752 El Destino de los Profetas

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

525f El juicio sobre Sabea de Betlequí.

Interviene el escriba que había ido con los otros, al encuentro de Jesús por el camino.

El que le había dicho que no todos los escribas estaban contra Él;

sino que algunos le observaban para emitir un juicio.

Con la sincera voluntad de seguirle si lo consideraban Dios;

diciendo:

–                    No ofendamos al Maestro.

Lo hemos elegido como Juez de un caso que nosotros no logramos juzgar…

Los otros arremeten contra él, ofendiéndolo:

–                  ¡Cállate, Joel el Alamot, hijo de Abías!

¡Sólo un mal nacido como tú puede decir esas palabras!

El escriba oído este insulto se congestiona;

pero se domina.

Y responde con dignidad:

–                 Si la naturaleza me ha sido adversa en el cuerpo;

ello no me ha hecho deficiente el intelecto.

Al contrario, vedándome muchos placeres, ha hecho de mí el hombre de la cordura.

Y si fuerais santos…

No humillaríais al hombre;

antes bien, respetaríais al cuerdo.

El escriba dominante, dice:

–                 ¡Bien!

¡Bueno!

Vamos a hablar de lo que nos urge.

Y dirigiéndose a Jesús, agrega:

Tú tienes el deber de curarla, Maestro;

porque con ese delirio suyo asusta a la gente y ofende al sacerdocio;

a los fariseos y a nosotros.

Dulcemente, Jesús pregunta:

–                   ¿Si os hubiera alabado me diríais que la curara?

–                   No.

Porque serviría para hacer a la gente respetuosa de nosotros…

A este pueblo cabruno que nos odia en su corazón y no pierde ocasión de escarnecernos.

Responde uno de los escribas, sin darse cuenta de que cae en una trampa.

Con su misma dulzura, Jesús pregunta:

–                     ¿Pero no seguiría siendo una enferma?

¿No tendría el deber de curarla?

Parece un escolar, que estuviera preguntando al maestro lo que debe hacer.

Y los escribas, cegados por la soberbia;

no comprenden que se están delatando a sí mismos…

–                    En ese caso, no.

¡Es más:

Habría que dejarla, dejarla con su delirio!

–                   Hacer lo posible para que la gente crea que es profetisa.

–                  ¡Honrarla!

–                   Señalarla…

Jesús pregunta:

–                   ¿Pero si fueran cosas no verdaderas?…

Los discípulos objetan:

–                    ¡Maestro, aparte del punto en el que dice cosas contra nosotros…

–                    El resto serviría mucho para elevar el orgullo de Israel contra los romanos…

–                    Y para mantener bajo el orgullo del pueblo hacia nosotros!

Jesús dice con firmeza:

–                  Pero no se le podría decir:

“Habla así, pero no digas eso”

–                  ¿Y por qué?

–                  Porque quien delira habla sin saber lo que dice.

Los escribas argumentan:

–                 ¡Con monedas y alguna amenaza…!

–                 ¡Se obtendría todo!

—                ¡Hasta a los profetas se los regulaba…!

–                 En verdad, me resulta gratuita esa afirmación…

–                 ¡Ya!

–                  Porque no sabes leer entre líneas y porque no todo se ha dejado escrito.

Cambiando de tono, Jesús dice:

–                 Pero el espíritu profético no conoce imposiciones, escriba.

Viene de Dios.

Y a Dios no se le compra ni se le amedrenta.

Es el principio de su contraataque.

–                   Pero ésta no es profetisa.

Ya no es tiempo de profetas.

–                   ¿Ya no es tiempo de profetas?

¿Y por qué?

–                   Porque no nos los merecemos.

Estamos demasiado corrompidos.

–                   ¿Verdaderamente?

¿Y lo dices tú?

¿Tú, que poco antes la juzgabas digna de castigo porque decía esa misma cosa?

El escriba se queda desorientado.

Le ayuda otro:

–                    El tiempo de los profetas ha cesado con Juan.

Ya no hacen falta.

–                    ¿Y cómo es eso?

–                    Porque estás Tú, que expresas la Ley y hablas de Dios.

–                    También en tiempos de los profetas estaba la Ley y la Sabiduría hablaba de Dios.

Y a pesar de todo, estaban ellos.

–                    ¿Pero qué profetizaban?

Tu venida.

Ya has venido.

Ya no hacen falta.

–                    En multitud de ocasiones, he oído vuestra pregunta.

La de los sacerdotes y fariseos, de si era o no era el Cristo.

Y dado que lo afirmaba;

fui tachado de blasfemo y de loco.

Y agarraron piedras para lanzarlas sobre Mí.

¿No eres tú Sadoq, llamado el escriba de oro?

Dice Jesús;

señalando al escriba narigudo que ha ultrajado a la mujer, después de haberla tentado al error.

El escriba responde:

–                    Lo soy.

¿Y…?

–                    Pues que tú…

Justamente tú, has sido siempre el primero, tanto en Yiscala como en el Templo…

El que ha empezado la violencia contra Mí.

Pero Yo te perdono.

Sólo te recuerdo que lo hacías diciendo que no podía ser el Cristo, mientras que ahora lo sostienes.

Y te recuerdo también el reto que te propuse en Quedes.

Dentro de poco verás cumplirse una parte de él.

Cuando la Luna vuelva a la fase con que ahora resplandece en el cielo, te daré esa prueba.

Ésta es la primera.

La otra la tendrás cuando el trigo, que ahora duerme en la tierra…

cimbree sus espigas aún verdes con el leve viento de Nisán.

Y a los que dicen que son inútiles los profetas les respondo:

“¿Quién podrá poner límites al Señor Altísimo?”

En verdad, en verdad os digo:

Que mientras haya hombres, habrá siempre profetas.

Son las antorchas en medio de las tinieblas del mundo;

el fuego en medio del hielo del mundo;

los toques de trompeta que despertarán a los que duermen;

las voces que recuerdan a Dios y a sus verdades;

caídas con el tiempo en el olvido y la desatención…

Y traen al hombre la voz directa de Dios.

Suscitando vibrantes emociones en los desmemoriados, en los apáticos hijos del hombre.

Tendrán otros nombres, pero igual misión e igual suerte…

De humano dolor y de gozo sobrehumano.

¡Ay, si no existieran estos espíritus que serán odiados por el mundo y amados especialmente por Dios!

¡Ay si no existieran estos espíritus, para padecer y perdonar, amar y actuar en obediencia al Señor!

El mundo perecería entre las Tinieblas, entre el hielo;

en un sopor de muerte, en un estado de deficiencia mental, de ignorancia salvaje y embrutecedora.

Por eso, Dios los suscitará…

Y siempre los habrá.

¿Y quién podrá imponer a Dios que no lo haga?

¿Tú, Sadoq?

¿Tú?…

Jesús va señalando a los escribas, uno por uno, diciendo:

¡¿O tú?!

En verdad os digo que ni los espíritus de Abraham, Jacob y Moisés;

de Elías y Eliseo;

podrían imponer a Dios esta limitación.

Y sólo Dios sabe cuán santos eran y qué eternas luces son…

–                   ¿Entonces no quieres curar a la mujer ni condenarla?

–                    No.

–                   ¿Y la juzgas profetisa?

–                    Inspirada, sí.

–                    Eres un demonio como ella.

Sadoq finaliza diciendo:

–                    ¡Vamos!

No nos interesa perder más tiempo con demonios.

Y da un empujón propio de un mozo de cuerda…

A Jesús, para apartarlo.

Muchos le siguen.

Algunos se quedan.

Entre éstos, el hombre al que han llamado Joel Alamot.

–                     ¿Y vosotros no los seguís?

Pregunta Jesús, señalando a los que se están marchando.

El escriba Joel Alamot responde:

–                     No, Maestro.

Nos vamos a marchar porque es de noche.

Pero queremos decirte que creemos en tu juicio.

Uno muy anciano dice:

–                    Dios lo puede todo, es verdad.

Y para nosotros que caemos en muchas culpas;

puede suscitar espíritus que nos corrijan en orden a la justicia.

Jesús coincide:

–                   Así es, como dices.

Y esta humildad tuya es más grande a los ojos de Dios que tu saber.

–                   Entonces acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.

–                   Sí, Jacob.

–                   ¿Cómo sabes mi nombre?

Jesús sonríe, pero no responde.

Los otros tres que se han quedado,

dicen:

–                    Maestro, también de nosotros acuérdate.

Y el último que habla, Joel Alamot,

dice también:

–                    Y bendigamos al Señor, qua nos ha regalado esta hora.

Jesús responde:

–                   ¡Bendigamos al Señor!

Se saludan.

Se separan.

Jesús se reúne con sus apóstoles.

Va con ellos donde la mujer, que está de nuevo en la postura que tenía al principio:

Acurrucada sobre la raíz prominente.

La madre y el padre jadeantes, preguntan al Maestro:

–                ¿Es, entonces, un demonio nuestra hija?

Antes de marcharse lo han dicho.

–                No lo es.

Quedaos en paz.

Y amadla, porque su destino es muy doloroso.

Como todo destino semejante al suyo.

–               Pero ellos han dicho que así has juzgado…

–               Han mentido.

Yo no miento.

Quedaos en paz.

Juan de Éfeso se acerca con Salomón y los otros discípulos,

diciendo:

–                Maestro, Sadoq ha amenazado a éstos.

Yo te lo digo.

–                ¿A ellos o a ella?

–                A ellos y a ella.

¿No es verdad, vosotros dos?

–                Sí.

Nos han dicho, a mí y a su madre, que si no sabemos hacer callar a nuestra hija, pobres de nosotros.

Y a Sabea le han dicho:

“Si de ahora en adelante hablas, te denunciaremos al Sanedrín”

Prevemos días malos para nosotros…

Pero el corazón está en paz por lo que has dicho…

Lo demás lo soportaremos.

Pero respecto a ella…

¿Qué debemos hacer?

Aconséjanos, Señor.

Jesús piensa y responde:

–              ¿No tenéis parientes lejos de Betlequi?

–               No, Maestro.

…Jesús piensa.

Luego levanta la cara y mira a José, a Juan de Éfeso y a Felipe de Arbela.

Ordena:

–               Os pondréis en viaje con ellos y luego, desde Betlequi, con ella y sus cosas, iréis a Aera.

Diréis a la madre de Timoneo que la custodie en mi nombre.

Ella sabe lo que es tener un hijo perseguido.

Los discípulos responden:

–              Así lo haremos, Señor.

–              Bien decidido.

–               Aera está lejos y apartada.

Dicen los tres…

El padre y la madre de Sabea besan las manos al Maestro,

le dan las gracias y lo bendicen.

Jesús se inclina hacia la mujer, la toca en la cabeza velada…

La llama con dulzura:

–              ¡Sabea, escúchame!

La mujer levanta la cabeza y lo mira;

luego se postra.

Jesús mantiene la mano en la cabeza de ella,

mientras le dice:

–              Escucha, Sabea.

Irás a donde te envío.

A casa de una madre.

Hubiera querido que fuera la mía.

Pero no me es factible.

Sigue sirviendo al Señor en justicia y obediencia.

Yo te bendigo, mujer.

Ve en paz.

Sabea dice:

–                 Sí, mi Señor y Dios.

Pero, cuando tenga que hablar…

¿Voy a poder hacerlo?…

–                 El Espíritu que te ama te guiará según el momento.

No dudes de su amor.

Sé humilde, casta, sencilla y sincera.

Él no te abandonará.

¡Ve en paz!

Se reúne de nuevo con los apóstoles.

Con Zaqueo y los suyos, que se habían detenido a algunos pasos de distancia;

reteniendo también a otros curiosos.

–              Vamos.

Ya es de noche.

No sé cómo os las vais a arreglar para ir a Jericó vosotros que tenéis que ir allá.

Uno de los amigos de Zaqueo,

propone:

–              Digamos más bien, a la mujer y sus padres.

Pero, si lo juzgas bueno, nosotros estaremos fuera de casa.

Tú y ellos podréis dormir en casa hasta mañana por la mañana.

–              Buena propuesta.

Id a decir a Sabea que venga con los suyos y con los discípulos.

Ellos dormirán.

Yo estaré con vosotros.

No es una noche ventosa.

Encenderemos unos fuegos y esperaremos así al alba.

Yo instruyéndoos y vosotros escuchándome.

Y lentamente se pone en camino con el primer claror de la Luna…

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