toda pura, inocente y hermosa;
es el hermoso Astro de Dios, desde su alba hasta su ocaso.
Toda hermosa, esplendorosa y pura, por ser Estrella y Luna.
Luz de los hombres para encontrar al Señor.
No precede ni sigue al Arca santa, como María de Aarón,
porque Arca es Ella misma.
Sobre la tenebrosa onda de 1a Tierra cubierta por el diluvio de los pecados…
Ella camina y salva;
porque quien entra en Ella encuentra al Señor.
Paloma sin mancha, sale y vuelve con el olivo;
el olivo de paz para los hombres, porque Ella es la Oliva especiosa.
Ella calla.
Y en su silencio habla y obra más que Débora, Yael y Judit.
No aconseja la batalla, no incita a las matanzas;
no derrama más sangre que la suya más selecta…
Suya la sangre con la que formó a su Hijo.
¡Pobre Madre!
¡Madre sublime!…
Temía Judit al Señor;
pero de un hombre había sido su flor.
Ésta ha dado al Altísimo su flor intacta.
El Fuego de Dios ha descendido al cáliz de la suave Azucena.
Y un seno de mujer ha contenido y llevado la Potencia, la Sabiduría y el Amor de Dios.
¡Gloria a la Mujer!
¡Cantad, mujeres de Israel, sus alabanzas!
Sabea se calla, como si su voz estuviera sin fuerzas.
Efectivamente es imposible saber, cómo logra mantener ese timbre tan fuerte.
Los escribas dicen:
– ¡Está loca!
– ¡Está loca!
– Dile que se calle.
– Loca o poseída.
– Impón al espíritu que la tiene poseída que se vaya.
Jesús responde:
– No puedo.
No hay más que espíritu de Dios.
Y Dios no se expulsa a sí mismo.
– No lo haces porque os alaba a ti y a tu Madre.
– Y ello estimula tu orgullo.
– Escriba, reflexiona en lo que sabes de Mí…
Y verás que Yo no conozco el orgullo.
– Pues, a pesar de todo;
sólo un demonio puede hablar en ella, para celebrar así a una mujer…
¡La mujer!
¿Y qué es en Israel y para Israel, la mujer?
¿Y qué es sino pecado, ante los ojos de Dios?
¡La seducida y seductora!
Si no hubiera fe…
Difícilmente se podría pensar que en la mujer hubiera un alma.
Le está prohibido acercarse al Santo, por su impureza.
Otro escriba escandalizado,
exclama:
– ¡Y ésta dice que Dios descendió a Ella!…
Y sus compinches le hacen coro.
Jesús, sin mirar a nadie a la cara;
pues pareciera que hable consigo mismo…
Dice:
– La Mujer aplastará la cabeza de la Serpiente…
La Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo, que será llamado Emmanuel…
Un vástago saldrá de la raíz de Jesé;
una flor brotará de esta raíz y en Ella descansará el Espíritu del Señor”.
Esta Mujer.
Mi Madre.
Escriba, por el honor de tu saber,
recuerda y comprende las palabras del Libro. (Génesis 3, 15; Isaías 7, 14; 11, 1-2)
Los escribas no saben qué responder.
Esas palabras las han leído mil veces…
Y mil veces las han considerado verdaderas.
¿Pueden negarlo ahora?
Callan.
Uno ordena que se enciendan hogueras;
porque ya se siente el frío junto a las orillas por donde pasa el viento vespertino.
Obedecen…
Cual corona en torno al grupo compacto, llamean candeladas de ramajes.
La luz bailarina del fuego…
Parece hacer reaccionar a la mujer, que se había callado.
Y que estaba con los ojos cerrados, como recogida en sí misma.
Abre de nuevo los ojos, reacciona.
Mira otra vez a Jesús…
Y grita de nuevo:
– ¡Adonai!
¡Adonai, Tú eres grande!
¡Cantemos al Divino un cántico nuevo!
¡Shalem!
¡Shalem!
¡Malquih!!…
¡Paz! ¡Paz!
¡Oh Rey, al que nada se resiste!…
La mujer se calla de golpe.
Pasa su mirada, la primera vez desde que empezó a hablar…
Por los que están alrededor de Jesús.
Fija sus ojos en los escribas como si los viera por primera vez…
Y sin motivo aparente, algunas lágrimas se forman en sus grandes ojos;
la cara se le pone triste y mate.
Habla lentamente ahora.
Con una voz profunda como quien expresa cosas dolorosas:
– No.
¡Hay quien te resiste!
¡Pueblo, escucha!
Posteriormente a mi dolor, pueblo de Betlequi, me has oído hablar.
Después de años de silencio y dolor, he sentido y he dicho lo que sentía.
Ahora ya no estoy virgen viuda que encuentra en el Señor su única paz…
En los verdes bosques de Betlequi.
No tengo alrededor sólo a mis convecinos,
para decirles:
“Temamos al Señor porque ha llegado la hora de estar preparados para su Llamada.
Embellezcamos el vestido del corazón, para no ser indignos en su Presencia.
Ciñámonos de fortaleza…
Porque la hora del Cristo es hora de prueba.
Purifiquémonos como hostias para el altar;
para que podamos ser acogidos por Aquel que lo envía.
El que sea bueno que crezca en bondad.
El que sea soberbio que se haga humilde.
El que sufre de lujuria…
Que se desprenda de su carne para poder seguir al Cordero.
El avaro hágase benefactor;
porque Dios es benefactor nuestro con su Mesías.
Y todos practiquen la justicia,
para poder pertenecer al Pueblo del Bendito que viene”.
Ahora hablo ante Él y ante quien cree en Él…
También ante quien NO CREE y ultraja al Santo.
Y a los que creen en El y hablan en su Nombre.

NOE, ¿No te dijo Dios, bien clarito, que iba a inundar el mundo y que tenías que construir un arca? SÍ, pero el sacerdote me explicó que era TODO, sólo una metáfora…
Pero no tengo miedo.
Decís que estoy loca, decís que a través de mí habla un demonio.
Sé que podríais hacer que me lapidaran como blasfema.
Sé que lo que os voy a decir os va a parecer insulto y blasfemia.
Y que me odiaréis.
Pero no tengo miedo.
Última quizás, de las voces que hablan de Él, antes de su Manifestación.
Me espera quizás, la suerte que otras voces sufrieron…
Pero no tengo miedo.
Demasiado largo es el exilio en el frío y en la soledad de la Tierra…
Para el que piensa en el seno de Abraham, en el Reino de Dios que el Cristo nos abre:
más santo que el santo seno de Abraham.
Sabea de Carmel de la estirpe de Aarón no le teme a la muerte.
Pero al Señor, ¡Sí!
Habla cuando Él la mueve a hablar, para no desobedecer a su Voluntad.
Y dice la verdad…
Porque habla de Dios con las palabras que Dios le da.
No tengo miedo a la muerte.
Aunque me llaméis demonio y me lapidéis como blasfema;
aunque mi padre, mi madre y mis hermanos, por este deshonor, mueran;
no temblaré de miedo ni de aflicción.
Sé que el demonio no está en mí, porque en mí calla todo estímulo maléfico.
Y toda Betlequi lo sabe.
Sé que las piedras podrán sólo introducir en mi canto, una pausa más breve que un respiro.
Y que después mi canto…
Recibirá más amplio respiro en la libertad de más allá de la Tierra.
Sé que Dios consolará el dolor de los de mi sangre.
Y que será breve;
mientras que será eterno después, su gozo de ser parientes mártires de una mártir.
No temo vuestra muerte…
Sino la que me vendría de Dios si no le obedeciera.
Hablo…
Y digo lo que se me dice.
¡Oh, pueblo, escucha!
¡Y escuchad vosotros, escribas de Israel!