IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA
525c El juicio sobre Sabea de Betlequí.
La mujer levanta de nuevo su acongojada voz y dice:
– Una voz…
Una voz viene de lo alto y grita en mi corazón.
Y dice:
“El antiguo Pueblo de Dios no puede cantar el nuevo cántico,
porque no ama a su Salvador.
Cantarán el cántico nuevo los salvados de todas las naciones,
los del Pueblo nuevo del Cristo Señor;
No los que odian a mi Verbo”…
¡Horror!
Da verdaderamente un grito que hace estremecer.
Sabea continúa:
¡La voz da luz, la luz da vista!
¡Horror!
¡Yo veo!
El grito es casi un aullido.
Se retuerce, como si la tuvieran sujeta ante un espectáculo tremendo,
que le torturara el corazón…
Y tratara de poner fin a él, huyendo.
Se le cae de los hombros el manto;
de forma que se queda sólo con su túnica blanca contra el gran tronco negro.
Con la luz, que se va reduciendo lentamente,
en el reflejo verde del bosque y el rojizo bailarín de las llamas,
su cara adquiere un aspecto, profundamente trágico…
Se forman unas sombras bajo los ojos, bajo la nariz, bajo el labio.
La cara aparece socavada por el dolor.
Se retuerce las manos mientras repite,
más bajo:
– ¡Veo!
¡Veo!
Bebiendo sus lágrimas mientras continúa:
– Veo los delitos de este pueblo mío.
Y soy impotente para detenerlos.
Veo el corazón de mis compatriotas:
No puedo cambiarlo.
¡Horror!
¡Horror!…
Satán ha salido de sus lugares y ha venido a hacer morada en el corazón de éstos…
Los escribas ordenan a Jesús:
– ¡Mándala callar!
Jesús responde:
– Habéis prometido dejarla hablar…
La mujer prosigue:
– ¡Rostro en tierra, en el barro…
Israel que todavía sabes amar al Señor!
¡Cúbrete de ceniza, vístete de cilicio!
¡Por ti!
¡Por ellos!
¡Jerusalén!
¡Jerusalén, sálvate!
Veo una ciudad agitada pidiendo un delito…
¡Oigo…!
¡Oigo el grito de los que con odio…
Invocan que caiga sobre ellos una sangre!
Veo levantar a la Víctima en la Pascua de Sangre.
Y veo fluir esa Sangre.
Oigo gritar esa Sangre más que la de Abel…
Al mismo tiempo que se abren los cielos…
La tierra tiembla y el sol se oscurece.
¡Y esa Sangre no grita venganza;
sino que suplica piedad para su Pueblo asesino…
Piedad para nosotros!
¡¡¡Jerusalén!!!
¡Conviértete!
¡Esa Sangre!
¡Esa Sangre es…!
¡Un río!
Un río que lava al mundo sanando todo mal, borrando toda culpa…
Pero para nosotros;
para nosotros de Israel, esa Sangre es fuego.
Para nosotros es cincel que escribe en los hijos de Jacob;
el nombre de deicidas y la Maldición de Dios.
¡Jerusalén!
¡Ten piedad de ti misma y de nosotros!…
Mientras la mujer solloza cubriéndose la cara;
los escribas gritan:
– ¡Pero haz que se calle!
– ¡Te lo ordenamos!
– No puedo imponer a la Verdad que se calle.
– ¡Es verdad!
– ¡Verdad!
– ¡Es una demente que está delirando!
– ¿Qué Maestro Eres, si tomas como verdad las palabras de una que delira?
– ¿Y qué Mesías Eres, si no sabes hacer que se calle una mujer?
– ¿Y qué Profeta Eres, si no sabes poner en fuga al demonio?
– ¡Sin embargo, otras veces lo has hecho!
– Lo ha hecho, sí.
– Pero ahora no le conviene.
– ¡Todo es un juego bien montado para atemorizar a las turbas!
Jesús, con contundencia brutal,
argumenta:
– ¿Y habría elegido esta hora, este lugar y este puñado de hombres para hacerlo?
¿Cuando habría podido hacerlo en Jericó…?
¿Cuando he tenido cinco…
Y más de cinco mil personas que me han seguido y circundado en varias ocasiones…?
¿Cuando el recinto del Templo ha sido escaso para recibir a todos los que querían oírme?
¿Y puede acaso, el demonio pronunciar palabras de sabiduría?
¿Quién de vosotros en conciencia…
Puede decir que un solo error ha salido de esos labios?
¿No resuenan en sus labios con voz de mujer…
Las terribles palabras de los profetas?
¿No oís el grito desgarrador de Jeremías, el llanto de Isaías y de los otros profetas?
¿No oís la voz de Dios a través de la criatura?
¿La Voz que trata de ser acogida por vuestro bien?
A Mí no me escucháis.
Podéis pensar que hablo en mi favor.
Pero ésta, desconocida para Mí…
¿Qué favor espera de estas palabras?
¿Qué le acarrearán, sino vuestro desprecio,
vuestras amenazas y quizás vuestra venganza?
¡No!
¡Ciertamente NO le impongo silencio!
Es más…
Para que estos pocos la oigan…
También vosotros oigáis y podáis enmendaros…
Le ordeno:
“¡Habla!…
¡Habla, te digo, en Nombre del Señor!”
Ahora es Jesús el que aparece majestuoso.
Es el Cristo poderoso de las horas de grandiosos milagros.
De grandes ojos magnéticos,
con un esplendor de estrella azul que la llama de una hoguera…
encendida entre la mujer y Él;
aviva aún más.
La mujer por el contrario, oprimida por el dolor;
aparece menos regia.
Tiene agachada la cabeza;
cubierta la cara con las manos y con sus cabellos negros, que se han soltado…
Le caen por detrás y por delante,
como un velo de luto sobre la túnica blanca.
Jesús repite perentorio:
– Habla, te digo.
No carecen de fruto tus dolorosas palabras.
¡Sabea, de la estirpe de Aarón, habla!