760 Desvelo Angustioso

IMITAR A JESÚS ES EL EJEMPLO QUE SALVA

530 Otra noche de pecado de Judas de Keriot.

Nobe duerme todavía.

Es el primer claror del día.

Los primeros destellos de la aurora llenan de iridiscentes colores, todo lo que tocan…

El alba, con las luces difuminadas del invierno, tiene delicadeza de colores irreales.

No es la luz verdeplata de las alboradas veraniegas, que tan rápidamente se afirma y se transforma en oro pálido.

Siguiendo luego con un rosa cada vez más encendido;

continuando por un verde jade, difuminado en un gris azul tenuísimo…

La que la señala en el Oriente en un pequeño semicírculo bajo, en el extremo del horizonte,

un punto de una luminosidad velada y casi cansada…

como de pálida llama de azufres encendidos tras cortinas de humo blanquecino.

Y a duras penas se ensancha en el cielo, que todavía aparece ceniciento…

Aunque sea un cielo sereno todavía, con estrellas que titilan sobre el mundo.

A duras penas rechaza el color grisáceo para abrir paso a su precioso color de pálido jade y al puro cobalto del cielo palestino.

Aparece, tímida y friolera, detenerse en el salto de Oriente…

Se demora allí todavía, tenuemente dilatada en su semicírculo de luminosidad sulfúrea.

Suavemente diluido su color verde muy claro, al blanco mezclado con un atisbo de amarillo…

Cuando he aquí que queda anulada por un subitáneo rosa, que libera el cielo del último velo nocturno.

Lo pone terso y primoroso como un baldaquino de raso zafíreo…

Y un fuego se enciende en el extremo horizonte:

Como si se hubiera caído una pared y hubiera quedado al descubierto un horno ardiente.

¿Pero es fuego o es un rubí encendido por un fuego escondido?

No.

Es el Sol que surge.

Ahí está.

En cuanto despunta por detrás de las curvas del horizonte;

ya ha encontrado un mechón de nube para pintarlo de coral rosa…

Y a las gotas de rocío sobre las copas de los árboles de hoja perenne para cambiarlas en diamantes.

Un alto roble, en el extremo del pueblo, tiene un velo de diamantes en las broncíneas hojas vueltas hacia Oriente.

Cada una parece una estrellita titilante entre las ramas de este gigante que se sumerge con su cima en el azul.

Quizás durante la noche, algunas estrellan han descendido demasiado hacia el pueblo…

Para susurrar secretos celestes a los habitantes de Nobe.

O quizás para consolar con su luz pura al Hombre que insomne…

Camina silenciosamente de un lado a otro arriba, en la terraza.

Sus mejillas brillan a causa de las lágrimas que han rodado también silenciosas y son el único testigo mudo…

De la angustia que por largas horas, mordiera sin piedad su Corazón…

Porque Jesús está despierto.

Es el único que no ha dormido en toda la noche, en el poblado de Nobe silencioso y durmiente…

Los primeros destellos de la aurora llenan de iridiscentes colores, todo lo que tocan…

Jesús camina silenciosamente de un lado a otro en la terraza.

Lentamente va y viene, con los brazos cruzados bajo el grueso manto, que lo defiende del frío y con el capucho sobre la cabeza.

Cuando llega al extremo de la terraza, se asoma para ver el camino que atraviesa el centro del poblado.

Es un paseo interminable, que va y viene lentamente por la terraza de la casa;

con los brazos cruzados debajo del amplio manto que lo cubre entero bien ceñido, para defensa contra el inclemente frío.

Jesús, cada vez que llega a un extremo de la terraza;

mira hacia afuera y se asoma para ver la calle que pasa por el centro del pueblo.

Calle todavía semioscura, vacía, silenciosa…

Y luego reanuda sus pasos hacia allá y hacia acá;

yendo y viniendo lenta, silenciosamente…

Generalmente con la cabeza inclinada, meditabundo…

Alguna vez observando el cielo, que se hace cada vez más luminoso.

Con las encantadoras tonalidades del alba y de la aurora…

Siguiendo con la mirada el vuelo vibrante del primer gorrión despertado por la luz,

que deja la hospitalaria teja plana de un tejado cercano,

para bajar a picotear a los pies del viejo manzano de Juan.

Y luego, habiendo visto a Jesús,

levanta el vuelo de nuevo, con un chip-chip medroso que despierta a otros pajaritos anidados acá o allá.

De un aprisco se oye un balido de oveja y se pierde tremulento en el aire.

En la callese escucha un rumor apagado de pisadas presurosas.

Jesús se asoma para mirar…

Luego baja rápidamente por la escalera y entra en la cocina oscura;

dejando cerrada la puerta tras de sí.

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